El calentamiento de la Tierra abre a la actividad humana un nuevo continente: el Ártico. Goza de un elemento clave a largo plazo: sus recursos naturales. EEUU, Rusia, Canadá, Finlandia, Suecia, Noruega e Islandia -además de China- desatan una Guerra Fría en un Ártico, paradójicamente, cada vez menos frío
Dos españoles empezaron esta historia hace 480 años, un mes y diez días. Uno era de Medellín, en Badajoz, y se llamaba Hernán Cortés. Del otro no sabemos ni la fecha ni el lugar de nacimiento. Sólo su nombre: Francisco de Ulloa. Fue el 8 de julio de 1539. Ese día, De Ulloa, al mando de tres barcos, partió de Acapulco, en la costa mexicana del Pacífico, en una expedición financiada por Cortés de su propio bolsillo. Su única orden era poner rumbo norte hasta encontrar el Paso del Noroeste, la ruta que supuestamente conectaba el Océano Pacífico y el Atlántico.
Ulloa no encontró el Paso. Sólo exploró lo que hoy los hispanohablantes llamamos Golfo de California y los anglosajones Mar de Cortés. Ésa es sólo una más de las confusiones de este relato de cinco siglos. Otra, más influyente, fue la cometida por Ulloa, que decidió que el Golfo era el extremo Sur del Estrecho de Anián, es decir, del paso del Noroeste.
El Paso del Noroeste, así, pasó de la mitología a la geopolítica, y el Pacífico Norte -incluyendo la propia Alaska- se llenó de nombres de marinos españoles que lo cruzaron primero, buscando el paso, y, después, mostrando la bandera y estableciendo fuertes armados, en una Guerra Fría con los Imperios ruso y británico para decidir qué potencia controlaba esas aguas.
Desde aquel 8 de julio de 1539, la Historia salta al jueves pasado, cuando el diario financiero ‘The Wall Street Journal’ publicó el titular ‘El presidente Trump plantea una nueva compra inmobiliaria: Groenlandia’. Pocas horas después, el ‘Washington Post’ repetía la misma información. Efectivamente, el jefe del Estado y del Gobierno de Estados Unidos ha propuesto a sus asesores hacer una oferta a Dinamarca por Groenlandia, la mayor isla del mundo -cuatro veces el tamaño de España, pero con la tercera parte de la población del distrito de Chamberí, en Madrid- tapada por un casquete de hielo que llega a tener más de tres kilómetros de espesor.
Pero el hielo de Groenlandia se está fundiendo a una velocidad imposible de imaginar. El 31 de julio, la isla vertió a los Océanos Atlántico y Ártico 10.000 millones de toneladas de agua en estado sólido y líquido. Al día siguiente, arrojó otros 12.500 millones de toneladas. Eso es suficiente como para tapar España con 10 metros de agua. El mes pasado, el nivel del océano en todo el mundo subió un milímetro sólo por el hielo derretido en Groenlandia.
Efectos del cambio climático
No es sólo Groenlandia. El mes pasado, una estación meteorológica situada al norte del Círculo Polar marcó 34,8 grados centígrados. El viernes, había que navegar 250 kilómetros al norte de Alaska para encontrar hielo. Como dijo en abril el secretario de la Marina de Estados Unidos, Richard Spencer, en el Senado de Estados Unidos, «toda la condenada cosa se ha derretido». La «condenada cosa» es el Ártico.
Ésa es la razón del interés de Trump. El cambio climático ha hecho realidad el mito del Estrecho de Anián. El calentamiento de la Tierra provocado por el uso de combustibles fósiles y la expansión de la ganadería ha abierto a la actividad humana un nuevo continente: el Ártico. El resultado es una pugna entre grandes potencias por el control de un nuevo mundo como no se veía desde que, entre 1880 y la Primera Guerra Mundial, los países europeos se dividieron África.
Así que, enfrentado a una realidad decimonónica, Trump ha lanzado una iniciativa decimonónica: la compra de un territorio a otra nación. A fin de cuentas, así es cómo EEUU puso el pie en el Ártico, cuando en 1867, recién salido de la Guerra de Secesión, adquirió Alaska a Rusia por 100 millones de dólares de la época.
El mundo ha cambiado mucho desde entonces, y nadie -incluyendo a algunos colaboradores de Trump, según el ‘Wall Street Journal’- parece haberse tomado en serio la idea del presidente. Pero la compra de Groenlandia es sólo un síntoma. EEUU, Rusia, Canadá, Finlandia, Suecia, Noruega, e Islandia están desatando una Guerra Fría en un Ártico, paradójicamente, cada día menos frío.
Bloqueo a China
No son sólo los países de la región. También está China, que es oficialmente un país observador en el Consejo del Ártico, el organismo formado por los países ribereños de ese océano. El año pasado, Estados Unidos logró bloquear la construcción por China de tres aeropuertos en Groenlandia, donde el Pentágono tiene, a 1.250 kilómetros al Norte del Círculo Polar, la enorme base de radares de Thule. En mayo, el secretario de Estado de EEUU, Mike Pompeo, tuvo que cancelar por la crisis entre ese país e Irán una visita a esa isla, en la que iba a tratar, entre otros asuntos, «las actividades de China».
