Groenlandia se ha convertido en protagonista en los últimos días tras las declaraciones de Donald Trump, que ha insistido en que Estados Unidos debería controlar este territorio ártico. Aunque pueda parecer una idea descabellada, Trump argumenta que Groenlandia tiene un valor estratégico clave para Washington en su rivalidad con Rusia y China. Pero, ¿por qué este extenso territorio con una población de apenas 56.000 habitantes está bajo la soberanía de Dinamarca, a pesar de los 2.800 kilómetros que los separan?
La respuesta nos lleva a un pasado histórico que arranca con los vikingos en el siglo X. Fue entonces cuando colonos noruegos llegaron a estas tierras heladas, estableciendo los primeros asentamientos europeos. En 1261, Groenlandia pasó formalmente a ser parte del Reino de Noruega. Sin embargo, todo cambiaría con la Unión de Kalmar en 1380, cuando Noruega, Suecia y Dinamarca se unieron bajo una misma corona, quedando Groenlandia bajo control danés.
A pesar de que la unión de las coronas terminó en 1814 con el Tratado de Kiel, Dinamarca logró mantener Groenlandia, junto a las Islas Feroe e Islandia, consolidando su dominio en el Atlántico Norte.
La relación entre Dinamarca y Groenlandia no siempre ha sido fácil. Durante más de un siglo, el territorio fue tratado como una colonia, hasta que en 1953 se convirtió oficialmente en parte del Reino de Dinamarca. Sin embargo, los groenlandeses han buscado mayor autonomía a lo largo de los años, logrando un referéndum en 1979 que les otorgó autogobierno y ampliando estos poderes en 2009. A día de hoy, Groenlandia es una nación constituyente que gestiona su política interna, mientras que Dinamarca se encarga de la defensa y las relaciones exteriores.
La importancia de Groenlandia va mucho más allá de su historia. Este territorio, rico en recursos naturales, se ha convertido en una pieza clave en la geopolítica mundial. Según un informe del Servicio Geológico de Estados Unidos, la región ártica alberga el 13% del petróleo y el 30% del gas natural no descubiertos del planeta.
El deshielo provocado por el cambio climático está abriendo el acceso a estas reservas, además de crear nuevas rutas marítimas, como la Ruta Transpolar, que promete revolucionar el comercio global al reducir tiempos y costes de transporte.
Estos factores han desencadenado una auténtica lucha de poder en el Ártico. Estados Unidos, Rusia, Canadá y otros países nórdicos compiten por el control de estas nuevas rutas y recursos. China, a pesar de estar fuera de la región, también ha manifestado su interés, calificándose a sí misma como un «estado casi ártico» y aumentando su presencia con rompehielos y acuerdos comerciales.
Este renovado interés ha generado una militarización del Ártico, especialmente entre Washington y Moscú, que buscan proteger sus intereses en un escenario cada vez más estratégico.
La propuesta de Trump, aunque rechazada con firmeza tanto por Dinamarca como por Groenlandia, no es nueva. Estados Unidos ya intentó comprar Groenlandia en 1946, ofreciendo 100 millones de dólares. Ahora, el expresidente justifica su interés en términos de seguridad nacional, argumentando que el control del Ártico es vital para contrarrestar la influencia de Rusia y China. No obstante, las autoridades groenlandesas han sido claras: «Groenlandia no está en venta».
Este episodio también ha fortalecido los lazos entre Dinamarca y Groenlandia. La primera ministra danesa, Mette Frederiksen, ha calificado la propuesta de Trump como «absurda», destacando que «Groenlandia es de los groenlandeses». Por su parte, desde Groenlandia, los líderes locales han reafirmado su compromiso con la autonomía y su rechazo a cualquier intento de compra.
Fuente: elconfidencial.com (10/1/25) pixabay.com