Hace un mes la historia de la británica Jasmin Paris fue relatada en medios de todo el mundo: a sus 35 años, dando el pecho a su bebé de 14 meses, venció y batió el récord en la Montane Spine Race, una de las carreras de ultrafondo más duras del mundo, de 431 kilómetros y 13.000 metros de desnivel. Toda una hazaña…
Pero en absoluto una rareza.
Como Paris, antes destacó Courtney Dauwalter, maestra estadounidense y vencedora en múltiples pruebas como la Moab 240, que consiste en completar 383 kilómetros por el desierto de Utah.
Como Paris, su compatriota Nicky Spinks, que después de padecer un cáncer de mama en 2005 y una mastectomía en 2012, batió en 2016 el récord del doble Bob Graham Round, una ruta de 212 kilómetros y 16.400 metros de desnivel.
Como Paris, antes sobresalió la estadounidense Pam Reed, ganadora de carreras como la Badwater Ultramarathon, de 217 kilómetros, que empieza bajo el nivel del mar y acaba a casi 3.000 metros de altura.
Como Paris, en realidad, muchas otras. Y no sólo en atletismo. En natación, las cuatro distancias más largas jamás nadadas en mar abierto y sin ayuda han sido completadas por mujeres -el récord es de Sarah Thomas, 168,3 kilómetros-. En ciclismo, Lael Wilcow se ha impuesto en pruebas como la Trans Am Bike Race, que cruza Estados Unidos de costa a costa.
Las victorias de mujeres sobre hombres en competiciones de larguísima distancia son más o menos habituales y, además, según varios estudios, deberían serlo todavía más. Las peculiaridades físicas de cada género invitan a ello.
Diferencias físicas
En especial, una, centro de cualquier explicación, es la principal clave: ellas tienen más gasolina. Mientras los deportistas suelen situarse entre el 6% y el 12% de grasa corporal, las atletas raramente bajan del 14%. No tienen tanta masa muscular, es decir, tanta potencia, pero sí más reservas. «Y eso se nota mucho. Almacenamos más energía. Por cuantificarlo: un gramo de grasa proporciona nueve kilocalorías de energía mientras un gramo de glucosa [lo que libera el músculo], sólo cuatro», comenta Emma Roca, que sabe de lo que habla. Como atleta ha ganado el Mundial de raids de aventura, ultras como la Leadville 100 o la Transalpine Run en categoría femenina, triatlones y duatlones. Como bioquímica del proyecto Summit, ha investigado los efectos físicos de las ultramaratones.
Según sus explicaciones, cuanto más larga es la carrera, más opciones de victoria tienen las mujeres, una conclusión que apoyan otros estudios. La canadiense University of British Columbia, por ejemplo, pidió a atletas de ambos géneros que realizaran varios ejercicios: los hombres eran más rápidos y fuertes, pero se cansaban antes; las mujeres lograban mantener más tiempo un ritmo fijo y fatigarse menos. Entre las razones de esa diferencia, además del índice de grasa, los investigadores también valoraron que las mujeres, en general, pesaban menos -y por lo tanto machacaban menos su cuerpo- y disipan más rápidamente el calor que generaban con el movimiento.
El factor psicológico
Aunque no todo es físico. «De hecho, para mí el factor más importante es el psicológico. Nosotras solemos ser más conservadoras a la hora de gastar energía, sabemos dosificar mejor, somos más precavidas. En carreras tan largas el coco importa mucho: marcar un ritmo que no sea demasiado alto es esencial para llegar entero», analiza Roca y sus palabras, seguro, las subscribiría por completo Jasmin París. Su importante victoria en la Spine Race hace un mes tuvo mucho de psicológica. En el penúltimo checkpoint y pese a que ya sufría alucinaciones, aprovechó que su rival, el español Eugeni Roselló, se marchaba a dormir para abrir la ventaja que sería definitiva. Fue un ejercicio de puro aguante.
Algo muy femenino. Un estudio del investigador danés Jens Jakob Andersen, que cotejó los resultados de 131 maratones de todo el mundo durante más de una década, reveló que hay más mujeres (un 18%) que corren en progresión positiva, es decir, de menos a más. También que suelen retirarse menos y que si el crecimiento de la participación femenina sigue su ritmo no tardará en equipararse a la masculina en muchas carreras.
Con estos datos en la mano, ¿Será el momento entonces de eliminar las categorías? «Sería un poco atrevido. La parte muscular siempre estará a favor del hombre: más potencia, más capacidad aeróbica y pulmonar… Si hablamos de velocidad, las capacidades son distintas. Si hablamos de resistencia, ya es otra cosa. Yo mantendría las categorías, con igualdad de premios, aunque en determinadas pruebas, la ganadora de la categoría femenina pueda acabar antes que el ganador de la categoría masculina», finaliza Roca.
El maratón es muy «corto» para que se alcance la igualdad
En 1992, cuando empezó a dispararse la participación femenina en los maratones de Estados Unidos y Reino Unido, dos estudios pronosticaron que las mujeres pronto correrían los 42,195 kilómetros al mismo ritmo que los hombres. Incluso se atrevieron a poner fecha a la igualdad: 1998. Como es sabido fallaron. Hoy, la diferencia entre el récord masculino y el femenino se mantiene como entonces alrededor del 10% y, es más, ha aumentado ligeramente. Mientras los hombres ya amenazan la barrera de las dos horas tras el estratosférico 2:01:39 de Eliud Kipchoge el pasado septiembre, la plusmarca de las mujeres no se mueve desde hace más de 15 años: el 2:15:25 de Paula Radcliffe sigue siendo la referencia. Sus ventajas físicas necesitan más kilómetros para ser decisivas.
Fuente: Elmundo.es (18/2/19) Pixabay.com