Tras ser capturado por unos piratas y pasar otras varias peripecias, el barco en que viaja Robinson Crusoe naufraga en una isla tropical cercana a Brasil.
El protagonista de la novela de Daniel Dafoe es el único superviviente y deberá esperar 28 años hasta ser rescatado. El relato cuenta, entre otras cosas, la manera en que el personaje se adapta a la situación y aprende a sobrevivir por sí mismo en una isla aparentemente inhabitada (ayudado, eso sí, de las herramientas que rescata del navío).
Tres siglos después de la publicación de la obra, hay gente dispuesta a pagar por vivir una experiencia similar a la de Crusoe.
Las coordenadas de las islas se mantienen en secreto para proteger su intimidad
La empresa española Docastaway organiza para sus clientes estancias en islas desiertas, con el nivel de comodidades que desee cada cual. Puede relajarse en una lujosa mansión ubicada en una ínsula sabiendo que no se va a topar con nadie. O, si lo prefiere, dormir en el suelo y procurarse sus propios alimentos con la única ayuda de un machete.
Entre esos dos extremos caben muchas más posibilidades: desde dormir en una tienda de campaña a habitar una pequeña choza de madera. También se puede contar con una embarcación apta para transitar los manglares o moverse por el mar. Pero sin alejarse demasiado de la costa, porque nadie le estará vigilando.
“La idea es que nuestros clientes puedan sentirse como auténticos náufragos”, explica desde Malasia por teléfono Álvaro Cerezo, fundador y director general de Docastaway. “Vendemos vacaciones en un completo aislamiento. Aunque quien quiera puede convertirlas en estancias de supervivencia”, indica este emprendedor.
Una cabaña de madera en la que se hospedan los clientes que no renuncian a la comodidad.
Tres años después de arrancar el proyecto, la empresa está empezando a funcionar bien: tienen unos 40 clientes al año, la mayoría (el 95%) del extranjero.
Pagan precios muy variados (uno de los éxitos de la compañía es la gran flexibilidad que ofrece para configurar el viaje), aunque el mínimo ronda los 2.000 euros por una estancia de 15 días, sin contar vuelos ni traslados hasta la isla en cuestión. A partir de ahí, lo que el cliente quiera sumar.
En 2012 empezaron la actividad comercial propiamente dicha. La ubicación de las ínsulas que tienen en cartera es secreta. “Si la desvelásemos, pronto dejarían de ser desiertas”, cuenta Cerezo. Sí puede decir que la mayoría están en Malasia e Indonesia. Aunque este dato no es una pista demasiado contundente, teniendo en cuenta que el segundo país tiene más de 17.000 islas.
El Pacífico es el océano en el que más lugares tienen en cartera, aunque también ofertan vacaciones en el marCaribe y en latitudes cercanas a África.
Idea original
Organizar estancias en islas desiertas puede parecer un negocio sin demasiada complicación. Pero no es así: la prueba es que no hay ninguna otra compañía que ofrezca el mismo servicio que Docastaway. “Privateislandsonline.com, por ejemplo, alquila o vende propiedades. Nosotros más bien somos un bróker de islas desiertas”, ilustra Cerezo.
Todo empezó hace tres años. Tras tener la idea de comercializar experiencias únicas a quienes quisieran estar completamente aislados, Cerezo y sus socios pasaron un año haciendo pruebas. “Queríamos asegurarnos de que las islas que encontrábamos estuviesen totalmente incomunicadas. Eso incluye, por ejemplo, que no se vea nunca ningún barco pescando por la zona o que no llegue basura a la orilla”, relata.
Desembarcaron en las ínsulas que seleccionaron para un grupo de amigos o gente de confianza a quienes invitaron a pasar unos días allí. Y tras un proceso de prueba y error, que aún hoy siguen practicando, confeccionaron su primera cartera de islas desiertas, que modifican constantemente en cuanto ven que alguna de ellas se “intoxica”.
La logística es otro problema muy a tener en cuenta. “Las islas suelen estar en lugares muy remotos, con todo lo que ello conlleva”, explica el responsable de Docastaway. No solo es difícil hacer llegar el material y los víveres (si son requeridos) a la zona: también cuesta encontrar personal cualificado, como guías locales.
Un equipo de seguridad vela por los veraneantes a unas tres horas de la ínsula
Los cursos de supervivencia, contratados por algunos de los clientes que se deciden a poner a prueba su resistencia, son conducidos por expertos que conocen el entorno.
El tamaño de las islas es variable. Pueden ser pequeñas y no exigir más de media hora para cruzarlas de punta a punta. En otras se puede tardar un día entero en atravesarlas. Algunas son planas, con grandes playas; las hay también rocosas o con frondosas junglas. Incluso tienen una en el Pacífico con un volcán (inactivo).
Lagartos, serpientes, cerdos salvajes y águilas son todos los compañeros que se encontrarán los aventureros. Nada de jaguares o animales peligrosos. “Eso solo sucede en las películas”, bromea Cerezo. El mayor peligro al que se exponen los clientes, asegura, es que les caiga un coco en la cabeza.
Algunas de las ínsulas son privadas, por lo que Docastaway solo tiene que pagar por su alquiler; otras pertenecen al Gobierno del país en el que se ubican o, en algunos casos, a la Armada del lugar. “Al final se trata de llegar a un acuerdo con ellos para poder operar”, cuenta Cerezo desde Malasia.
¿Cómo se aseguran de que la isla va a seguir estando desierta una vez llegue el inquilino? Contratando servicios de seguridad o, en ocasiones, al Ejército para que vigilen, desde otra ínsula cercana al lugar, que nadie se acerca a la zona de exclusión.
Establecen en esa base también un equipo que pueda asistir en menos de tres horas a los náufragos en caso de necesidad. Ya sea porque han tenido algún tipo de accidente, porque quieren una pizza o, en el caso de los más aventureros, porque se han bajado el listón ellos mismos y han decidido que no les vendría mal un machete y una caña de pescar.
No hay que olvidar que, a fin de cuentas, se trata de unas vacaciones.
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