El 16 de mayo, el alpinista Sergi Mingote hizo cumbre en el Lhotse, la cuarta montaña más alta del mundo. Lo hizo solo y pudo disfrutar durante media hora, sin interrupciones. A poca distancia de allí, menos de tres kilómetros en línea recta, el panorama era muy diferente en la cima del Everest. «Lo mismo había 30 o 40 personas. Si no más», dice. «Eso demuestra que el problema radica solo en algunas montañas, sobre todo en el Everest. El Lhotse está al lado, pero éramos cuatro gatos y no había problemas de masificación».
Una foto del alpinista Nirmal Purja que mostraba una larga cola de personas atascadas mientras descendía de la cumbre del Everest ha dado relevancia a un problema que no es nuevo, pero que quizá nunca había sido tan visible como ahora. Los montañeros expertos denuncian la comercialización de esa y otras montañas, una tendencia que no solo va contra el espíritu del montañismo, sino que además es muy peligrosa. La temporada de ascenso al Everest acaba de cerrarse con once muertes, la cifra más alta de los últimos cuatro años. Algunas de ellas son consecuencia directa de los atascos en la ruta.Ver imagen en Twitter
Phase one complete with a week to spare. I hope people are now believing. I hope the support continues and #ProjectPossible meets the funding and sponsorship we still need. Strange how a photo of a queue has had the biggest response so far!!82012:05 – 24 may. 2019245 personas están hablando de estoInformación y privacidad de Twitter Ads
«Hay una parte casual en esta historia», dice Ferrán Latorre, uno de los pocos alpinistas que ha subido los 14 ochomiles. «Este año, por lo que sea, no hubo días de buen tiempo antes de ese día. La gente estaba preparada y quería aprovechar la primera oportunidad porque quería volver a casa. Si tienes una buena oportunidad, ¿para qué esperar a la siguiente? Quizá la siguiente no venga«.
«En los últimos años, los días de cumbre están siendo entre 10 y 13. Este año ha estado por debajo de ocho y días buenos, buenos, fueron pocos. Las expediciones comerciales solo suben en días buenos. Los alpinistas intentamos no subir en esos días y hacerlo en otros, aunque sean un poco peores, porque sabemos que las comerciales no suben. Si es uno de esos años que da pocos días buenos, se aglutinan todas las expediciones comerciales en esos días. Eso ha pasado el 16, 18, 21, 22 o 23 de mayo, los días que ha habido bastante buen tiempo», dice Mingote. Nirmal Purja hizo la foto el 22 de mayo.
«No me ha sorprendido en exceso porque sabía que iba a haber mucha gente. En septiembre estuve en el Manaslu y había también mucha gente. Llevo muchos años en este mundillo y sabía que habría muchas expediciones», continúa Mingote, que tiene más de 20 expediciones en su currículum. Esta vez no subió al Everest, pero durante días estuvo dentro de ese parque temático del montañismo en que se convierte la montaña más alta del mundo cada primavera. Hasta el campo 3, el Lhotse y el Everest comparten recorrido. «Sí me sorprendió encontrarme tanta, tanta gente sin ninguna experiencia. Antes se combinaba un poco más. Esta vez más del 90 % no tenía ninguna experiencia, y eso es uno de los factores determinantes en lo que ha pasado. La falta de conocimientos sobre la montaña y la falta de experiencia de entrenamientos hacen que la gente sea más vulnerable», explica.
«Yo he estado en el Everest solo, con dos compañeros más, en el otoño de 2006, con el programa ‘Al filo de lo imposible’. En un intento que hicimos Alberto Iñurrategi, Juan Vallejo y yo por la cara norte, en una ruta que se llama Corredor Hornbein. No es que estuviéramos solos en nuestra ruta, que es una ruta difícil, es que no había nadie más en todo el Everest», dice Latorre como ejemplo de que la masificación del Everest está concentrada en el tiempo y en el espacio: en la cara sur durante mayo. «La gente no sabe que en el Everest no hay nadie ahí arriba durante 355 días. Todas las expediciones se concentran en una semana», dice Mingote.
