Cuando la marea baja, el tesoro oculto subyace y se presentan los saqueadores. Desde lejos parecen hormigas, pequeños puntos que descienden por la ladera de la montaña. Pero el grupo, unas cien personas, se acerca cada vez más rápido. Llegan provistos de palas y cubos. Han venido a robar la arena de Cabo Verde.
Un joven se mete en el mar y camina unos metros por la orilla. Y cuando el agua le llega hasta el pecho se sumerge. Una vez en la superficie, sale con una pala desbordante de arena húmeda. La introduce poco a poco con movimientos enérgicos en un cubo que sostiene la mujer que espera a su lado. Antes de colocar el pesado cubo sobre su cabeza, se detiene un instante cerrando los ojos. Una ola la golpea por detrás y pasa por encima de ella. Cuando ya ha pasado, se levanta, aprieta los dientes y vadea la orilla.
Los ladrones de arena tienen prisa. El reflujo dura seis horas, por lo que tienen que aprovechar la marea baja para coger arena. Esa tarea puede resultar peligrosa incluso entonces, ya que muy pocos saben nadar y las olas rompen con fuerza y les arrastran hacia dentro. Caminan de un lado a otro cargando cubos de arena. La mayoría son jóvenes pero algunos sobrepasan los 50. Una mujer embarazada sale del agua a gatas y un hombre toma su mano para ayudarla a avanzar. Vienen a la playa casi todos los días. «Menos los domingos. Ese día vamos a misa».
Desde hace mucho tiempo, la arena está desapareciendo de las playas como esta donde hay mareas y las piedras delimitan la línea de la costa. Como se produce una pérdida de arena, la gente se aventura a buscarla en el mar extrayéndola poco a poco con cubos. Cabo Verde es un archipiélago de 10 islas volcánicas (nueve de ellas habitadas) situado en el océano Atlántico, a una distancia aproximada de 600 kilómetros del oeste de Senegal. Es un lugar maravilloso donde las papayas, los mangos y las piñas crecen en medio de los barrancos. Dispone de un clima cálido y soleado todo el año y las olas del Atlántico rompen en la orilla donde las especies raras de tortugas depositan sus huevos. Cabo Verde está considerado como una de las regiones más seguras y estables de África. Sería un destino de ensueño para los turistas si no fuera porque los caboverdianos están destruyendo sus playas.
No cabe duda de que en Cabo Verde aún se conservan costas intactas, lugares donde los hoteles de lujo reciben a turistas de Italia, Alemania y Portugal. Sin embargo, en otras zonas del archipiélago, las playas están desapareciendo. Desde la distancia, parece como si los topos hubieran cavado sus galerías a través de las playas dejando a su paso montones de arena apilada. Entre ellos, se encuentran piedras extendidas por muchas partes tras haber sido separadas de la arena. También se pueden ver varios pozos, algunos de ellos de hasta dos metros de profundidad.
Un problema a nivel mundial
El fenómeno de la desaparición de las playas no es exclusivo de Cabo Verde. Debido a la imparable demanda de arena, países como Kenia, Nueva Zelanda, Jamaica y Marruecos también lo padecen. “Es la locura más grande que he visto en los últimos 25 años”, dice Robert Young, un investigador de la Universidad de Carolina del Oeste. “Las playas ahora se parecen a esos horribles paisajes lunares donde no hay ningún tipo de vida”.
La arena de las costas marinas, considerada en otro tiempo un recurso inagotable, se ha convertido de repente en un bien natural escaso. Tan escaso que robarla resulta una práctica muy beneficiosa para algunos. El mundo nunca había alcanzado el nivel de prosperidad que vemos hoy día en países emergentes como China, India y Brasil. Pero eso también significa que nunca antes había habido tanta necesidad de arena. La demanda de este recurso natural es insaciable. Se utiliza para fabricar chips, ordenadores, platos y teléfonos móviles. Pero sobre todo para hacer el cemento que podemos encontrar en los rascacielos de Shanghái, las islas artificiales de Dubái o las autopistas de Alemania.
En 2012, solo en Alemania se extrajeron 235 millones de toneladas de arena y grava, y el 95% se destinó a la industria de la construcción. De acuerdo con el Programa de Medio Ambiente de las Naciones Unidas (PNUMA), el consumo medio mundial alcanza 40.000 millones de toneladas al año, y cerca de 30.000 millones de toneladas se destinan a la fabricación de hormigón armado. Con esa cantidad se podría construir un muro que casi rodearía la tierra. “Actualmente, la arena se extrae a un ritmo mayor de lo que se renueva” explica el informe del PNUMA de marzo de 2014. Y concluye afirmando que la arena es «más escasa de lo que pensamos».
