El corcho está recuperando los niveles de ventas de su mejor año, 2007, antes de la crisis.
El resurgimiento llegó de la mano de los técnicos de laboratorio que han reforzado los controles de calidad de los tapones de corcho, reduciendo casi a cero los problemas de mala calidad que habían dañado su reputación.
«Tenemos un agradecimiento total a los laboratorios, que nos reconozcan que el corcho tiene ventajas frente a otros competidores es muy bueno para el mercado, ojalá hagan más pruebas», dice Antonio Gorgot, que a sus 53 años ya acumula 26 como sacador de corcho, profesión heredada de padre y abuelo.
En el otro extremo de la cadena productiva, una vez que la materia prima pasó por la fábrica y se convirtió en tapón, Marta Ponce y su equipo huelen y saborean el sedimento que diez tapones han dejado en sendas copas, tras macerarse 24 horas, y apuntan sus observaciones en una planilla: es un análisis sensorial, y se hace para detectar si el corcho transmite aromas que puedan contaminar el vino.
«Enviamos los informes y nuestros clientes deciden si compran esos tapones o no, en base a nuestras sugerencias», dice Marta, gerente del laboratorio del Instituto Catalán del Corcho (ICC), certificado por importantes reguladores internacionales.
Sus clientes no son sólo las bodegas -que envían botellas tapadas para comprobar si cuesta mucho sacar el tapón, examinar el cuello de la botella y mandan lotes de corcho para que se los controle- sino también las propias corcheras que quieren certificar la calidad de su producto.
Además, se efectúan análisis cromatográficos que detectan la presencia de moléculas contaminantes, análisis de fuerza de torsión y de extracción para determinar la resistencia del tapón, y análisis microbiológicos.
Esta meticulosidad llevó a que en 2012, y en medio de un pesimismo generalizado sobre la economía española, el corcho esté recuperando los niveles de ventas de su mejor año, 2007, antes de la crisis.
Pese a los resultados obtenidos, el laboratorio del ICC, el más importante de España en esta materia, se apoya cada vez más en sus trabajos privados, tras sufrir unos recortes de financiación pública de más del 30 por ciento entre 2011 y 2012. Adiós al «gusto a corcho» Uno de los problemas que aquejó históricamente al sector era la contaminación ocasional con la molécula TCA (los «anisoles»), responsables del conocido «gusto a corcho», que tanta mala fama le ha dado al tapón.
Como muestra, una anécdota que cuenta Juan Pablo Orío, director de investigación y desarrollo (I+D) en Bodegas Riojanas, compañía cotizada que facturó 16 millones de euros en 2011: «En una cata, en Inglaterra, un cliente se quejó de que un vino tenía gusto a corcho, y cuando fuimos a comprobarlo ¡estaba cerrado con un tapón sintético!».
En este sentido, muchas veces el corcho era el chivo expiatorio de defectos en el vino de los que no era responsable.
«¡Si me quitas el corcho, me quitas el culpable!», decía un enólogo en una feria, según la versión de Miguel Mascort, director financiero de la patronal del corcho AECORK.
«Con los tapones alternativos se había olvidado que los tapones de corcho funcionaban muy bien, se han querido solucionar problemas que no sólo no se han solucionado, sino que se han generado otros, como la reducción y la oxidación, defectos que no teníamos con el tapón de corcho», explica Manel Pretel, director del ICC.
Esta mejora de la fiabilidad del tapón natural es admitida incluso por productores de tapones de plástico.
«El corcho natural ha luchado muchísimo y nuestra competencia les ha servido para mejorar la calidad, porque cuando no había otra solución, vendían un producto que dejaba bastante que desear», dice Carlos Valero, gerente de ExcellentCork, fábrica de tapones sintéticos de Alicante que factura unos dos millones de euros anuales.
Valero admite la excelencia del tapón natural de una pieza, pero defiende su producto sintético ante el corcho aglomerado, el más presente en vinos de gama media y baja en España.
«En el supermercado, la inmensa mayoría de los vinos están tapados con un corcho aglomerado que lleva cola, con una química mucho más agresiva que la de un plástico como el que usamos nosotros, que se hace de manera repetitiva con máquinas, con un proceso totalmente controlado», señala. El tapón de una pieza, espina dorsal del sistema Una vez extraída la corteza, en las fábricas se eligen las mejores planchas para perforar y extraer el tapón natural de una pieza, el más valorado por bodegas y consumidores, el de mayor calidad, y el que da mayor valor agregado y económico al sector.
