Este rincón de Dakota del Norte perdía hace diez años población. Hoy llegan emigrantes de todo el país y los apartamentos se alquilan a precios de Manhattan.
Hace una década los jóvenes se largaban de Williston, un pueblo de 12.000 habitantes en una de las regiones más inhóspitas de Estados Unidos. Hoy es una ciudad de más de 40.000 habitantes y una piscina con olas de surf en un centro cívico que ha costado 76 millones de dólares.
En 2004, el sargento Chris Hoyt tenía veinte años y comenzaba una carrera en el Ejército que le llevaría a Afganistán, donde combatió en el valle del Korengal, una de las regiones más peligrosas del mundo. Hoyt, retirado de las fuerzas armadas, es uno entre decenas de miles de norteamericanos que han encontrado en Williston lo que, tras la crisis financiera de 2008, era cada vez más difícil encontrar en el resto de Estados Unidos: un empleo bien remunerado.
“Lo único bueno en Dakota del Norte es el dinero”, dice Hoyt. “El petróleo y el dinero”.
Williston —primera etapa de un viaje de EL PAÍS por los Estados Unidos de la era Obama— es la capital del ‘boom’ energético. Como dice el cartel que da la bienvenida a los visitantes, es una ‘boomtown’, la palabra que en EE UU designa las ciudades nacidas de la nada durante la fiebre del oro del siglo XIX.
Aquí, lejos de todo —a 1.800 kilómetros del Océano Pacífico y más de 3.000 del Atlántico— la secuencia se repite: el descubrimiento de nuevas reservas, el magnetismo de un lugar donde sobra dinero y escasea la mano de obra, las tensiones que causan las decenas de miles de recién llegados, casi todos hombres, solos, en tierra desconocida, algunos con pasados que olvidar.
Las noches del viernes son noches de tangana en los locales más concurridos: en Williston la policía, omnipresente en cualquier ciudad norteamericana, se deja ver poco.
Mientras el resto del país vivía una de las peores recesiones de las últimas décadas, Dakota del Norte redescubrió la salida en la solución de siempre: el “‘drill, baby, drill’ “ —“perfora, ‘baby’, perfora”— promovido por los republicanos en la campaña presidencial que hace seis años llevó al demócrata Barack Obama a la Casa Blanca. Ahora Obama celebra el ‘drill, baby, drill’ en Dakota del Norte, donde la tasa de desempleo es del 2,8% y el crecimiento en 2013 del 9,7%: niveles de dragón asiático o petro-estado.
Shawn Wenko, responsable de desarrollo económico en e el Ayuntamiento de Williston, dice que cada vez llegan más mujeres. Además de un boom petrolero, la ciudad vive un ‘baby boom’: nacen hasta 60 niños al mes; antes de la revolución del petróleo, nacían 60 al año. La piscina del centro cívico, donde los adolescentes locales demuestran su talento con la tabla de surf, es un reflejo de un nuevo Williston: poco a poco el espíritu familiar sustituye al espíritu del ‘Far West’.
Al sargento Hoyt ni se le pasa por la cabeza fundar aquí una familia. En Montana, el estado donde nació hace 30 años, dejó a su novia, al hijo de ésta y a su propia hija de un matrimonio anterior.
Cuando regresó de la guerra y abandonó el Ejército, se inscribió en la universidad. La abandonó para trabajar en Williston, en una firma encargada de transportar agua a las empresas que, por medio de la discutida técnica del ‘fracking’ y la perforación horizontal, extraen petróleo del subsuelo. Su salario anual se acerca los 80.000 dólares, casi el triple de la media de ingresos en EE UU, pero por debajo del de otros profesionales en el sector petrolero en Williston. Un supervisor durante el proceso de perforación explicó que cobra más de 300.000 dólares anuales.
El incentivo de salarios astronómicos, imposibles de imaginar para personas con su edad y calificación académica en otros lugares del país, explica por qué personas como Hoyt viven en Williston. A pesar de la soledad. A pesar el frío: una media de entre -13 y -16 C entre diciembre y enero. A pesar de que hay pocas mujeres y muchas de las que hay son prostitutas, lamenta el antiguo soldado en Bunnie’s Burgers, una hamburguesería en el que se reúnen trabajadores y emprendendores, aventureros todos que un día abandonaron sus casas —en California o Virginia, en Texas o Colorado— para participar en una revolución que transforma la economía de la primera potencia mundial.