En ocasiones, la falta de arena ha obligado a los obreros que trabajan en la construcción en India y China a abandonar su trabajo. Y en Estados Unidos también han detenido la extracción de gas natural, ya que ese proceso requiere que la arena se mezcle con agua que se introduce a presión en el suelo para mantener abiertas las fisuras de las que se extrae el gas. “La arena es como el petróleo”, explica Klaus Schwarzer, un especialista en geología de la Universidad de Kiel en Alemania. “Es un recurso natural finito”, añade Robert Young de la Universidad de Carolina del Oeste. “Si no tenemos cuidado, nos quedaremos sin arena”.
Una lección difícil de aprender en Cabo Verde
Los habitantes de Cabo Verde ya están empezando a darse cuenta de que la desaparición de la arena puede producir graves consecuencias. En la pequeña ciudad de Ribeira da Barca, de donde proceden los ladrones de arena, los pescadores guardan sus barcos en la calle y los perros duermen bajo las sombras de los árboles. Jerónimo Oliveira, un funcionario municipal, mira al mar con las manos entrelazadas detrás de su espalda. Se pregunta a sí mismo cómo se ha llegado a esa situación en tan poco tiempo.
Cuando tenía seis años, recuerda Oliveira, aún podía jugar en la playa. Hoy, sin embargo, se ha quedado sin la arena negra debido la subida del nivel del mar. Los restos de una pared sobresalen entre las olas. “Un día, una de las casas se derrumbó porque el agua socavaba los cimientos”, explica. “Es probable que vuelva a ocurrir”, afirma.
La arena protegía a la ciudad de las olas como si fuera un dique. Pero a medida que el nivel del mar aumentaba, la playa retrocedía y cuando se producían temporales la arena desaparecía a un ritmo cada vez mayor. Ahora, el agua del mar llega hasta los cimientos de las casas intensificando los efectos de la erosión.
Entonces comenzaron a surgir problemas y los habitantes pidieron ayudas al Gobierno. Actualmente, hay un muro de hormigón que protege la costa por completo. Oliveira asiente con la cabeza. Aunque no quiere defender a los ladrones de arena, tampoco está dispuesto a condenar su actuación. Asegura que en la ciudad viven 4.000 personas y que apenas son 20 los que tienen trabajo estable.
A pesar de que Praia, la capital de Cabo Verde, está experimentado un periodo de prosperidad económica, Ribeira da Barca es una ciudad empobrecida. Aquí, la regla imperante es que quien tiene dinero puede comprar arena. Y los que no lo tienen, la venden. Esta misma premisa se puede aplicar también en Hong Kong, Singapur, Indonesia y Camboya. “Las ciudades Estado más pequeñas del mundo tienden a dragar la arena del litoral de los países más pobres”, constata Harald Dill, un geólogo de la Universidad de Hanover.
Esfuerzos para detener la extracción ilegal
En 2012, la organización ecologista Global Witness publicó unas imágenes de satélite que mostraban cómo Singapur había extendido su territorio original casi un 20% durante los últimos cincuenta años. Dicha ONG presentó pruebas evidentes de que la arena utilizada para agrandar el país procedía de países como Vietnam, Indonesia y Malasia. Aunque Singapur utilizaba la arena de sus vecinos que importaba supuestamente de forma legal, estos se percataron de que sus costas estaban devastadas y que, en algunos casos, la extracción se había realizado de manera ilegal. Poco después, los tres países adoptaron una postura más firme prohibiendo la exportación de arena del fondo marino. Sin embargo, Singapur buscó otro suministrador y envió sus barcos dragadores rumbo a Camboya. Pero Phnom Penh respondió en la misma línea que los anteriores, anulando las exportaciones de este recurso natural.
La extracción de arena también está prohibida en Cabo Verde desde 2002. De hecho el ejército vigila las zonas costeras con el objetivo de controlar la actividad de explotación ilegal. Ya han sido detenidos algunos ladrones de arena pero las medidas sancionadoras no facilitan las herramientas necesarias para acabar con el comercio ilícito.
Clarisse Tavares Borges, es precisamente una de las personas que fue arrestada por robar arena. Tiene 38 años, y se la conoce por el nombre de “Dita”. Estuvo un día en la cárcel junto a otras cinco mujeres. Se encuentra en su casa, sentada en una silla de plástico. Las ventanas están abiertas de par en par y las cortinas se mueven a causa del viento. A lo lejos se puede oír el rugido de las olas del Atlántico. En una pared de la habitación y sobre el suelo recién barrido, hay un aparador donde guarda la vajilla de porcelana. En tono de disculpa explica que no puede levantarse porque padece de la espalda. Desde hace varios años recoge arena de la playa y la transporta en cubos sobre la cabeza, una tarea que le cuesta cada vez más hacer. Sus dos hijos mayores, de 18 y 11 años, juegan enfrente de la casa y el pequeño, un bebé de 18 meses, duerme en una cama que comparte toda la familia. Dita dice que algún día le gustaría tener una cama para cada uno.
