¿Es posible ser un niño normal cuando te llamas Brooklyn y te apellidas Beckham? ¿Se puede experimentar una vida como la de cualquiera, con sus sabores y sus sinsabores, con sus obstáculos y sus logros cuando tu padre es Barack Obama? Los vástagos de celebrities, mandamases, magnates y demás millonarios son unos privilegiados y lo saben. Se han criado (algunos literalmente) en cunas de oro, pero la última extravagancia de sus padres es proporcionarles una vida normal; de esas en las que nadie te regala nada y en la que salir adelante no es un camino de rosas. Los famosos ya no quieren hijos malcriados y caprichosos que consigan todo lo que desean con solo pedirlo o que vivan a cuerpo de rey en unas eternas vacaciones. Atención a todos aquellos anteriormente conocidos como hijos de papá: la vida cuesta, y muchos van a empezar a pagar… con sudor.
Ricos o pobres, famosos o anónimos, todos los padres del mundo anhelan lo mismo: que sus hijos sean felices y tengan una vida plena. Con idéntico objetivo, las diferencias están por el camino. Mientras el común de los mortales considera que el dinero ayuda bastante y la dificultad consiste, precisamente, en cómo ganarse la vida, para los habitantes del universo paralelo de los ricos el problema es justamente el contrario: tener demasiado puede resultar perjudicial, le quita sal a la existencia y hace perder el norte. Por eso se extiende entre ellos una nueva tendencia que consiste en cerrar el grifo y poner a su prole ante el reto de sacarse sus propias castañas del fuego, de conocer el valor del esfuerzo y del trabajo duro.
Así es como piensan, por ejemplo, los Obama. El presidente de Estados Unidos lleva muy a gala haber logrado vencer obstáculos y prejuicios para llegar a lo más alto y, por el camino, no se le cayó ningún anillo por trabajar de chico de los helados en Honolulu, de carpintero o sirviendo mesas en una residencia de ancianos. Aquellos fueron los primeros pasos profesionales de una carrera que ya sabemos adónde le ha llevado. Hoy, el hombre con los mejores contactos del planeta quiere que sus hijas empiecen por el escalón más bajo y percibiendo el sueldo mínimo. «Estamos buscando oportunidades para que ellas sientan que ir a trabajar y recibir la paga no siempre es divertido, ni estimulante ni justo. Eso es lo que padece la mayoría de las personas cada día», ha dicho Barack Obama. Y su mujer, Michelle, secunda su opinión: «Creo que cualquier joven necesita probar un poco de lo que significa el verdadero trabajo duro. Porque así es la vida».
«Creo que cualquier joven necesita probar un poco de lo que significa el verdadero trabajo duro. Porque así es la vida», consideran los Obama.
No son los únicos. David y Victoria Beckham han convertido su apellido en una máquina de hacer dinero. Son una de las familias más acaudaladas de Gran Bretaña (su fortuna supera los 250 millones de euros. Se estima que la pareja ingresa unos 120.00 euros al día) pero, a pesar de eso (o precisamente por ello) tienen muy claro cuál es uno de los pilares fundamentales de la educación de sus hijos: «No queremos que terminen siendo unos malcriados. Les concedemos algún capricho de vez en cuando pero no son de esos niños que tienen todo lo que quieren en el momento que lo desean. Pretendemos que sepan que tienen que trabajar duro para conseguir las cosas». Este año Brooklyn, el mayor de sus cuatro hijos, ha cumplido 15 años y ha llegado el momento de pasar del dicho al hecho: lo han puesto a trabajar siete horas a la semana en una cafetería de Londres, donde gana 3,2 euros la hora sirviendo capuchinos, recogiendo las mesas y barriendo el local. «Los Beckham quieren que aprenda el valor del dinero», explicaba un portavoz del matrimonio. Veremos si su hermano Romeo, cuatro años menor, recibe la misma lección cuando alcance su edad o si para entonces ya ha amasado su propia pequeña fortuna. De momento, ya ha debutado como modelo en una campaña para Burberry.
La preocupación de los padres con el bolsillo bien forrado es que el número de ceros de sus cuentas corrientes acabe con la ambición y determinación de sus hijos. En definitiva, que precisamente ellos que podrían tenerlo todo, se queden sin las ganas, el entusiasmo y la satisfacción de hacer algo por sí mismos. Según Theresa Lloyd, experta en filantropía y autora del libro ‘Richer Lives: Why Rich People Give’, la mayoría de los acaudalados quiere dar a sus hijos lo mejor, pero solo hasta un límite. «Desean que tengan una excelente educación. Y podrían ayudarles a empezar. Esto ya es mucho, por supuesto, pero intentan evitar convertirlos en personas tan ricas que desaprovechen sus talentos». Para ser felices, al fin y al cabo, es necesario tener metas, ilusiones, motivaciones.
