El suceso pasó más bien desapercibido. Varias sucursales del Metro Bank al oeste de Londres se vieron asediadas de repente por hordas de clientes que reclamaban que les devolviesen su dinero y les entregasen sus joyas guardadas en cajas de seguridad. Era mayo de 2019, y se había corrido la voz a través de WhatsApp de que su bancarrota estaba próxima. La entidad respondió que se trataba de rumores sin fundamento. Cayó en Bolsa, pero terminó calmando los ánimos y sobrevivió. Cuatro años después, una nueva hornada de pánicos bancarios asola Estados Unidos y Europa. Y en todos ellos llama la atención una cosa: no se han producido colas o estas han sido irrelevantes para la suerte final del perjudicado.
Las palabras Silicon Valley eran hasta hace poco equivalentes a éxito. Cuando un país construía un ecosistema tecnológico potente, inmediatamente se le añadía el calificativo. Así ocurre con Bangalore, el Silicon Valley indio. O con Shenzhen, el Silicon Valley chino. Este mes hemos aprendido que también existía una entidad financiera llamada Silicon Valley Bank (SVB), y cuando resuenan esos dos términos, la mitología de start-ups nacidas en garajes rivaliza ahora con una mística menos deslumbrante: la de los bancos que acabaron en el cementerio. Su derrumbe abrió la veda de la actual crisis bancaria. No es la primera ni será la última entidad que acaba quebrando, pero su colapso tiene un punto que lo hace único: los 42.000 millones de dólares retirados en solo 10 horas, un ritmo de más de un millón de dólares por segundo, es la salida de depósitos más veloz de la historia.
Tras esos números hay un modelo de negocio diferente. Como sus clientes eran mayoritariamente empresas, y estas guardan en sus cuentas cantidades más elevadas, la huida de fondos es más sencilla. Pero el Silicon Valley Bank es también un símbolo de los nuevos riesgos que afrontan los bancos: las aplicaciones digitales permiten mover dinero de manera instantánea, sin dar tiempo a las autoridades a intervenir con un rescate urgente. Antaño, con el gota a gota de los clientes pasando por ventanilla, el margen de tiempo era mucho mayor antes de que todo fuera irreversible.
El banco es también ejemplo de otro fenómeno reciente, el de las estampidas promovidas por una alerta que gana dimensión en redes sociales, WhatsApp, Slack y otras plataformas de comunicación digitales. “Todo se precipitó cuando se conocieron las pérdidas en su cartera de bonos. El mercado desconfió y comenzaron los mensajes de WhatsApp y las retiradas por internet”, señala Germán López Espinosa, catedrático de Contabilidad de la Universidad de Navarra y de IESE Business School. “En el caso del Banco Popular, por ejemplo, no hubo esa sangría de un día, aunque sí declaraciones que generaron miedo”, compara.
Mensajes como el del influencer Kim Dotcom llamando a sacar el dinero de los bancos en plena tormenta financiera tuvieron 2,4 millones de reproducciones en Twitter. Su perfil cuenta con 1,3 millones de seguidores, y no es el único que estos días ha estado emitiendo recomendaciones con potencial para amplificar la ansiedad de los clientes, incapaces de saber por sí mismos si su banco es solvente. “Los rumores se extienden más rápidos en redes sociales, y para los bancos es difícil frenarlos. Es un tema sobre el que reflexionar”, apunta Antonio Carrascosa, ex director general del FROB (Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria).
Otros mensajes, como el del emprendedor Jason Calacanis (700.000 seguidores en Twitter) diciendo: “Deberías estar absolutamente aterrorizado justo ahora”; o el de Bill Ackman, multimillonario y consejero delegado de un fondo, con 685.000 seguidores, anticipando nuevas salidas de depósitos en el sector, ayudaron a extender un clima de incertidumbre. Esto hizo preguntarse al diario The Wall Street Journal si el del Silicon Valley Bank no sería el primer colapso nacido del pánico tuitero.
