La historia del millonario dueño de The North Face, que vendió todo para salvar la Patagonia

La empresa multinacional VF Corp. -conocida por sus marcas como Kipling, Timberland o Vans– está sacando cuentas felices con el crudo invierno en el hemisferio norte. De acuerdo con Fashion United, VP Corp. acaba de publicar sus últimos resultados financieros, en los que evidencian un aumento del 5% en sus ingresos, que se traduce en 3,08 millones de euros. Una cantidad que habría sido conseguida, en parte, debido a la alta demanda de The North Face, que experimentó un alza del 8% en sus ventas. Pero, ¿cuál es la magia de The North Face? Sus usuarios podrían decir que se trata de calidad, del diseño o de los materiales de abrigo. No obstante, su fundador no pensaba lo mismo de la marca que creó. Es más, Douglas Tompkins se atrevió a dar la espalda a sus negocios porque creía que «la industria de la moda estaba creando cosas que la gente no necesitaba». Entonces, el estadounidense decidió retirarse al sur del mundo y realizar lo que consideraba su labor vital: salvar la naturaleza, no aumentar su patrimonio.

Douglas Tompkins, fallecido a los 72 años, era sin duda un magnate distinto a los demás. No le gustaban los lujos, no hacía alarde de su fortuna y prefería pasar por un ciudadano común y corriente, aunque en su cuenta bancaria acumulaba cientos de millones. Esta es su historia: Tompkins nació en Ohio y fue criado en Nueva York. Sin embargo, no era un hombre de ciudad. Siempre le gustó pasar el tiempo al aire libre y desde su adolescencia escalaba montañas y participa de torneos de ski. Por otra parte, el espíritu negociante corría por sus venas. Sus padres se habían dedicado a la venta de antigüedades, por lo que no fue una sorpresa que, a los 23 años, él decidiera montar su propia empresa: The North Face. Una compañía que, en sus primeros días, se especializó en vender sacos de dormir, mochilas, tiendas de campaña y equipos de camping.

«Doug cofundó The North Face en 1966 con la intención de hacer el mundo exterior accesible a todas las personas, sin importar sus capacidades ni orígenes. En el primer catálogo de venta por correspondencia de The North Face, Doug escribió una carta a sus clientes, expresando su deseo de ofrecer a los exploradores un equipamiento que reflejase el proverbio de ‘la necesidad por encima del lujo'», se puede leer en thenorthface.es, donde también se recuerdan las intenciones de Tompkins de difundir el deporte y ampliar el interés por actividades de montaña, como el ‘trekking’. Pese a ello, el joven Douglas acabó por perder interés en su propia creación y vender su participación en la empresa, solo dos años después. ¿La razón? Quería dedicarse al activismo y a disfrutar de la naturaleza.

Pero eso no fue lo único que hizo. Porque en 1968 decidió fundar con su primera esposa Sussie otra marca de ropa: Esprit, donde el tomó el rol de líder financiero. «El imperio empezó con un romance en las carreteras de California en el verano de 1963. Sussie Rusel una joven diseñadora decidió recoger en el camino a un joven que hacía autoestop. Cinco años mas tarde, Sussie y Doug comenzaron a vender sus diseños en la parte de atrás de su carro. Las ventas fueron tan exitosas que en 1971 ya tenían siete líneas de producto y consolidaron la marca bajo el nombre de Esprit«, reza la historia de la firma. Aun así, nada hacía más feliz a Tompkins que vibrar entre bosques, cordilleras y ríos. Por lo que, inevitablemente, a finales de los 90 decidió dejar la moda. «Abandoné una economía basada en un consumismo irrelevante que produce trastornos en el medioambiente», dijo en una de las últimas entrevistas que concedió.

Un par de años antes, Tompkins había viajado hasta el cono sur para visitar la Patagonia. Lo suyo fue amor a primera vista. De hecho, decidió que ese era el lugar donde quería pasar el resto de sus días. De esa manera, en 1990, dio origen a la fundación Deep Ecology -con el afán de generar conciencia con respecto a la conservación de los recursos naturales- y en 1992 instauró Conservation Land Trust, otra ONG, con el fin de proteger «las tierras salvajes» patagónica. Diversos proyectos que pudo hacer realidad gracias a los 125 millones de dólares que habría ganado, según ‘The Atlantic’, tras vender su participación en Esprit (junto a otros tantos que guardaba de la venta de The North Face). Asimismo, optó por comprar miles de hectáreas en el sur de Chile. En 1991, adquirió su primer terreno y a los 72 años llegó a acumular más de 2.000 de hectáreas en Sudamérica. Pero, ¿para que quería Tompkins tantas tierras? La respuesta: para mantenerlas a salvo.

Lo que Tompkins hacía era comprar campos, trabajar en su reconstrucción, protección y conservación y, posteriormente, donar esas tierras. Del mismo modo, también se dedicaba generar conciencia sobre el daño que las empresas hacían al medio ambiente. «Debemos ser todos ecologistas, todos vivimos en un planeta que está en peligro. A los empresarios también les afectará el cambio climático. No es inteligente ganar un euro cuando estamos cayendo al abismo», declaró poco antes de morir. Tompkins falleció en 2015 de una hipotermia al volcar su kayac en un lago en Chile. No obstante, cuatro años después, su viuda Kristine concretó el más grande de sus sueños: entregar al estado chileno a 470.000 hectáreas de parques. «¡A cuidarlos, visitarlos, tengan amor con ellos!», comentó la filántropa entonces, quien hoy no tiene ningún nexo con The North Face. A pesar de ello, la marca continúa recordando con cariño a su fundador, a quien consideran una inspiración para las próximas generaciones.

Fuente: elmundo.es (11/2/22) Pixabay.com

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