La estrategia de Pekín es la misma que ha aplicado en otros países: inversiones masivas, sobre todo en infraestructura. Consciente de que no puede influir en Rusia, EEUU y Canadá, el Gobierno chino se ha centrado en los países europeos de la región. Así, ha propuesto sin éxito a Islandia la construcción de un gran puerto y masivas inversiones en turismo, pero sí ha conseguido entrar en el sector de la energía geotérmica en ese país. El proyecto del Gobierno de Xi Jinping -que ha sido presentado formalmente a Finlandia- es la creación de una ‘Silk and Road’ -es decir, su inmenso plan para unir con carreteras, puertos, y vías férreas Asia con Europa– por el Ártico ruso, en un calco de lo que ya está haciendo a través del Índico y el Mediterráneo.
Pero nadie tiene tan desarrollado el Ártico como Rusia. Es algo lógico, dado que el 20% de su PIB procede de territorios situados al norte del Círculo Polar, según estimaciones de Magnus Nordenmann, director de la Iniciativa para la Seguridad Trasatlántica del think tank de Washington Atlantic Council. En abril, el presidente ruso, Vladimir Putin, afirmó que el 10% de la inversión civil del país va al Ártico.
Transporte y recursos
Y, al margen, está la cuestión militar. Desde 2003, Rusia ha gastado miles de millones de euros en construir y expandir siete bases en el Océano Glacial Ártico, sobre todo en el Mar de Barents, la única región del Ártico ruso que no se hiela en invierno. El Mar de Barents está en el oeste de Rusia, en la frontera con Noruega, un país de la OTAN en el que los soldados de EEUU se entrenan para la lucha en las condiciones extremas de la región.
Por ahora, toda esta actividad se resume en dos palabras: transporte marítimo. Lo que nos lleva, de nuevo, al Mar de Anián. O, en su versión moderna, al Paso del Nordeste. El Ártico siberiano se hiela menos que el de Alaska y Canadá. Y es mucho más práctico para conectar Europa y Asia. Si se hace a través de Siberia, la ruta entre Rotterdam, en Holanda, y Yokohama, en Japón, es un 37% más corta que por el Mediterráneo, el Canal de Suez, el Índico y, finalmente, el Pacífico. Si el barco va a Busán, en Corea del Sur, el ahorro de tiempo es del 29%. Si su destino es Shanghai, en China, del 24%.
Más en el largo plazo, hay otro elemento clave en el Ártico: recursos naturales. La región tiene en torno al 13% del petróleo mundial, concentrado en Alaska, Canadá, y Groenlandia, según el Servicio Geológico de EEUU y un billón de euros en reservas minerales.
Militarización del Polo Norte
Por el momento, la explotación de esos recursos no es rentable. Por ejemplo, si el precio del barril no se sitúa de manera sólida en el nivel de los 100 dólares -lo que supone prácticamente el doble que en la actualidad- las petroleras no tendrán incentivos para asumir las inmensas inversiones que supone perforar en el Ártico. Y a eso se suman las dificultades técnicas de operar en un clima extremo. En 2012, el intento de la mayor petrolera del mundo, la holandesa Shell, de explotar crudo al norte de Alaska estuvo a punto de acabar en un desastre medioambiental cuando la plataforma petrolífera Kulluk se estrelló contra un islote cerca de la isla de Kodiak, en la que viven los osos pardos más grandes del mundo.
Esos problemas también afectan al tráfico marítimo. Los mercantes que cruzan la ruta del Noreste en verano necesitan estar preparados para el hielo, el frío y las tormentas, y a menudo tienen que ir escoltados por alguno de los 40 rompehielos capaces de surcar el Ártico con que cuenta Rusia. EEUU sólo tiene uno.
Ese desequilibrio lleva a otro elemento nuevo: la militarización del Polo Norte. Barack Obama empezó a ver el Ártico como una región estratégica en la que Moscú estaba empezando a tomar demasiada ventaja, y ya en 2016 ordenó la construcción de seis rompehielos, que empezarán a entrar en servicio en 2023, y que, según declaró en 2017 el almirante retirado Paul Zukunft, que hasta un año antes había sido comandante en jefe del Servicio de Guardacostas de EEUU, podrían ir armados con misiles crucero. Zukunft, sin embargo, veía esas medidas claramente insuficientes, y estimaba que a EEUU le llevará «una generación» alcanzar las capacidades militares de Rusia en esa región. «En este tablero de ajedrez que es el Ártico, los rusos nos han dado jaque mate nada más empezar la partida», concluyó el almirante. La Guerra Fría del Ártico y la lucha por el control de sus vías de comunicación sigue hoy tan vigente como en la época de Cortés y de De Ulloa.