«¿Qué nos han enseñado los últimos 20 años? Que todavía no sabemos qué es Afganistán»

Estados Unidos reaccionó a los atentados del 11 de septiembre de 2001 con el lanzamiento de una ‘war on terror’ (guerra contra el terrorismo). El entonces presidente, George W. Bush, dejó muy claro al resto del país y del mundo cuáles eran sus opciones: «O estás con nosotros o estás con los terroristas». Tres días después de que dos aviones comerciales secuestrados por miembros de Al-Qaeda derribaran las Torres Gemelas y provocaran la muerte de 2.996 personas, solo una congresista votó no a la autorización del uso de la fuerza en Afganistán. Así comenzó la guerra que ahora termina.

La historia de lo que hoy es Afganistán y de sus gentes —tanto los talibanes como quienes huyen de ellos— no empezó entonces, pero sí cambió para siempre. O no, visto el resultado. Podemos remover el pasado, empezando ayer, en busca del origen de todos sus males, o mirar al presente y tratar de entenderlo. También es posible una mezcla, como propone la académica británica de origen indio Nivi Manchanda, profesora de Política Internacional en la Universidad de Londres y autora del libro ‘Imagining Afghanistan: the History and Politics of Imperial Knowledge’ (Imaginar Afganistán: la historia y la política del conocimiento imperial), publicado el año pasado por Cambridge University Press.

En esta entrevista con El Confidencial, Manchanda desentraña los malentendidos, las contradicciones y las lecciones de 20 años de esfuerzos militares y económicos en Afganistán. Resumen: Occidente apenas sabía dónde se metía cuando decidió ir a la guerra, y ha demostrado haber aprendido entre poco y nada.

PREGUNTA. Todo el mundo se ha convertido de repente en un experto en Afganistán… Pero hay quien se ha apresurado a preguntar si acaso sabemos señalarlo en un mapa. Su libro comienza planteando una pregunta básica, pero esencial, ¿qué es Afganistán?

RESPUESTA. Durante las repetidas intervenciones e invasiones de los británicos, la Unión Soviética y los Estados Unidos, todos ellos han interpretado e intervenido en Afganistán como han creído conveniente. Afganistán es lo que las potencias extranjeras, europeas y estadounidense, han hecho de él, en lugar de lo que los propios afganos han podido experimentar a lo largo de su historia. Qué es Afganistán sigue siendo una pregunta abierta. Parece que hay una especie de amnesia. En 2001, expertos afganos nacieron de la noche a la mañana. Hoy, más de lo mismo. Y se olvida que están utilizando el mismo tipo de tópicos, como que hay que salvar a las mujeres musulmanas del atraso y del tribalismo. ¿Qué han logrado o nos han enseñado los últimos 20 años? Que todavía no sabemos qué es Afganistán, y no porque sea un país supermisterioso, sino porque ni siquiera lo hemos intentado.

P. El presidente estadounidense, Joe Biden, comenzó su primer discurso tras la victoria talibana negando que la misión de EEUU en Afganistán consistiera en construir una nación. ¿Afganistán es un Estado fallido, un Estado que Occidente no ha logrado construir o quizás algo totalmente diferente?

R. Creo que la idea de la construcción de una nación o del fracaso de un Estado está cargada de prejuicios y suposiciones. Mucha gente en el mundo académico ha explicado ya cómo el uso de la noción de Estado fallido o criminal (‘rogue state’, en inglés) es orientalista. También es problemática la idea de que un Estado puede construir otro desde fuera sin una comprensión suficiente, sin la participación y ayuda de la población local. Aunque es innegable que Afganistán no tiene las instituciones políticas que asociamos con un Estado robusto, creo que se debe a los años de guerra y conflicto, a la pobreza y a la corrupción. A veces se ha ignorado por completo y otras ha sido activamente instigada y ayudada por Occidente.

P. Afganistán tuvo 17 banderas nacionales diferentes a lo largo del siglo XX. Más que cualquier país del mundo. ¿Cómo se puede construir un país sin (o con un exceso de) los símbolos que han utilizado tradicionalmente para consolidar los estados-nación?