El petróleo es uno de los motores de la recuperación: crea empleo, abarata la factura energética de la industria y ayuda a reducir el precio de la gasolina. Quedan lejos los tiempos en que el antecesor de Obama, George W. Bush, lamentaba la adicción de EE UU al petróleo.
Anochece en Williston y los camiones rugen en la carretera. Nunca dejan de rugir: en las calles del centro, en los caminos todavía no asfaltados que conectan los campos de petróleo en las afueras de la ciudad.
Todo —menos el centro cívico, que huele a nuevo— presenta un aire destartalado y provisional: los hoteles, los restaurantes, los bares, el aeropuerto minúsculo, con aires de estación de tren centroeuropea en periodo de entreguerras, pero con conexiones diarias a Minneapolis, Denver y Houston. Quién sabe qué quedará de esto cuando el boom termine.
La América nerviosa, el país que no deja de moverse y buscar oportunidades, el que crece dopado por el oro negro, tiene en Williston un paraíso.
Nadie sabe cuándo se marchará. Los turnos suelen ser cuatro o seis semanas, a las que siguen dos o más semanas de descanso. Hora de regresar, a casa, en estados lejanos, con la mujer y los hijos, o de viajar a destinos exóticos, inaccesibles para la mayoría de norteamericanos pero no para los que trabajan en Williston.
A la entrada del complejo de campamentos de la empresa Target Logistics, a 10 kilómetros al norte de Williston, un guarda controla la circulación.
En uno de los módulos prefabricados, la repecionista menciona al comentar sus planes de vacaciones: los Alpes franceses, Argentina, Palma de Mallorca. Un millar de hombres duermen en el complejo de módulos con habitaciones individuales de Target Logistics: una solución provisional a la carestía de vivienda y la realidad de que pocos trabajadores del petróleo quieren quedarse aquí para siempre.
Las normas son estrictas, dice Nick Nelsen, supervisor de los campamentos, mientras enseña las habitaciones, el comedor, la sala de juegos, el gimnasio. Prohibido beber y traer a la familia. Nada de armas de fuego.
Antes de empezar a trabajar para Target Logistics, Nelsen pasó veinte años en la Navy, a la Armada de EE UU. Estuvo una vez en Afganistán y tres en Irak. Siempre pisando petróleo.
“Aquí es un poco más agradable”, bromea en alusión a los cuarteles perfabricanos, parecidos al de Target Logistics, en los que se alojó durante la guerras. “Aquí nada explota a tu alrededor”.
Un hilo liga Irak y Afganistán con Dakota del Norte. El vínculo se hace explícito en Williston y las carreteras que lo rodean: los camiones de Halliburton, empresa subcontratada por el Gobierno de EE UU durante la ocupación de Irak; los centenares de veteranos que aportan su disciplina y preparación física; la propia Target Logistics, que ha construido campos prefabricados parecidos a los de Williston en la ciudad iraquí de Basra.
Es como si la guerra de Irak, que algunos críticos de Bush atribuyeron a la voluntad de controlar el petróleo iraquí, se hubiese prolongado por medios pacíficos en la América profunda, con unos protagonistas y un paisaje —ocre, sin árboles, un horizonte infinito— parecidos.
Estados Unidos ha superado a Arabia Saudí y Rusia como primer productor de petróleo y gas natural y se acerca a la autonomía energética. Dakota del Norte ya produce un millón de barriles diarios, lo que sitúa a este estado en la primera división mundial.
La dependencia del petróleo de Oriente Medio y otras regiones inestables está a punto de acabar. El boom de Dakota del Norte ha corrido paralelo al intento de Obama de poner fin a las guerras de Irak y Afganistán.
«América va donde no se le ha perdido nada”, dice el sargento Hoyt. El exsoldado cuestiona las guerras, pero también siente nostalgia.
—¿Echas de menos Afganistán?
—Oh, sí. Echo de menos matar, matar a los malos. La adrenalina, la excitación.
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