La posibilidad de que uno de esos eternos niños de papá, derrochadores, vagos, insolentes y vanos lleve sus apellidos, ha puesto los pelos de punta a más de uno. La actriz Jamie Lee Curtis, por ejemplo, ha dicho que quiere que sus hijos dispongan del «dinero suficiente para pagar la cuenta en un restaurante, pero no para comprarlo o hacer que despidan al camarero»; Susan Sarandon tiene una opinión similar: «El dinero confunde al cerebro. He visto demasiados mocosos mimados en Hollywood para saber qué es lo que pasa cuando los padres se sienten orgullosos de demostrar así su amor póstumo». Con la herencia hemos topado. La firma de abogados Withersworldwide ha realizado un estudio entre 4.500 miembros de familias muy ricas para saber qué planean hacer con sus posesiones. Sorprendentemente, un amplio número reconoció que no tiene intención de legárselas a sus hijos. El informe señala que esta pretensión está notablemente más extendida entre los ricos de segunda generación cuando consideran el futuro de sus hijos, la tercera. Existe una teoría arraigada según la cual la primera generación construye el patrimonio y la fortuna, la segunda la preserva con esfuerzo y la tercera tiene muchas posibilidades de dilapidarla y perderla. Los encuestados explicaron a los investigadores que con toda probabilidad donarían su dinero a organizaciones benéficas o lo emplearían en emprender un nuevo negocio que diera a la familia un rumbo renovado y objetivos estimulantes.
Los Beckham han puesto a su hijo Brooklyn (15) a trabajar en una cafetería de Londres, donde gana 3,2 euros a la hora sirviendo capuchinos y limpiando el local.
Mientras Jamie Lee Curtis y Susan Sarandon reflexionan sobre dónde establecer el límite, otros tienen tan claro que dejarles a los hijos la vida resuelta no es una buena idea que no les ha temblado la mano. Entre esos millonarios que voluntariamente han despojado a sus hijos de su jugosa herencia está Philip Seymour Hoffman. Según los datos sobre el testamento del actor fallecido en febrero, que acaban de conocerse, será Mimi O’Donnell, la madre de sus tres niños, la que heredará los 35 millones de dólares que logró acumular; de este modo se asegura que tendrán acceso a una buena educación pero no a una cantidad apabullante de dinero que les acarree la infelicidad de una vida sin sentido. Otros harán lo mismo que él: Bill Gates anunció que estaba dispuesto a proporcionar a sus descendientes la mejor formación posible y a asistirles en cualquier contratiempo de salud que pueda presentarse, pero tendrán que madrugar a diario como cualquier hijo de vecino para ganarse todo lo demás. El multimillonario y filántropo está firmemente comprometido a donar en vida su fortuna a fines benéficos y otros como George Lucas o Ted Turner han seguido su ejemplo. Y como Jackie Chan. Hijo de refugiados chinos, empezó a trabajar en el cine con cinco años y hoy es uno de los actores mejor pagados, con tentáculos empresariales en sectores tan dispares como el inmobiliario, la cosmética, la restauración o la moda. Sin embargo, ni todo el dinero ni todas las influencias del mundo le han servido para lanzar la carrera cinematográfica de su único hijo, Jaycee, que suma fracaso tras fracaso en la taquilla. Tal vez por eso no verá un duro de sus más de 95 millones. «Ha tenido muchas ventajas. Si posee talento, ganará su propio dinero. Si no, solo despilfarrará el mío», ha dicho papá Chan.
Uno de los últimos en aportar su grano de arena al debate ha sido Sting. El exlíder de The Police, hijo de un lechero y una peluquera, creció en un entorno humilde en el que todos le presionaban para que dejara «esa tontería de cantar» y buscara un trabajo. No fue fácil, pero no solo se abrió camino en la música sino que gracias a ella ha reunido una fortuna de 220 millones de euros que no tiene intención de repartir entre sus hijos. ¿Qué desea para ellos? Que se lo curren igual que él. Pero sin acritud, solo por su bien. «Necesitan trabajar. Todos mis hijos lo saben y raramente me piden nada, algo que respeto y aprecio. Obviamente, si surgen problemas les ayudaré, pero no he tenido que hacerlo nunca. Ellos conocen la ética del trabajo, lo que les hace querer triunfar por méritos propios». Aunque no siempre resulta fácil sacudirse el sambenito de ser los hijos de. «La gente hace suposiciones. A menudo dicen que nacieron con una cuchara de plata en la boca, pero no se les ha dado mucho», dice. Y menos que se les dará en el futuro. Por si a caso alguno de sus hijos duda de sus palabras, advierte: «Me lo estoy gastando todo».
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