La ventana de primavera varía según el tiempo, pero rara vez supera las dos semanas. Eso provoca que el número de cimas se multiplique en los días buenos. Entre el 18 y el 26 de mayo de 2012, 407 personas hicieron cumbre en el Everest, según los datos publicados por el Ministerio de Turismo de Nepal. En 2017, la ventana fue de 13 días (del 15 al 28 de mayo) e hicieron cumbre 424 personas. Una de ellas fue Latorre, que hizo cima el 27 de mayo. «Igual aquel día subimos 30 personas en total por el lado nepalí. Y coincidí con unas diez personas solo. ¿Por qué? Porque hacía mal tiempo», recuerda.
Problema uno: la demanda
«Hay tres problemas. El primero es que hay mucha demanda. Mucha gente quiere subir al Everest», dice Ferrán Latorre. Este año, aunque aún no hay un recuento oficial, se estima que casi 600 personas alcanzaron la cima durante el mes de mayo, informó a Efe el director del Departamento de Turismo nepalí, Meera Acharya. La mística de la montaña más alta del mundo no se puede cambiar. «Existe esa percepción de que el Everest es algo lejano, de difícil acceso», dice Latorre. Ahí reside gran parte de su atracción.
«Se está criticando mucho la foto, pero al final considero que la masificación es un elemento más, y probablemente no el más grave. No sería tan grave si toda esa gente fuera experta y tuviera una cierta autonomía, pero lo que pasa en el Everest es que cada vez está yendo más gente que no sabe hacer las maniobras adecuadas, que no tiene experiencia en montaña y que no tiene una trayectoria. Todo eso es lo que ha provocado las once muertes. Se han cometido imprudencias. El problema más importante es que se ha perdido el respeto a la montaña, en este caso a la montaña más alta del mundo», señala Mingote, muy crítico con quienes van al Everest a hacer turismo: «Para la gran mayoría de los que van es su primera montaña y además no tienen ningún interés en ninguna otra. Un año están subiendo el Everest y al siguiente están cazando un tiburón blanco. No tiene nada que ver con el alpinismo, es algo muy diferente».
«Un año están subiendo el Everest y al siguiente están cazando un tiburón blanco. No tiene nada que ver con el alpinismo», dice Sergi Mingote
Tanto Mingote como Latorre coinciden en señalar que la masificación no es un problema exclusivo del Everest. «Las montañas más altas de todos los sitios están masificadas. El Aneto, la más alta de los Pirineos, durante los fines de semana en verano está masificada. Igual que el Mont Blanc. El problema es que si en vez de 3.000 metros estás a 8.000, en el momento de dar la vuelta y bajar tienes un grave problema, porque igual el punto más cercano lo tienes a cinco o seis horas. Ahí es donde la gente pierde la vida», explica.
«Cuando se subió por primera vez el Mont Blanc en 1786, fue una proeza, pero ahora es una montaña comercializada. Hay teleféricos, refugios estables, guías, etc. Lo que ha pasado con el Mont Blanc, está pasando con el Everest. Hay gente que vive de que la probabilidad de subir a la cumbre de sus clientes sea muy alta. Eso crea un efecto llamada. Subir al Everest ha pasado a ser una cosa ‘cool’«, dice Latorre. «Ahí está el recelo del alpinismo más puro. De alguna manera han ocupado nuestro espacio. Pero todo es legítimo. Como no hay un juez, todo vale. Los límites los pone cada uno con su compromiso y su ética. Y ahí está la polémica, porque unos lo valoran de una manera y otros de otra. Esa es un poco la guerra que existe al alrededor de la comercialización de algunos ochomiles».
Problema dos: la oferta
«Hay otro problema con la oferta. Hay muchas agencias que viven de esto. Las hay que se cuidan mucho de tener clientes no competentes. Es una cuestión de negocio: no te interesa tener clientes que se maten. Pero hay mucha empresa a la que le da igual», denuncia Latorre. Muchas agencias que organizan expediciones al Everest no exigen unas habilidades mínimas a sus clientes. Si pagan, ellos ponen el resto. Es lo que Latorre califica como facilitar la montaña. «¿Hasta qué punto se está excediendo el hecho de facilitar la montaña? No hay límite. Siempre la puedes facilitar más y más. Algún día igual ponen un teleférico hasta el campo 2 del Everest. Se ha facilitado mucho porque es un negocio», dice.