En el pueblo donde vive Dita, las mujeres se ganan la vida extrayendo arena. Y los hombres, o bien trabajan como pescadores, o pasan el tiempo bebiendo grog en la taberna. La práctica totalidad de las mujeres de esta localidad, incluyendo Dita, son madres solteras. Sobreviven gracias a la venta de verduras y a la extracción de arena. Cada día por la mañana, ellas y sus hijas recorren a pie el camino pedregoso que conduce hasta el mar. Dita asegura que son conscientes de que su trabajo está perjudicando al pueblo. Incluso reconoce que el agua del grifo sabe ahora más salada y que debido a las filtraciones de agua del mar, los árboles ya no producen tantas papayas ni mangos. “Pensábamos que la arena iba a durar para siempre”, dice.
Un fenómeno que no solo sucede en Cabo Verde
El Ganges recorre una distancia de 2300 kilómetros a través de la India. El río nace en el Himalaya y, tras su paso por Bangladesh, desemboca en el golfo de Bengala. También atraviesa ciudades indias como Calcuta y Kanpur, que están creciendo a un ritmo sin precedentes y necesitan arena para las empresas de construcción y material. “Cuando llega a Bangladesh, el río arrastra únicamente una mezcla de arcilla y fango”, explica el geólogo Harald Dill. “¡La gente coge incluso piedras!”
Como el Gobierno prohíbe extraer arena de los ríos y del fondo marino, ha surgido un mercado negro para venderla. Casi cada día, los periódicos indios publican información sobre la existencia de un sistema bien organizado conocido como la “mafia de la arena”, una organización poderosa en la que están implicadas empresas así como policías y políticos corruptos. “Sin embargo, solo nos llega la noticia de las terribles consecuencias del derrumbe de un edificio textil en Bangladesh”, asegura Dill. “Pero las personas que se ven obligadas a extraer arena son muy pobres y, aunque ya no se construye con arena, se ven obligados a continuar ya que amenazan a sus familias si no lo hacen”. El problema es que sin ella, el terreno no es lo suficientemente estable.
No todos los tipos de arena son iguales. Para fabricar lentes, vidrio o microchips se utiliza cuarzo seco o silicio —del tipo que se encuentra en Alemania, por ejemplo—, debido a las propiedades semiconductoras de este último mineral. Y para los materiales de construcción se emplea grava, que está compuesta de pequeños granos que miden entre 2 y 63 milímetros y se mezcla con cemento y agua para elaborar el hormigón armado. En realidad, la grava abunda en varias regiones del mundo, solo que no es siempre el único material que más necesitan las empresas de construcción.
Escasez en el desierto
En principio podríamos pensar que en la península de Arabia, con un paisaje de dunas de arena por todas partes, no faltaría esta materia prima. Pero los granos que componen la arena del desierto —caliza, arcilla y óxido de hierro—, están muy erosionados por la acción del viento, son muy redondos y pulidos, no se mezclan bien. Y aunque los países del Golfo tienen considerables cantidades de marga, se necesita una arena de calidad para producir cemento. Así que, paradójicamente, la región del desierto está sufriendo una escasez de arena.
La arena es un recurso natural finito, como el petróleo
Los Emiratos Árabes también son voraces consumidores de arena y están viviendo un boom tanto en la edificación de rascacielos como de espacios al aire libre. Dubái, por ejemplo, compite con Catar y Bahréin a la hora de levantar los edificios de apartamentos más altos del mundo y grandes aeropuertos. El minúsculo país utilizó 385 millones de toneladas de arena para construir las islas con forma de palmera ganando terreno al mar. Ahora está trabajando en el proyecto de un archipiélago artificial llamado The World. Arabia Saudí, sin embargo, posee suficientes reservas de arena pero ha restringido en repetidas ocasiones el suministro a los países vecinos provocando así que muchas de las obras emprendidas se encuentren paralizadas.
Incluso Alemania, un país rico en arena, tiene que importar este recurso natural. No obstante, funcionarios del Instituto federal de geociencia y recursos naturales afirman que las reservas de arena de Alemania pueden durar miles de años. El problema es que esta no puede encontrarse disponible inmediatamente, hay que guardarla en un área de conservación o en los bosques, pero no cerca de los municipios. “Es lo mismo que ocurre con los molinos de energía eólica. Nadie quiere tener una cantera de grava cerca de su casa”, afirma Harald Dill.