No solo ha ocurrido en el SVB y las ruidosas redes sociales estadounidenses. En la presuntamente pacífica Suiza, cuando al presidente de Credit Suisse, Axel Lehmann, le preguntaron el domingo, en plena rueda de prensa sobre su absorción por UBS, acerca de los culpables del desastre, el alto ejecutivo aludió a la “tormenta en redes sociales” desatada en otoño. Muchos lo han criticado por ello, al ver en el mensaje un intento por no asumir su propia responsabilidad. Se refería Lehmann a un tuit publicado, y luego borrado, por el periodista económico australiano David Taylor, de la cadena ABC, en el que insinuaba que un importante banco internacional estaba al borde del precipicio. No hizo falta pensar demasiado. Todos dieron por hecho que se trataba de Credit Suisse. Otro frente de batalla fue la denuncia del banco contra la web Inside Paradeplatz, en la que se vierte información confidencial sobre los asuntos internos de las entidades suizas, y que toma su nombre de la plaza de Zúrich donde tienen su sede UBS y Credit Suisse.
Los clientes de este último sacaron de sus cuentas en 2022 unos 123.000 millones de francos suizos —una cantidad similar en euros—, la mayoría en el último trimestre. Es imposible saber cómo influyó esa mala publicidad en redes sociales y otras plataformas, pero en la cúpula de la entidad están convencidos de que como mínimo contribuyó a engordar la bola de nieve que lo arrastró al abismo.
¿Cómo puede un banco protegerse ante estas nuevas amenazas? Para Antonio Moreno, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Navarra, hay formas de crear cortafuegos. “Lo que ayuda a evitar pánicos es diversificar depósitos y activos. Cuando te llegan depósitos de gente muy distinta es más difícil que se coordinen para retirar dinero a la vez. Eso fue lo que sucedió en el Silicon Valley Bank, donde un determinado sector, el de las tecnológicas, efectuó retiradas y la fuga fue muy rápida. Lo mismo sucede con los activos: hay que diversificar el riesgo, y el SVB fue un ejemplo de lo que no hay que hacer porque compró demasiados bonos”.
Los grandes, ¿más protegidos?
Ni siquiera eso supone una protección absoluta frente a noticias falsas o viralizaciones de problemas reales que extiendan una percepción de riesgo y amplifiquen los problemas. Vista esta situación, el consultor de Scope Group Sam Theodore cree que los test de estrés de la banca, donde las autoridades miden su fortaleza para resistir eventos adversos, deberían incorporar como factor estos riesgos digitales.
En su opinión, pueden animar un trasvase de dinero de bancos pequeños y medianos hacia los grandes. “Una retirada masiva de depósitos digitales puede tener consecuencias fatídicas para cualquier banco, pero es muy improbable que esto le ocurra a grandes grupos con franquicias diversificadas —aunque sean mayoritariamente nacionales— como los bancos líderes a nivel nacional de toda Europa. La situación es diferente para los bancos de segundo y tercer nivel, más pequeños e insuficientemente diversificados, que siguen siendo intrínsecamente más vulnerables”, afirma.
Ese diagnóstico daría esperanzas a Deutsche Bank, el banco más grande de Alemania, en la mirilla del mercado. Y explica las fugas de bancos regionales estadounidenses hacia gigantes como JPMorgan y Citigroup, percibidos por el gran público como too big to fail —demasiado grandes para caer—, y por tanto más seguros.
El Banco Nacional de Suiza insistió pocos días antes de la caída de Credit Suisse en que la entidad contaba con liquidez y capital suficiente. Y sus cifras oficiales así lo avalaban. Solo se dio por imposible su continuidad en solitario cuando las retiradas de dinero llegaron a rondar los 10.000 millones algunos días. La crisis de confianza se extendía sin que hubiera un solo grito a las puertas de sus sucursales. Los clientes, invisibles como fantasmas, hacía tiempo que leían las noticias sobre los escándalos y malos resultados del banco, observaban los debates que se abrían al respecto en redes sociales, y seguían la última hora de la crisis bancaria en Estados Unidos. Los más cautelosos movieron su dinero de una forma tan implacable como limpia, aprovechando esas aplicaciones cómodas, baratas y rápidas concebidas precisamente para facilitar su operativa y retenerlos.
Fuente: elpais.com (25/3/23) pixabay.com