«La espina dorsal del sistema -no sólo de la industria, sino también del bosque- es el tapón de alta calidad, que sólo supone un 10 por ciento de toda la corteza que se extrae, pero es la que da el valor económico al resto», explica Pretel.
En este tipo de tapón reposa el futuro de la industria, al ser el más caro y el elegido para los vinos de gama alta, un segmento que a nivel mundial aumenta su consumo y producción.
El sector español del corcho -segundo proveedor mundial tras Portugal-, pese a ser relativamente pequeño (facturó unos 300 millones de euros en 2011), podría ser un espejo para otros por la forma en la que superó el bajón que le supuso la crisis del mercado vinícola entre 2008 y 2010 y que le hizo perder un 25 por ciento de sus ventas en esos años, también afectados por la irrupción de los tapones alternativos.
«Esta bajada importante de ventas a nivel sectorial por distintos motivos (…) hizo que el sector despertara», dice Francisco Nadal, gerente de J.Vigas, productora catalana de tapones de corcho con 125 años de antigüedad y una facturación anual de 10 millones de euros.
Nadal explica que la crisis de consumo interno en los últimos años obligó al sector a reforzar su estrategia hacia el exterior -un pilar, junto al turismo, de la economía española actual- con lo que el corcho español volvió a sus orígenes: desde finales del siglo XIX el sector ha sido eminentemente exportador. El factor verde Más allá de la innovación y la tecnología, el corcho sigue asentado en la tradición de la extracción manual de la corteza del alcornoque, conocida como la saca, actividad artesanal-agrícola que está en la base de un modelo de economía verde.
«El corcho es sinónimo de una manera de hacer en armonía con los crecimientos naturales y los ciclos de la naturaleza, es economía verde: respetar los ciclos de regeneración de la naturaleza y respetar el ecosistema», explica Pretel.
La saca del corcho, ya sea en los bosques salvajes de Cataluña, o en los campos labrados y preparados para este fin de Andalucía y Extremadura, se lleva a cabo de la misma manera desde hace siglos: a mano y con un hacha.
«Sacar el corcho es complicado, no se aprende en un año ni en dos. Se necesita mucha destreza con el hacha, porque tras quitar el corcho te queda la piel que regenerará el próximo corcho, y no la puedes dañar», explica Antonio Gorgot.
El respeto de los ciclos de la naturaleza es inevitable: una vez plantado un alcornoque hay que esperar 25 años para la primera saca, luego la corteza tarda entre 8 y 14 años en desarrollarse de nuevo y sólo a partir de la tercera se puede aprovechar para tapones.
Por eso, los corcheros dicen que cuando plantan un árbol, lo hacen para sus nietos.
Además, el corcho sólo puede extraerse en los meses de verano, cuando la savia sube y permite que la corteza se despegue con facilidad.
Los tapones no sólo no contaminan, sino que ayudan al ecosistema. La huella del carbono de cada tapón de corcho natural de una pieza es negativa: no genera emisiones de dióxido de carbono (CO2) a la atmósfera, sino que permite la absorción de 235 gramos de este gas contaminante.
En un país con cerca de la cuarta parte de la población activa en paro (más del doble que la media de la Unión Europea), el sector del corcho presume de no haber destruido puestos de trabajo entre los 2.000 empleos directos que genera en España.
Para algunos trabajadores, como Cristian León -un catalán de 34 años que lleva los últimos cinco trabajando en el bosque-, la saca ha servido como alternativa al otrora poderoso sector de la construcción.
«Vine antes (del parón de la construcción), esto es mejor, está al aire libre, hay menos polvo, pero también es duro, porque hay montañas complicadas, con mucha pendiente», explica.
En una jornada de trabajo en el bosque, en la cual los sacadores más experimentados ganan unos 100 euros, la cuadrilla de entre tres y siete hombres suele extraer unos 3.000 kilos de corcho, que se vende a los productores en base a un precio fijado antes del comienzo de la temporada.
El corcho español, concentrado en las comunidades autónomas de Andalucía, Extremadura y Cataluña, genera el 30 por ciento de la producción mundial y produce 3.000 millones de tapones anuales, de los cuales 1.300 millones se destinan a espumosos y 1.700 a vinos, según datos de la patronal.
Fuente: Eleconomista.es (22/9/12)
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