R. Afganistán ha tenido muchas banderas, sí, pero también tiene una ciudadanía muy activa políticamente. Supongamos que se le da la vuelta a la pregunta y miramos a Palestina, que tiene una bandera y un idioma o un par de idiomas. Tiene todos los símbolos asociados a un Estado y es una nación. Pero la comunidad internacional, y especialmente Israel, no le han concedido ese estatus. Hay un aspecto interno [para ser un Estado], por supuesto, pero también hay un aspecto externo. Y tanto en el caso de Afganistán como en el de Palestina, el aspecto externo es importante. Y no creo que podamos hablar de que Afganistán no es capaz de gobernarse a sí mismo. Además, creo que sigue existiendo una obsesión con una idea muy limitada de cómo deben ser los gobiernos y las instituciones políticas. Seguimos pensando que todo debería parecerse y que tendría que haber un solo tipo de Estado. Y estas ideas no siempre tienen el mismo tipo de resonancia sobre el terreno.

Por otro lado, Richard Holbrooke, el que fuera enviado especial de Obama en Afganistán y Pakistán, creía que debíamos hablar de la región del noroeste que une ambos países como una sola zona, porque hay una frontera mal definida que podría llamarse AfPak y ser un teatro de guerra unificado. Holbrooke y la Administración Obama pensaban que esa era una forma útil de describir el borde entre Afganistán y Pakistán, porque si no hay un Estado es mucho más sencillo saltarse las leyes internacionales para hacer lo que se desee. Pero, en realidad, la ciudadanía de Pakistán y de Afganistán se opuso con vehemencia. Decían: tenemos nuestros propios Estados en Afganistán y Pakistán. Estas cosas son mucho más complicadas de lo que parecen.

«Estados Unidos nunca escuchó realmente la voluntad del pueblo de Afganistán»

P. Volviendo al discurso de Biden, también culpó a los afganos, concretamente a sus líderes y militares, de no estar dispuestos a luchar por su país. ¿Qué piensa de su descripción de la gente con la que él y su país han trabajado durante 20 años?

R. Puede ser un retrato injusto o puede ser un retrato exacto, pero la descripción es solo una parte de un problema mucho mayor: que Estados Unidos nunca escuchó realmente la voluntad del pueblo de Afganistán. Primero, instalaron en el poder a Hamid Karzai en contra del deseo de la población. Y luego también hubo cierta falta de claridad sobre cuánta gente quería realmente a Ashraf Ghani como presidente. Esta es una élite que ha sido apuntalada con miles de millones de dólares estadounidenses y que los acaparaba para sí misma. Eran corruptos. No tenían contacto real con la población. Afganistán es bastante rural y la élite de Kabul no logró relacionarse con el resto del país.

Los talibanes no eran demasiado populares y de hecho fueron derrotados. La razón por la que han podido volver es la falta de un Gobierno en condiciones, de una institucionalización democrática adecuada. Así que, sí, estos tipos han fracasado. Pero tampoco eran precisamente muy populares y quizás algunos de ellos han cambiado de bando con gusto.

Foto: Mapa de la toma talibán de Afganistán

P. Fracasaron, como antes lo hicieron los soviéticos y los británicos… ‘Afganistán, cementerio de imperios’. ¿Qué nos dice este mito sobre cómo leemos y utilizamos la historia? ¿Seleccionamos aquello que nos interesa para reforzar nuestras opiniones y apoyar nuestras decisiones y políticas?

R. Creo que el tópico del ‘cementerio de imperios’ es falso, problemático y ciertamente se basa en algo de ‘cherry picking’ [elección interesada]. Y si se aplicara ese ‘cherry picking’ a este último episodio, encajaría muy bien. Parece que Afganistán ha vuelto a ser el cementerio de los imperios, pero creo que se debe a la forma en que se han llevado a cabo estas intervenciones. Han estado tan desconectadas de la experiencia y los modos de vida de la gente que —no digo que todos piensen que los talibanes son buenos, en absoluto— los afganos han decidido que los estadounidenses no han hecho mucho por ellos. Y por eso ahora han elegido el camino menos malo o el menos malo para algunos. Por desgracia, vemos el ascenso de un grupo autoritario y muy patriarcal, su resurgimiento. Ahora, ese es el Gobierno de Afganistán. No creo que sea un Gobierno popular, pero también creo que la alternativa no era precisamente popular.

P. ¿Cómo podemos pensar en la guerra contra el terrorismo (‘war on terror’) 20 años después, a la luz de lo que acaba de suceder?

R. Pensar en la guerra contra el terrorismo, 20 años después… Tantos cientos, miles de vidas civiles perdidas, tanto dinero gastado, tantos soldados muertos, para después ver un Irak que posiblemente es menos estable que antes, y un Afganistán que ha regresado al mismo punto en el que estaba. También, el ascenso y, con suerte, la caída de ISIS. La guerra contra el terror ha creado más terrorismo, más muertes y más sufrimiento que todo lo que aparentemente la precipitó.

