En los 14 años que ha estado Hugo Chávez en el poder, el bolívar ha perdido más del 90% de su valor mientras que el petróleo ha multiplicado por 10 su cotización. La unión de ambos factores ha supuesto que los ingresos del Estado en bolívares por cada barril de petróleo exportado se han multiplicado por 100 durante su mandato. Ese inmenso chorro de dinero es el que ha permitido al Gobierno de Chávez disparar el gasto público, contentar a su base electoral y mantener a duras penas a flote una economía cada vez más ineficiente, en la que el control de cambios y de precios ha provocado toda clase de distorsiones, ha ahuyentado la inversión extranjera y golpeado a la industria local.
En Venezuela, echar gasolina es prácticamente gratis. El litro cuesta 0,097 bolívares, esto es, un céntimo de euro al tipo de cambio oficial y la cuarta parte al paralelo. El gasóleo cuesta la mitad. El precio se ha mantenido congelado desde 1996 en una economía con hiperinflación. Las subidas se han convertido en tabú por el recuerdo del Caracazo, la serie de protestas y disturbios en los que la brutal represión provocó cientos de muertos en 1989 cuando el Gobierno de Carlos Andrés Pérez aprobó una subida del 30% en el precio de la gasolina dentro de un paquete económico recomendado por el FMI. El precio más barato del mundo ha provocado que Venezuela, la potencia petrolera, se convierta en importador de gasolina. Las refinerías locales, antaño entre las mejores del mundo, no dan abasto ante una demanda desbocada.
Es solo una de las paradojas de una economía llena de ellas, una economía de supuesto ideario socialista, pero en la que el consumismo y la libertad absoluta de horarios comerciales campan a sus anchas. La dialéctica antinorteamericana ha dominado el discurso de Chávez, pero Estados Unidos es su principal comprador de petróleo.
El cambio oficial es de 6,3 bolívares por dólar, pero en el mercado negro se pagan hasta 26
Venezuela ha llegado a tener hasta cuatro tipos de cambio para su moneda frente al dólar (el de productos básicos, el general, el de operaciones financieras y el del mercado negro). Durante años, la diferencia entre el tipo de cambio oficial y el del mercado paralelo convirtió en un preciado tesoro el cupo de divisas concedido por la Comisión de Administración de Divisas (Cadivi) a quienes viajan al extranjero. El descontrol cambiario ha convertido a los venezolanos en turistas subvencionados. Aunque el régimen se ha ido endureciendo y ahora hay que guardar los justificantes de gastos, hubo momentos en que el cupo en dólares permitía utilizar la mitad en viajar a Europa, Miami o la cercana Aruba y, con el resto, recuperar los bolívares gastados. Había quienes iban a los casinos de la vecina isla de Curaçao con el éxito asegurado: bastaba pagar con tarjeta de crédito las fichas al tipo de cambio oficial y cambiarlas en metálico en la ventanilla de al lado para luego vender esos dólares por el doble o el triple en el mercado paralelo venezolano, donde los dólares son como en España las drogas blandas: se penaliza el tráfico, pero no la posesión. La revolución bolivariana se adapta a los nuevos tiempos: el cupo para compras por internet ha convertido a los venezolanos en clientes privilegiados de Amazon.
En la actualidad, el mercado paralelo (cuyas cotizaciones está prohibido publicar en el país) ronda los 26 bolívares por dólar, cuando el cambio oficial es de 6,3 bolívares por dólar, incluso tras la reciente devaluación. Ese control de cambios convierte en ricos al instante a quienes consiguen cupos a tipo oficial para importar. Antes, las empresas acudían a un mercado intermedio mediante títulos de deuda pública (el Sitme) que proveía de dólares al mercado, pero esa vía de escape se ha cerrado con la última devaluación, con lo que el problema se ha agravado. Antes había brotes de escasez y racionamiento de productos básicos (leche, huevos) que estaban a precios controlados (a veces por debajo del coste). Ahora la hay también de productos importados por la dificultad para conseguir dólares.
Las finanzas nunca fueron el punto fuerte de Chávez. En 2007, con el estallido de la crisis financiera, a Chávez se le ocurrió interesarse por cómo funcionaba un banco central. Y se escandalizó: «El Banco Central se convirtió en bombona de oxígeno, óiganme bien, bombona de oxígeno para muchos bancos privados y entonces el dinero de la República se viene utilizando para oxigenar bancos privados». “Voy a ponerme a estudiar todo eso”, dijo. Cortó la liquidez, ahogó a los bancos y en tres días los tipos interbancarios venezolanos se fueron al 120% antes de que el banco central volviese a funcionar como un banco central.
El estricto control de cambios ha impedido a las empresas extranjeras (entre ellas las españolas y, muy especialmente, Telefónica) repatriar sus dividendos que, atesorados en bolívares, han ido perdiendo su valor. Ese control de cambios y la arbitraria política de nacionalizaciones (que ha tenido efectos muy negativos sobre la producción) ha ahuyentado a la inversión extranjera (y, junto con la inseguridad ciudadana, al turismo). Prácticamente, solo se ha salvado el sector de hidrocarburos, cuya moneda funcional es el dólar. Como consecuencia de esas expropiaciones, Venezuela ha superado a Argentina como el país con más demandas de protección de inversiones ante el CIADI, el tribunal de arbitraje del Banco Mundial. La solución de Chávez fue marcharse de ese organismo.
El control de cambios y las nacionalizaciones han ahuyentado la inversión extranjera
Para intentar frenar la inflación, Chávez ha usado hasta el Ejército, pero sin ningún éxito. La inflación lleva cinco años entre el 25% y el 30%. El PIB ha crecido una media del 2,7% anual durante el mandato de Chávez, según datos del FMI. Mientras que el déficit (7,4% del PIB) y la deuda pública (51,3%) han marcado en 2012 las peores cotas de sus 14 años en el poder, según datos del mismo organismo, que lleva más de siete años sin poder analizar a fondo la economía del país ante las trabas del Gobierno de Chávez.
El mayor éxito de Chávez ha sido combatir la desigualdad con programas de sanidad, educación y subvenciones a productos básicos con el dinero conseguido por los ingresos del petróleo. Pero las limitaciones del modelo son enormes. Venezuela está condenada a nuevas devaluaciones del bolívar, que extenderán la elevada inflación, y a programas de ajuste si quiere que la economía se recomponga y no sea tan dependiente del petróleo. Tampoco con Chávez, Venezuela ha sido capaz de “sembrar el petróleo”, como pedía Arturo Uslar Pietri hace ya casi 80 años.
Fuente: Elpais.com (6/3/13)
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