La tensión entre Rusia y Ucrania (y Occidente) parece haber alcanzado un punto de casi no retorno. Para lograr un alivio de la situación sería necesario que una de las dos partes diese su brazo a torcer, algo poco probable tras el envío de tropas rusas al Donbass. Ahora, los analistas empiezan a calcular cuál sería el coste económico de un conflicto entre ambos países. Las consecuencias se producirían en tres tiempos con diferentes víctimas. Los mercados financieros primero, el precio de las materias primas al contado y sus derivados después (producto del impacto de las sanciones), y una tercera parte conformada por unas tendencias más estructurales, de largo plazo, que implicarían desde un mayor gasto en defensa hasta un nuevo impulso a la desglobalización.
Lo cierto es que algunas de estas consecuencias ya se pueden ver. La tensión está afectando de lleno a los mercados financieros con caídas en las bolsas, por un lado, y ascensos del oro y las materias primas por otro. Estos movimientos podrían acentuarse con la inminente llegada de las sanciones que la Unión Europea y EEUU van a comenzar a implementar sobre la economía rusa.
Desde la institución financiera Berenberg explican en una nota que «una guerra rusa contra Ucrania sería una tragedia humana y podría decirse que es la peor amenaza para la seguridad mundial desde la crisis de los misiles cubanos de 1962. El posible impacto económico, financiero y político en Europa podría tener tres etapas: muy corto plazo, medio plazo y largo plazo».
En el muy corto plazo están las consecuencias apuntadas anteriormente desencadenadas por la tensión y las sanciones: se producirá una aversión al riesgo en los mercados ante un crecimiento de la incertidumbre inusual. Esto vendrá de la mano de un retroceso temporal en la confianza de las empresas y los consumidores europeos, que podría restar algo de potencia al despegue de la economía (tras ómicron), pero en ningún caso generar una recesión.
¿Qué hará la banca central?
De modo que las sanciones y la tensión provocarían «un aumento adicional en la inflación de la energía (pero también de la incertidumbre económica), lo que podría llevar al BCE y el BoE a actuar con más cautela en sus reuniones de marzo», aseguran estos expertos. El discurso de los bancos centrales giraría en torno a las opciones que tienen para reducir los estímulos pero no darían pasos concretos hacia esa retirada hasta que se vea con más claridad cuál es el impacto real de este conflicto.
Bernd Weidensteiner y Tatha Ghose, economistas de Commerzbank, señalan en una nota que ahora mismo «a corto y medio plazo es probable que Rusia haga frente bastante bien a las sanciones occidentales, pero a largo plazo causarían un daño considerable a su economía. Las economías occidentales también sufrirían una escalada. Además, el BCE probablemente se vería obligado a posponer su cambio de rumbo a pesar de un nuevo impulso de los precios».
Gilles Moec, economista de Axa, cree que «el margen de maniobra para adaptarse a un shock geopolítico con la política monetaria parece particularmente estrecho». Estos expertos apuestan a que el BCE mantendrá una hoja de ruta similar y terminará ejecutando su primera subida de tipos en diciembre. Los precios al alza seguirán presionando a Christine Lagarde, mientras que un conflicto en el este de Europa podría no ser suficiente excusa para detener a los halcones.
«A diferencia del BCE, la Fed ya prácticamente ha anunciado una subida de tipos para marzo. Por lo tanto, si la Fed esquiva esa subida de tipos por el conflicto en Ucrania, el mercado podría sufrir fuertes distorsiones», aseguran desde Commerzbank. De modo que en el escenario más probable, la Fed debería continuar con su hoja de ruta, al menos, hasta marzo. Hasta aquí el corto plazo que se encuentra en los próximos dos meses.
Consecuencias de medio plazo
No obstante, estas consecuencias de corto plazo que primero se visualizan en los mercados son las que generarán un impacto directo en la economía europea en una etapa algo posterior (medio plazo: 3 y 12 meses). Bernd Weidensteiner y Tatha Ghose destacan que «el problema aquí no es Europa pierda a Rusia como cliente, más bien el problema es perder a Rusia como proveedor. El punto importante es que Rusia es el proveedor más importante de la UE de algunas importaciones cruciales, que no pueden ser sustituidas rápidamente o que directamente no pueden ser reemplazadas».
Estos expertos apuntan que el gas natural ha sido el foco de atención aquí durante algunos meses. Rusia suministra alrededor del 45% de las importaciones totales de gas natural de la UE, y las instalaciones de almacenamiento de gas natural de la UE actualmente están solo al 35%». Además, Rusia también es un importante proveedor de petróleo crudo y carbón para la UE. Según la Comisión de la UE, Rusia representó el 47% de las importaciones de hulla de la UE en 2019 y el 27% de las importaciones de petróleo crudo. Sin las importaciones rusas Europa sufriría un aumento todavía mayor del coste de la energía. Según cálculos de Commerzbank, la Unión Europea podría ‘sobrevivir’ hasta abril (con las reservas actuales) si Moscú cortase totalmente el flujo de gas.