«Estamos consumiendo de un modo voyeurista la difícil situación de las mujeres en Afganistán»

P. Las mujeres afganas han estado en el centro de las discusiones sobre lo que ha sucedido en su país. ¿Ha utilizado Occidente, y quizás abusado de, su imagen y representación como víctimas?

R. Sí, absolutamente. En 2001, las mujeres estaban en lo más alto de la agenda y ahora en 2021 las mujeres están de nuevo en lo más alto de la agenda. No obstante, los Estados Unidos han utilizado a las mujeres como un pretexto, así es como han vendido la guerra en casa: vamos a salvar a las mujeres afganas, con toda esa representación racializada de las mujeres con burkas, etc. Y ahora, otra vez, estamos consumiendo de un modo voyeurista la difícil situación de las mujeres en Afganistán. Y aunque es indudablemente cierto que las mujeres en Afganistán van a estar peor, el problema es que jamás se les prestó atención y nunca se trató realmente de mejorar su vida.

Y es que si así fuera, Estados Unidos y los aliados de la OTAN habrían escuchado lo que las mujeres sobre el terreno decían entonces, que no querían ni el patriarcado y la misoginia locales de los talibanes, ni a las potencias imperiales occidentales, que solo hablaban de lo mucho que las compadecían. Querían un cambio real, profundo, radical, que realmente no se produjo. Así que, sí, las mujeres están una vez más atrapadas en este choque entre los regímenes autoritarios por un lado y la indiferencia imperial occidental por el otro.

P. ¿Por qué le interesa especialmente la figura de Hamid Karzai, el expresidente de Afganistán?

R. Creo que Hamid Karzai es interesante porque en él observamos el viaje de un personaje. Su historia comienza como el favorito de Occidente, muy bien presentado, alguien urbano, que está a caballo entre Oriente y Occidente, pero que podía hablar con los afganos porque es ‘pashtun’ y está acostumbrado a las tradiciones y a las sutilezas que se le resistían a Occidente. Y así es como llega a la presidencia, aunque de forma más o menos democrática. Era muy admirado, adorado en los medios de comunicación occidentales. Más tarde, las relaciones empezaron a agriarse. Una de las cosas que provocaron el cambio fue su denuncia de la muerte de civiles a manos de las tropas de la OTAN y de Estados Unidos. Además, empezó a pedir más cosas y a hablar en nombre de sus ciudadanos, lo que sentó bastante mal en Occidente.

Esto no quiere decir que Karzai fuera un hombre increíble, era muy corrupto y estaba bastante desconectado de lo que ocurría. Lo que digo es que, desde el punto de vista de la representación, se convirtió en una especie de figura monstruosa, el tipo de hombre afgano estereotipado. Pero sus inicios fueron muy, muy diferentes.

«No nos limitemos a un mero consumo del dolor y la miseria de los afganos desde nuestros sofás»

P. Por último, algunas imágenes del aeropuerto de Kabul son espeluznantes… ¿Cómo van a ayudar a producir una historia diferente de la guerra en Afganistán?

R. Son espantosas, horribles. Hay muerte, destrucción y miseria. Mi esperanza es que no nos lleven a una mayor amnesia colonial y a un nuevo olvido de lo que hubo antes, que no nos limitemos a un mero consumo del dolor y la miseria de los afganos desde nuestros sofás, porque eso es lo que ha sucedido. Espero que las imágenes no se vean solo como impactantes y espantosas, sino que muestren una crisis humanitaria de la que hemos sido cómplices. Y que eso conduzca a algún tipo de cambios. Uno de los más fáciles sería que los gobiernos occidentales dijeran que tienen una política de asilo y refugio para acoger a las personas que están bajo la amenaza directa de los talibanes.

Estas imágenes siempre se convierten en armas arrojadizas y se instrumentalizan. Ya ha ocurrido antes. En el caso de Saigón y de la guerra de Vietnam, se rindieron cuentas y se produjo un cambio, una especie de comprensión popular de los horrores infligidos por los estadounidenses en Vietnam. Espero que EEUU y otros países también reconozcan lo cómplices que han sido en Afganistán. Esto no ha ocurrido solo porque Estados Unidos se haya ido, ha sucedido porque estuvo allí durante 20 años e hizo muy poco por cambiar las cosas.

Fuente: elconfidencial.com (19/8/21) pixabay.com

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