Una de las imágenes más icónicas del atletismo muestra a un hombre empujando por la espalda a una mujer. El agresor luce traje oscuro, pantalón largo, media cabeza pelada y una mirada de la que se le escapa la rabia. Es 1967, Boston, se corre la maratón, y el rostro de una mujer embutida en un chándal tan ancho que parece poco adecuado para correr muestra entre sorpresa y terror. Es Katherine Switzer, tiene 20 años, luce el dorsal 261 al pecho y trata de escapar de su agresor. Corre hacia adelante sobre unas Adidas con las que intenta despegar. La imagen la recogen unos fotógrafos tan sorprendidos como molestos, ya que ese altercado iba a hacerles esperar cuatro horas y veinte minutos, el tiempo que tardó Switzer en completar la carrera, para recoger su llegada a meta. Hoy, 50 años después, habrá más fotógrafos que entonces pero igual de pendientes de la misma corredora, pues Kathy, la primera mujer que completó una maratón rodeada de hombres, volverá a correr los 42 kilómetros que rodean Boston en su 121.ª edición para demostrar al mundo que ante la voluntad de cambiar lo establecido no hay tirano que se precie.
Aquel abusón se llamaba Jock Semple -«¡Lárgate de mi carrera y devuélveme el dorsal!», le gritaba el entonces director de la prueba-, y cuando agarró del hombro a Kathrine, que había pagado tres dólares por la inscripción, se lo llevó por delante un tren de mercancías llamado Tom Miller, jugador de fútbol americano y pareja de Switzer, al que secundó también su entrenador Arnie Briggs. Ambos fueron sus mejores pilares.
¡Lárgate de mi carrera y devuélveme el dorsal!», le gritaba Jock Semple
Kathy, que cursaba periodismo en la Universidad de Siracusa, fue reclamada por Briggs para que corriera la milla. Ella, nacida en Alemania pero nacionalizada estadounidense, que se había iniciado en el deporte con el hockey, quiso hacer lo que muchas otras mujeres no pudieron. Un año antes de su gesta, Roberta Bobbi Gibb se coló entre la multitud de la maratón después de que su inscripción fuera rechazada y alcanzó la meta escondida bajo una sudadera con capucha. Pero a Kathy su entrenador no le permitió hacerlo de incógnito. «Es una carrera muy importante y tienes que inscribirte», recuerda Switzer en una entrevista para la BBC. Así que lo hizo, eso sí, bajo las iniciales «K. V.», que no despertaron la curiosidad del resto de participantes -todos daban por hecho que una mujer no aguantaría semejante desgaste-. Y aunque aceptó ir algo disimulada bajo un chándal no se quitó la pintura de los labios con la que corría siempre.
«Me siento muy agradecida a ese hombre enfadado porque cambió no solo mi vida, sino la de millones de mujeres. La gente me dice: “Es terrible”. Y siempre contesto: “A su pesar, él hizo más por las mujeres atletas que nadie porque creó una imagen que se ha convertido en un icono de los derechos de las mujeres”. Es fantástico. Al final nos hicimos amigos», reconoció en una entrevista a EL PAÍS en 2013. Switzer ha seguido corriendo desde entonces y ha luchado porque las barreras entre hombres y mujeres tanto en el deporte como en la sociedad sean cosas del pasado. «Si no terminaba habría gente que diría: “¿Lo veis? Las mujeres siempre intentan hacer cosas de hombres , pero no lo consiguen. No nos creerían», confesó en la misma conversación Switzer. Ese sigue siendo su motor.
Hoy, medio siglo después de su gesta, llamará de nuevo la atención porque a los 70 años hay pocos corredores que se atrevan a enfrentarse a una prueba tan exigente como la maratón. «Va a ser la carrera del siglo, una celebración de superación del mal», admitió hace cuatro años.
Porque ella mejor que nadie sabe que aquel mal que trató de ser más rápido que sus piernas nunca pudo atraparla.
Fuente: Elpais.es (17/4/17)
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