Érase una vez, a mediados del pasado siglo, un fabricante de tractores llamado Ferruccio Lamborghini. Apasionado de la mecánica y entusiasta de los automóviles, era cliente habitual de su por entonces amigo Enzo Ferrari cuya fábrica de Maranello está próxima a la de Lamborghini, ubicada en Santa Ágata.
Un buen día, y un poco mosca por las frecuentes facturas de mantenimiento que hubo de pagar al taller, Lamborghini sugirió a Ferrari que podía mejorar la fiabilidad mecánica, reforzando en concreto el embrague que ya le había dejado tirado en alguna ocasión en medio de malolientes humos de ferodo quemado. De paso, le dejó caer que se podía también mejorar la comodidad y la sonoridad de sus coches y hacerlos más aptos para viajar y desplazarse a diario. Demasiado para el temperamental «commendatore».
La respuesta de Don Enzo no fue lo que se dice diplomática, ya que le dijo más o menos que Lamborghini sabría manejar tractores pero que no tenía ni idea de conducir los sofisticados Ferrari y que, en cuanto a sus sugerencias mecánicas, era mejor que se ocupase de los vehículos agrícolas que fabricaba y no metiera las narices en sus exclusivos deportivos.
Picado hasta la médula en su amor propio, Lamborghini se lanzó entonces a la fabricación de deportivos que llevarían su propia marca y un toro revolviéndose como escudo, con el principal objetivo de mejorar y así humillar a Ferrari.
El refinado 350 GT
El enfrentamiento entre los dos constructores de la región italiana de la Emilia Romana se concretó en una nueva marca de superdeportivos que consiguió plantarle cara a los Ferrari.
El primer Lamborghini, el 350 GT/400 GT, cumplió lo prometido por su patrón. Era un bello cupé V12 delantero con 320 caballos e igual de rápido que los Ferrari pues en 1964 alcanzaba sin problemas los 256 kilómetros por hora. Más refinado que los Ferrari en cuanto a comodidad y más fácil de conducir, no era más caro que sus rivales del caballo rampante.
Fue todo un éxito, aunque no tanto en lo comercial pues cada una de unidades de 350 GT que se vendieron ese año le costaron a Lamborghini unos 1.000 dólares. Los pagó gustoso a cambio de contestar con argumentos a su nuevo rival en la industria.
Desde entonces Lamborghini ha seguido embistiendo a Ferrari y a todos en el segmento de los deportivos, con modelos que llevarían nombre de toros famosos de la lidia española, de la que Don Ferruccio era ferviente seguidor, desde el siguiente modelo al 350 GT bautizado como Islero, el Miura que mató a Manolete.
Dejar una contestacion