La ciencia-ficción ataca de nuevo: una empresa británica llena el centro de Londres con sensores escondidos en papeleras que le permiten capturar la dirección MAC de los dispositivos que pasen por la zona, almacena los datos y lo vende como “la cookie del mundo físico”, el identificador capaz de caracterizar a un usuario en movimiento.
El paralelismo con el funcionamiento de las cookies resulta casi perfecto: un identificador único que caracteriza a una máquina cuyo uso es asimilado con un usuario determinado, con sus posibles errores, pero que proporciona una imagen mucho más completa que no disponer de información alguna. En el caso de los dispositivos móviles, los errores, además, se ven reducidos, porque las ocasiones en las que nos separamos de nuestro smartphone o en las que lo utiliza otra persona que no somos nosotros son bastante menos habituales que en el caso de un ordenador. Realmente, el mecanismo no permite conocer el nombre del usuario hasta el momento en que podemos vincularlo a un alta o a una transacción, pero sí conocer de manera bastante completa sus hábitos, sus desplazamientos, o muchas de sus preferencias.
El vídeo y la nota de prensa sobre la tecnología ORB publicados por la compañía son dignos de verse:
En una semana y con una docena de dispositivos dispuestos en la calle, más de cuatro millones de capturas de dispositivos con algo más de medio millón de dispositivos únicos, con datos que permiten conocer su tipo, movimiento, dirección y velocidad, así como un completo mapa de intensidad de tráfico, cuotas de mercado de los dispositivos (67,3% de una sola marca) o los hábitos de los usuarios.
La idea recuerda enormemente al supuesto uso de ubicuos escáneres oculares en la película Minority Report (escanear un ojo es todavía hoy una tecnología que exige proximidad y que resultaría muy complicado hacer de manera no intrusiva), y particularmente a aquella escena de la entrada en The Gap cuando los ojos del protagonista son escaneados y un holograma le pregunta por sus compras anteriores. He utilizado esa escena en clase en numerosas ocasiones en mis cursos, y genera una curiosa mezcla de inquietud y codicia: inquietud en quienes se sienten observados de una manera que excede su control, y codicia en quienes se imaginan utilizando esos datos para saber más de sus clientes potenciales y sueñan con incrementar magnitudes como las ventas cruzadas o el ticket medio por visita.
¿Quien necesita escanear ojos cuando puede de manera sencilla escanear dispositivos que llevamos con nosotros de manera permanente? En el entorno informativo actual, todas las sensaciones relacionadas con la inquietud se acrecientan: ya no se trata simplemente de sentirnos espiados en nuestros hábitos por objetos cotidianos, sino de no saber con seguridad quién dispone de esos datos. Dos hechos relevantes fundamentales: por un lado, la evidencia de cómo el uso de esos datos no ha redundado tradicionalmente en una mejor adaptación de los productos y servicios al usuario, sino en una escalada del nivel de “acoso” comercial. Por otro, un escenario informativo que nos revela cómo todos los controles razonables con respecto al uso de la información han sido vulnerados de manera sistemática hasta convertirnos en auténticos hamsters que se mueven en un laberinto, observados por el ojo del investigador.
Volvemos a la misma conclusión: la tecnología no es buena ni mala, solo lo son los usos que hacemos de ella. Desarrollada de manera respetuosa, con posibilidad de elegir y con los controles adecuados, monitorizar la entrada de un usuario en un establecimiento y proporcionarle el nivel de servicio que se puede estimar razonablemente que desea podría ser una manera de facilitarle las cosas, de hacerle la vida más agradable y, por qué no, en último término, de venderle más o mejor, de mantener una relación comercial más provechosa y sostenible. En el escenario actual, en un Londres erizado de cámaras y de papeleras que ocultan dispositivos que te monitorizan, las posibilidades de que algo así sea aceptado con normalidad en lugar de visto como inquietante se convierten en escasas, y si terminamos por aceptarlo, será porque prácticamente no tenemos otra opción. Como en tantas otras ocasiones, es el mal uso de la tecnología por parte de irresponsables que no consideran la sostenibilidad como un factor en su desarrollo el que termina por condicionar sus posibilidades y evolución.
Fuente: Enriquedans.com (10/8/13)
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