Las entidades de ahorro españolas, en especial las que fueron rescatadas con dinero público, amasaron durante décadas grandes carteras industriales salpicadas con participaciones en empresas quenada tenían que ver con su objeto social. Desde bodegas a clínicas oftalmológicas, navieras, empresas de alquiler de aviones, de embutidos o campos de golf. Muchas de ellas fueron inversiones arriesgadas que todavía siguen lastrando los balances de los bancos en los que acabaron por convertirse aunque lo que realmente ha hundido a esas cajas fue su apuesta por el ladrillo. Los escándalos y las acusaciones de despilfarro han forzado que la mayoría de esos excesos se encuentren en venta o en proceso de liquidación.
Bankia, que necesitó un rescate de 2.2242 millones de euros, todavía es dueña de Alazor Inversiones. Esa empresa es accionista único de Accesos de Madrid, concesionaria de la R-3 y la R-5, infraestructuras en quiebra y pendientes del rescate.
La matriz de la antigua Caja Madrid está liquidando su participación en Vissum Corporación, una red de clínicas oftalmológicas especialistas en el tratamiento de la miopía; y se quiere librar de varias navieras radicadas en Las Palmas dedicadas a la compra y explotación de barcos. También ha echado el cierre en Madrid Deporte Audiovisual, sociedad donde participaba Telemadrid, que poseía los derechos de emisiones del Atlético de Madrid y el Getafe. “Esos derechos caducaron, la empresa está inactiva”, asegura un portavoz de Bankia.
En el extranjero, la antigua Caja Madrid intentó expandirse a mediados de la década pasada con otra curiosa empresa: Beimad Investment Services Company, una firma mixta radicada en Pekín y participada por el Gobierno chino para fomentar la inversión en ese país. Poco se sabe sobre sus resultados. Lo único cierto es que, como la mayoría de su cartera industrial, está en venta. “Somos un banco, nuestra filosofía está en dar crédito, no en invertir en participaciones industriales”, subraya ahora la entidad presidida por José Ignacio Goirigolzarri, que ha conseguido 4.600 millones de euros tras desprenderse de más de 200 sociedades.
Bankia posee la concesionaria en quiebra de las radiales de Madrid
Algunas de las inversiones de las cajas, en especial las radicadas fuera de España, dependían más de la voluntad de los primeros directivos que de un verdadero estudio sobre las necesidades del tejido industrial. El que fuera director general de Caixanova, Julio Fernández Gayoso, hoy imputado en un procedimiento que instruye la Audiencia Nacional, consiguió a principios de la década pasada uno de sus sueños: convertirse en un gran bodeguero. Entre aplausos de la concurrencia reunida a orillas del Duero, en la localidad de Gaia, en 2003 brindó con el entonces presidente de la Xunta, Manuel Fraga, por el futuro de la gran bodega que acababa de remodelar en Oporto. Había gastado 18 millones en convertir una vieja quinta en un lugar donde periódicamente se celebraban reuniones de la caja para saborear los vinos añejos que dan fama a la segunda ciudad de Portugal. En 2006 Caixanova ya era dueña de bodegas en Galicia, Castilla-La Mancha y Portugal. ¿Qué tenía que ver el vino con el objeto social de una modesta caja de ahorros del noroeste peninsular? Nada, pero los directivos esgrimían que los lazos culturales con Portugal eran razón suficiente para abordar el proyecto. Sogevinus, la empresa que sirvió como vehículo para esa inversión y que presentó pérdidas durante años, sigue flotando en el balance de Abanca, la entidad a la que han ido a parar los activos de las cajas gallegas tras una inyección pública superior a 9.000 millones. Abanca también sigue siendo accionista del 20% de una empresa de jamones de Guijuelo, Julián Martín, donde también invirtió (y desinvirtió), Bankia.
Abanca es dueña de Sogevinus, propietaria de bodegas en Oporto
Aunque la mayoría de activos fallidos de las antiguas cajas son de naturaleza inmobiliaria y fueron a parar a la Sareb (Sociedad de Gestión de los Activos Procedentes de la Reestructuración Bancaria), el banco malo. En 2012 se traspasaron promociones tóxicas —por valor de 50.781 millones de euros— de Bankia, Catalunya Banc,Novagalicia Banco, Banco Gallego y Banco de Valencia, entidades participadas por el FROB. El balance se completó en febrero de 2013 con las ruinas del ladrillo de Banco Mare Nostrum (BMN), Liberbank, Banco Caja 3 y Banco de Caja España de Inversiones, Salamanca y Soria (Banco CEISS). En el banco malo terminaron activos como un castillo o una ciudad preparada como decorado para películas del Oeste americano (la Sareb no ha dicho a quién pertenecen) y el Club de Golf Hacienda del Álamo, impulsado por Catalunya Caixa, que gestionaba un campo de 18 hoyos en 92 hectáreas de superficie situadas en la provincia de Murcia. La caja fue la promotora de la urbanización que rodea el complejo, del que poseía el 97%. En 2013 presentaba unas pérdidas de 1,6 millones: traspasó el ladrillo a la Sareb y liquidó la sociedad gestora. Las ansias por el inmobiliario impulsaron desarrollos urbanísticos en Alemania, Polonia y Holanda de otras cajas, la mayoría con dudosos resultados.
Las antiguas cajas también traspasaron otros negocios que nada tenían que ver con su actividad, como el aeronáutico. El Banco Sabadell, por ejemplo, heredó tres aviones que la CAM poseía en sociedades que los arriendan a terceros. Son pequeñas naves, de hasta 50 plazas, como el Bombardier CRJ200 que constituyen el principal activo de Agrupaciones de Interés Económico, que los explotan durante un periodo de entre 10 y 20 años. El Sabadell, propietario de Aviones Carraixet, Aviones Turia y Aviones Portacoli, tiene previsto liquidar esas compañías entre 2016 y 2017. El banco también está liquidando Galebán 21, el holdingque recibió como parte de la compra del Banco Gallego. De esa entidad todavía tiene en sus manos la empresa Adara Renovables, una sociedad que se constituyó para construir una planta de biodiésel (a través de su filial 100% denominada Energía Gallega Alternativa), que fracasó estrepitosamente pese a contar con importantes ayudas públicas y tuvo que reorientar su actividad a la recogida de aceites usados. Estos y otros delirios de grandeza los acabaron pagando los contribuyentes.
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