La extracción levanta ampollas en Alemania
En Alemania, las empresas también han comenzado a extraer arena del fondo del mar utilizando dragadoras del tamaño de un portaaviones con cabezales de succión que rastrean los fondos marinos del mar del Norte y del Báltico. Organizaciones de conservación de la naturaleza ya han dado la voz de alarma ante el daño que se está produciendo en el ecosistema marino que podría afectar al hábitat de especies marinas como marsopas y focas. La extracción de arena del fondo marino no es inocua. “Cualquier animal, aunque sea pequeño, que vive en la arena y que saquen utilizando esa técnica muere automáticamente”, asegura Kim Detloff de la Asociación alemana para la conservación de la biodiversidad y la naturaleza.
Klaus Schwarzer, de la Universidad de Kiel, ha explorado las zonas del mar Báltico donde se están realizando extracciones de arena y ha descubierto que, frente a la isla alemana de Rügen, hay profundos agujeros que datan de la época de la Alemania del Este que aún permanecen abiertos, incluso después de varias décadas. “Resulta asombroso comprobar cuánto tiempo tardan en recuperarse las regiones marinas”, dice. Con todo, algunos de los lugares en los que los cabezales de succión han dejado agujeros tras de sí, se han rellenado después de medio año. “Tenemos que vigilar de cerca donde y cuando se draga”, asegura Schwarzer.
Uno de los problemas que existe es que en algunas zonas hay muy poca profundidad. El estado de Schleswig-Holstein, por ejemplo, ha estado durante años importando arena de Dinamarca para extenderla a lo largo de toda su costa porque la suya había desaparecido. Y Noruega también vende arena a Alemania. “No podemos estar trayendo arena constantemente”, reitera Schwarzer. “Algún día, en cualquier momento, se acabará”.
Esfuerzos que llegan tarde
En el noroeste de Hamburgo aún se conservan algunos lugares como eran. Las dunas de Boberger poseen un ecosistema especial. Hay formaciones y extensiones de arena finísima por donde se puede caminar introduciendo los pies hasta el tobillo, como si fuera un desierto, y que dan paso a pequeños bosques. La Reserva natural de Boberger es el último territorio de este tipo que permanece en Hamburgo. Los enclaves restantes fueron desapareciendo a medida que la ciudad crecía. Este mismo fenómeno también se puede ver en las islas Canarias, en la India, en Brasil y en China. Y hasta en el archipiélago de Cabo Verde. Aunque actualmente es mucho más acelerado.
Clementina Furtado está apoyada en un banco enfrente de la Universidad de Cabo Verde en Praia. Ha estudiando en Bélgica y en Francia, y forma parte de una nueva generación de su país que ha recibido educación y habla varios idiomas. “Cuando intentamos controlar esta situación ya era demasiado tarde”, explica. “La playa ya había retrocedido demasiado”. Hace mucho tiempo que la de su ciudad natal había perdido arena. Donde antes la había, ahora quedan pequeñas lagunas de agua repletas de basura. Las tortugas solían desovar en la playa pero han desaparecido desde hace mucho. “Lo peor de todo esto”, dice Furtado, “es que ni siguiera la arena del fondo del mar es particularmente buena”.
Antes de que la arena pueda utilizarse en la construcción, hay que lavarla bien varias veces para separar la sal que contiene. De lo contrario, cuando se disuelve en agua corroe las barras de acero que sirven de refuerzo al hormigón armado. Ese es el motivo por el que se han paralizado temporalmente las obras de construcción del rascacielos de Shenzhen, el más alto de China. Los promotores inmobiliarios responsables de la construcción de otros quince edificios compraron arena más barata, probablemente a traficantes ilegales.
En realidad, este problema irá en alza porque la arena es un recurso natural que se acaba. “Lo único que queremos es que sea más barata”, dice Harald Dill. Algunos investigadores están actualmente buscando posibles alternativas como, por ejemplo, el vidrio reciclado o fabricar estructuras para la construcción utilizando diferentes tipos de materiales. En Cabo Verde ya se han puesto manos a la obra triturando las rocas volcánicas, aunque ese proceso es más caro que el trabajo que realizan los ladrones de arena. “La demanda seguirá aumentando mientras haya gente que venda la arena a bajo precio”, dice Furtado. De momento ya sabemos por qué las dunas de Boberger aún existen. En 1927 nunca se llegó a acuerdo sobre lo que debería costar la arena.
Traducción de Virginia Solans.
Artículo publicado originalmente en © Der Spiegel 2014
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