Por qué los españoles somos los únicos europeos obsesionados con las persianas

“Es como si los españoles tuvieran miedo a la luz”. Lo dice Caroline Jurgens, una holandesa de 42 años que lleva viviendo en España desde 2005. Jurgens llegó a Madrid desde Ámsterdam y una de las primeras cosas que le chocó fue descubrir que las casas de nuestro país tenían las persianas bajadas durante gran parte del día.

Quizá como rebelión a esta costumbre doméstica nacional, lucha por tener las de su casa madrileña siempre subidas. “Aquí se cierran todo el año, incluso en invierno, aunque no haga calor; los holandeses hacemos lo contrario: requerimos luz todo el tiempo”, asegura. Jurgens habla, además, con conocimiento de causa ya que trabaja de lo que se llama home staging, asesoramiento para realzar (poner bonita) una vivienda y venderla lo antes posible.

“La ética católica implica una preocupación por el qué dirán, por demostrar una conducta irreprochable acorde con lo que se espera socialmente de ti. Y las persianas desconecten tu casa del exterior ”

Si el uso de persianas en buena parte de Europa es algo residual o anecdótico, en España forma parte de la cultura popular y, casualmente, casi siempre las tenemos bajadas. Además del determinante factor de que nuestro país tiene más horas de luz de media al año –entre 2.500 y 3.000, frente a las 1.600 de países como Reino Unido u Holanda–, existen otras razones que hacen que las persianas (arriba o abajo), para nosotros, sean parte esencial del paisaje inmobiliario.

Cualquier español que viaja a un país centroeuropeo comprueba, casi con pudor, cómo es la vida cotidiana de los vecinos a través de sus ventanas. Esta exposición excesiva, casi de escaparate, sin persianas ni cortinas extendidas en las casas de estos países sería imposible llevarla a cabo en nuestro país. “En España existen aún costumbres de la cultura árabe muy enraizadas, de vivir para dentro de la casa y tener lo bonito en el interior, como los patios, y mirar a través de las celosías”, explica Jurgens.

Esta huella andalusí del siglo VIII contrasta aún hoy con la idea calvinista de los países protestantes del centro de Europa de abrir las casas «para demostrar la honestidad de sus huéspedes y no tener miedo a enseñar si eres pobre o rico». “Para nosotros, en Holanda, no tener persianas (o las cortinas abiertas) busca la intención de compartir información, de decir que no tenemos nada que esconder”, explica Jurgens. “Yo les digo a mis clientes que abran las persianas si quieren vender pronto: las casas parecen más grandes y más bonitas”, remata.

En España, el sector de la industria de la persiana está copado, en su mayoría, por empresas familiares, muchas de ellas en la zona de Levante, como Persax. Esta compañía, creada en 1976, facturó el pasado año 21,5 millones de euros en persianas, de las que, curiosamente, más del 40 % son exportaciones a otros países.

El español, pese a su carácter abierto, es reservado con una cierta exposición de sus intimidades. Nuestra relación con los vecinos es animosa, pero intentamos que no pasen del quicio de nuestra puerta. “Se está más en la calle, se conoce más al vecino. De esa mayor convivencia se deriva un gran interés por conocer la vida ajena y un menor interés en que los demás conozcan la propia; por lo tanto hay que colocar barreras”, cuenta Juan Carlos Barajas (Madrid, 1960), sociólogo y autor de la web de divulgación Sociología Divertida.

Y en estas fronteras, de nuevo la religión toma protagonismo. “La ética católica implica una mayor preocupación por el qué dirán, por demostrar una conducta irreprochable acorde con lo que se espera socialmente de ti, por lavar los trapos sucios en casa. Por lo tanto, tienes que disponer de un interruptor, persianas y cortinas que desconecten tu casa del exterior para hacer lo que los demás no quieres que vean”, añade el sociólogo. Y, pese a lo que habitualmente se cree, no es la calle el lugar donde más están los españoles: según el barómetro de Viviendas Saludables de la firma Velux, pasamos el 90 % de nuestro tiempo en un interior, y gran parte en nuestros hogares.

La frontera sobre la relevancia de lo que sucede en tu casa para los vecinos es otro debate contemporáneo que traslada el uso de las cortinas y persianas de lo moral y religioso al ámbito legal. Protagonizar una escena de La ventana indiscreta (1954), de Alfred Hitchcock, puede traer ciertos problemas. En hoteles como The Standard, en el barrio de Meatpacking de Nueva York, cuyas paredes son de cristal, es habitual ver a curiosos detenerse, a los pies del High Line, para ver qué esconden los huéspedes tras las cortinas abiertas. Páginas web como Visual Hunt están repletas de escenas íntimas tomadas desde el exterior de este hotel.

El pasado febrero un lector de la sección inmobiliaria de The New York Times –de 70 años– envió una carta al diario explicando que un vecino suyo le acusaba de exhibicionismo en su propia casa. “Seguramente mi vecino me vio desnudo temprano por la mañana cuando voy a la cocina a calentar agua”, aseguraba en el escrito. Quizá este problema de convivencia se hubiera solucionado con unas cortinas o unas persianas, aunque en España, según Leandro Núñez, abogado de Audens especializado en derecho a la intimidad, “el nudismo no está prohibido, está regulado según ordenanzas municipales, pero todos podemos desnudarnos en nuestras casas libremente”.

El artículo 185 del código penal solo marca delito de exhibicionismo cuando hay actos obscenos ante menores de edad o personas con discapacidad. Si se incumple esto, ya sea dentro o fuera de tu casa, y se tengan abiertas o cerradas las persianas, existen multas de 12 a 24 meses y pena de prisión de seis meses a un año.

Por si acaso, seguiremos haciendo como la Vieja’l Visillo, el personaje creado por el humorista José Mota, escondiéndonos de nuestros vecinos tras las lamas de una persiana.

Fuente: Elpais.es (6/4/18) Pixabay.com

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