Aunque todo lo anterior no desencadenase una recesión en la zona euro y la UE, lo más probable es que la gasolina, la electricidad y otras materias primas alcanzasen nuevos máximos históricos (impulsando la inflación de forma amplias en nuevas oleadas de alzas de precios), lo que podría ahondar en el descontento que ya domina en los consumidores europeos que están siendo víctimas de una de las mayores crisis del coste de la vida de las últimas décadas. Pese a todo, en el medio plazo las bolsas podrían recuperar la tendencia previa a la crisis, según Berenberg. Este sería la única noticia positiva.
Consecuencias de largo plazo
Según los expertos, Moscú podría sortear decentemente los vientos en contra en el corto y medio plazo y Putin podría ganar algo de popularidad interna encontrando un enemigo exterior. Pero en el largo plazo, Rusia sería sin duda la gran perdedora (ante la imposibilidad de encontrar clientes como Europa y viendo lo sucedido tras la invasión de Crimea), mientras que Europa sufriría algunos cambios que también hay que tener en cuenta.
«No habría un impacto significativo sobre el crecimiento de la UE y la Eurozona. Se diversificarían las importaciones energéticas para permitir una menor dependencia del petróleo y el gas rusos, incrementando además el gasto en energías renovables, nuclear e hidrógeno», aseguran desde Berenberg.
Un cambio relevante se produciría en la industria armamentística, lo que también afectaría al gasto público de los gobiernos occidentales. Los economistas creen que el nuevo contexto geopolítico forzaría a los miembros de la OTAN a incrementar su gasto en defensa, revirtiendo la tendencia a la baja de las últimas décadas.
Se acaba el dividendo de la paz
«Un aumento en el gasto de defensa es probablemente inevitable. El dividendo de la paz se ha agotado. Este dividendo ha permitido a Occidente reducir significativamente el gasto en defensa tras el fin de la Guerra Fría y el colapso de la Unión Soviética en 1991. En Alemania, por ejemplo, el gasto en defensa cayó del 2,9% del PIB en 1985 a alrededor del 1,3% en el 2000, un nivel bajo en el que se ha mantenido durante 20 años. Alemania y otros países se verán sometidos a una mayor presión para cumplir el objetivo a medio plazo del 2% para el gasto en defensa adoptado por la OTAN en 2014″, aseguran desde Commerzbank.
Por otro lado, desde el banco alemán apuestan por un mundo más polarizado. Pekín y Moscú están cada vez más unidos, mientras que la UE y EEUU harán lo propio con sus aliados. Es división del globo podría verse reflejada también en las políticas económicas que se adopten a largo plazo: «En los próximos años, lamentablemente esperamos más que nunca una desglobalización en el sentido de que es probable que el comercio mundial crezca incluso más despacio que el PIB, a diferencia de los sesenta años posteriores a la Segunda Guerra Mundial».
Regionalización de la economía
Paralelamente a esta desglobalización, es probable que haya una creciente regionalización del comercio (mayor relación entre los países de una misma región frente a una disminución de las relaciones con terceros). «La desglobalización y la regionalización son, por supuesto, un problema para la economía alemana y europea, que está orientada a la globalización más que casi cualquier otra economía», advierten desde Commerzbank.
Por otro lado, el desacople económico entre Occidente y Oriente, acelerado por la crisis de Ucrania, traerá la reconstrucción/reindustrialización por parte de los respectivos bloques económicos para satisfacer su demanda por sí mismos. «Para garantizar esto, los estados recurrirán a la regulación y amplios subsidios». Buenos ejemplos los estamos viendo ya con la apuesta de los gobiernos de EEUU o la UE por la industria de los chips. Cada bloque generará sus propias tecnologías, lo que podría reducir las economías de escala y la eficiencia del sistema económico global.
Por último, esta crisis evidencia que la dependencia energética que tiene Europa de Rusia no es positiva. Tener todos los huevos en la misma cesta es un gran riesgo. «Por lo tanto, los países de la UE presionarán para diversificar las fuentes de suministro, por ejemplo en el caso del gas natural. Si esto implica una mayor dependencia del gas natural licuado (GNL), se deberá construir y ampliar una costosa infraestructura. Además, incluso después de que se haya construido la infraestructura necesaria, es probable que el GNL siga siendo una solución más cara en comparación con el gasoducto ruso».
A modo de conclusión, los analistas de Commerzbank creen que la crisis de Ucrania deja claro una vez más que los próximos años serán testigos de la desglobalización, más política industrial, una nueva política energética de la UE y más gasto en defensa. «Todo esto tiende a disminuir el crecimiento económico y ejercer presión sobre las finanzas públicas, que ya están bajo presión».
Fuente: eleconomista.es (22/2/22) pixabay.com