José María Olazabal sigue en Augusta pese a no haber superado el corte y después de dar unas bolas al mediodía se va a comer con su familia y algunos amigos al Grill Room del club. Está feliz y dice por qué. “Qué bien que esté Sergio ahí arriba”, dice a los periodistas mientras espera a que le sirvan un par de horas antes de que Sergio García partiera a la conquista de su primer Masters a los 37 años. “Va a ganar, seguro. Ya el martes, cuando practicamos juntos, le vi jugar muy bien…”.
Sergio García llegó al golf español cuando Seve le dejaba notas de ánimo y coraje a José María Olazabal en el vestuario del Augusta National Golf Club antes de partir a la caza de sus dos chaquetas verdes. Así comenzó a contemplar de cerca de sus ídolos, antes de intentar asumir su herencia. Tenía 19 años. El miércoles, Sergio García recibió un mensaje de ánimo y fuerza de Olazabal. “Seguro que lo habría recibido también de Seve, pero, obviamente, no pudo, pero el de José María fue especial. Sabe decir muy bien las cosas. Significa mucho para mí. Seve y él fueron mis ídolos cuando crecía. No puedo imaginar lo que significaría unirme a ellos como ganador del Masters”.
Para ganar la chaqueta verde, García debió defenderse frente a jugadores ascendentes, para los que en su momento había sido ídolo, como Jordan Spieth, 14 años más joven, o como Ricky Fowler, que aún no ha cumplido los 30. En ese puesto de ídolo destronable compartía papel con su compañero de partido, el inglés Justin Rose, también de la quinta del 80 y con el que le une también su convicción de que la Ryder Cup es la competición que manda por encima de todas y de que como Europa no hay ningún equipo. García, como Rose, sufrieron las fuerzas moralizantes que dominan el deporte, que les exigen que cumplan las expectativas que otros han fijado para ellos. Si no, serán blufs para siempre.
Rose acabó con estos demonios ganando el US Open de 2013. Desde entonces puede ser como quiera. García debía aún dar varios pasos, lo que hizo con alegría e ironía, y ganó la batalla ante una prensa norteamericana que le encumbró cuando su golpe del árbol frente a Tiger en Medinah en 1999 y que le derribó con la misma facilidad cuando en el US Open de 2002, donde salió líder el último día, a los 22 años, comenzó a sufrir el problema de la inseguridad al agarrar los palos. A las críticas y abucheos respondió con un índice en alto. Uniformemente, al día siguiente, era ya el símbolo de la petulancia. Cuando en 2012 declaró, deprimido, en Augusta, que sabía que nunca ganaría un grande, se apresuraron a escribir su obituario. De su juego, sin embargo, de la calidad de unos golpes de jugador grande, nunca se dudó.
Transformación personal
Las preguntas que le dirigen en las conferencias de prensa en el Masters del 17 revelan la transformación de los medios norteamericanos respecto a García, y la aceptación por este de la moral dominante, aunque solo sea por sobrevivir. La mayoría de las preguntas quieren profundizar sobre su transformación personal. Y como la redacción de las preguntas suele comenzar con un ¿Te ha cambiado para mejor tal cosa?, Sergio García, sonriendo, llegó a responder: “¿Qué pasa, no os gustaba nada de cómo era que todo me queréis cambiar?”.
La pregunta que le dio la clave fue la que le hizo la redactora del New York Timesrespecto al significado que tiene que se vaya a casar con una texana llamada Angela Akins, de una familia de ídolos deportivos. Su abuelo Ray fue un famoso entrenador de fútbol americano; su padre, Martyn, un quarterback universitario; y su primo Drew Bree es el quarterback de Los Saints de Nueva Orleans. Nadie duda de que su integración de en una familia así supone su admisión definitiva en EE UU y, por lo tanto, una mejora en su vida y en su juego. Y Sergio García no les llevó la contraria en este Masters épico.
Fuente: Elpais.es (10/4/17) Pixabay.com
Dejar una contestacion