«Hay gente que cree que con dinero puedes conseguirlo todo. Puedes conseguir servicios (sherpas, oxígeno), pero no el aprendizaje. Pagando no pasas de no saber a saber. Es gente que no es alpinista. Y eso se paga», dice Mingote, que en sus días en el campamento base del Everest conoció el caso de uno de esos clientes que pagan un dineral por una ascensión lujosa. «Vi a un chino que había pagado 130.000 euros. Me explicaron qué servicios tenía: internet ilimitado, calefacción en la tienda, un domo prácticamente para él solo, servicio de comida más amplio, servicio de helicóptero ilimitado… Hay muchos que no suben desde abajo, les dejan directamente en el campo 2. Todas esas cosas adulteran la ascensión a la montaña», dice.
«Cuando ves gente que está aprendiendo cómo se ponen los crampones en el campo base, pues es preocupante. Es gente que está haciendo un minicursillo para, como mínimo, saber progresar cuando le atan a la cuerda. Son situaciones esperpénticas, pero que suceden en la montaña más alta del mundo», continúa Mingote. «Al final, tampoco estás aprendiendo, porque te lo están haciendo absolutamente todo. Pero son situaciones extremas, en unas condiciones extremas, y por muy guiado y muy enchufado de oxígeno que vayas, siempre hay problemas. Las muertes no son una buena publicidad, pero el exotismo atrae. La demanda es tan alta que aunque haya algunos que no vayan por las muertes, van a seguir teniendo más demanda que su oferta».
«El Everest puede morir de éxito. Si pierde el glamour y el encanto, quizá a mucha gente ya no le interese», dice el alpinista Ferrán Latorre
Problema tres: la falta de regulación
«El último problema es que no hay regulación. Por eso todo el mundo puede intentar subir al Everest», dice Latorre. «Tenemos todavía esta visión romántica del Everest de los años 70, cuando hacían cumbre una o dos personas. Lo de ahora nos parece mucho. Pero las cosas han cambiado. No es que antes la gente fuera más auténtica, que también, sino que hasta finales de los 80 el Gobierno de Nepal solo daba un permiso a un grupo por estación. En lugar de 1.000 personas solo había un grupo de diez alpinistas. Y de esos diez hacían cumbre dos, tres, cuatro o ninguno. Ahora no hay limitación. Todo el mundo puede intentar subir al Everest en cualquier momento. Pero mayoritariamente se escoge la primavera porque es la época más benigna», apunta Latorre.
«Solo con que dijeran que para ir a la montaña más alta del mundo has de haber subido cualquier otro ochomil, ya se reduciría en un 95 %», dice Mingote. «Lo lógico sería primero foguearte en Pirineos, luego pasar a los Alpes, después los Andes y tocar los 6.000 y luego empezar con montañas de 7.000 u 8.000 metros. Para la mayoría de la gente que va al Everest ese no es el caso. Igual es su primera montaña. Se trata de hacerse la foto en el punto más alto del mundo. No deja de ser un turismo de altura que está teniendo graves consecuencias«. Latorre, que opina igual, explica la necesidad de exigir haber coronado un ochomil. «Es lo más fácil de certificar. Si dices que has subido un seismil, los hay por todo el mundo. En un ochomil el control puede ser más exhaustivo».
«No soy tan partidario de cerrarla», dice Mingote sobre la posibilidad de restringir el acceso a la montaña. «También se ha de pensar en esa gente a la que el turismo de montaña le da de comer. Se ha de buscar una fórmula que no les quite el pan. La regulación es necesaria y además con cierta urgencia, pero que permita seguir viviendo a los sherpas y porteadores. Nepal no es China, es un país pobre. Necesita este turismo. Los chinos pueden permitirse cerrar tranquilamente el Everest porque no necesitan esos ingresos».
«El Everest puede morir de éxito. Si pierde el glamour y el encanto, quizá a mucha gente ya no le interese», dice Latorre. «Lo de estas semanas ha pasado otros años y puede volver a pasar. Si no cambian las cosas, cada año veremos fotos similares«.
Fuente: elconfidencial.com (2/6/19) Pixabay.com