Vin, subes al poste alto y juegas ‘pick and roll’ con Gary [Payton]». Estas palabras fueron las que acompañaron a Vin Baker durante buena parte de su carrera NBA. Ahora la frase es muy diferente(«Un Caramel Macchiato con leche descremada, por favor»), aunque él sigue despachando con la misma sonrisa que, de vez en cuando, dejaba entrever en la cancha.
Es la historia de Vin Baker, ala-pívot con 13 años de experiencia NBA, cuatro presencias en el ‘All Star’ y un oro olímpico conquistado en los Juegos de Sidney 2000. Valioso equipaje de uno de los mejores jugadores interiores de finales de los 90 y que le valieron una fortuna de 100 millones de dólares sólo en contratos.
Sin embargo, su periplo en la mejor liga del mundo no tuvo un final feliz. Arrastrado por el alcohol se sumergió en una corriente de aguas muy turbulentas y terminó dando tumbos por la liga, suplicando por un puesto en la cancha, el mismo lugar donde había destilado clase y calidad no mucho tiempo atrás.
Hoy, nueve años después de que jugara su último partido con Los Angele Clippers, del Vin Baker jugador no quedan más que los recuerdos. Ni siquiera el dinero. Su caso es el otras tantas estrellas de la NBA (Antoine Walker, Allen Iverson o Scottie Pippen entre otros) que han visto como un estilo de vida cuestionable y dudosas decisiones a la hora de invertir su capital les llevaban a declararse en bancarrota pese a todo lo ganado en sus buenos tiempos.
Ahora Baker ya no gira sobre sus piés para hacer un reverso y dejar un gancho en la canasta rival. Sigue haciendo ese movimiento, sí, pero lo hace para esquivar a otro de los empleados en el Starbucks de North Kingstown. Allí, entre calores de una vieja cafetera se prepara ser el gerente de uno de los locales de la famosa franquicia que puebla las esquinas de medio mundo, ofreciendo café y un sitio para sentarse y relajarse con un libro o un ordenador.
«En esta compañía hay oportunidades para todo el mundo», apuntaba Baker al Providence Journal, medio que ha sacado a relucir su historia. «Mantengo una situación excelente aquí en Starbucks y la gente es maravillosa». Fue su relación con Howard Schultz, dueño en su día de los Seattle Supersonics y CEO de Starbucks, la que le dio la oportunidad de conseguir un nuevo empleo con el que terminar de encauzar su vida.
«Era un alcohólico (hace unas semanas se ofreció públicamente para ayudar a Ty Lawson, nuevo base de los Rockets, con sus problemas con la bebida) y perdí toda mi fortuna. Tenía un gran talento y también lo eché a perder. Ahora la gente me ve y piensa: ‘¿Cómo habra llegado aquí?’. Yo pienso que tengo 43 años y cuatro hijos y tengo que recoger los pedazos de mi vida. Tengo que recordar mi historia y demostrar que puedo recuperarme. Si uso la fama que me dio mi época de jugador de la manera correcta, la gente apreciará que lo único que quiero hacer es intentar recuperar mi vida», confiesa el que fuera ala-pivot de Bucks, Sonics, Celtics, Knicks, Rockets y Clippers, en un testimonio sobrecogedor.
Baker nunca ha negado sus problemas con el alcohol (fue detenido por conducir ebrio en 2007) y sabe que todo podría haber terminado mucho peor. Ahora, presume de llevar cuatro años sin probar una sola gota, aunque sabe que no puede bajar la guardia. Para mí esto podría haber terminado en la cárcel o muerto. Así es como suelen terminar estas historias. Ahora tengo la energía de despertar cada mañana y no depender del alcohol», asegura antes de colgarse el delantal para atender al primer cliente de la mañana.
No es lo mismo que intentar ganar la posición en una zona NBA, pero la lucha diaria vuelve a merecer la pena para otro de los cientos de ídolos con pies de barro que han terminado arruinados por un tren de vida al que sse subieron demasiado rápido y del que ya no han podido bajar.
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