21:00 horas. Tras una jornada laboral agotadora llegas a casa después de casi una hora de viaje. El trabajo acumulado hace mella en tu estado de ánimo y sientes que la cabeza te va a explotar. ¿Les suena, verdad? O pongamos otro ejemplo. Un partido de fútbol al calor de cualquier bar repleto de gente. La voz de quienes te rodean, unido al volumen del televisor, penetra en tu organismo sin apenas darte cuenta. Saltan las alarmas y uno de los métodos más comunes para apagarlas es la ingesta de la clásica aspirina. Pero… este fármaco no estuvo siempre ahí, al alcance de todos. ¿Cuando y por qué surgió? En ABC.es nos hemos planteado indagar en su origen.
Aunque la etapa más conocida versa sobre la figura de Félix Hoffmann, un químico alemán de la Casa Bayer que en la búsqueda de un remedio efectivo para hacer frente a la artritis que padecía su padre, acabó por rescatar un compuesto que de forma sorprendente calmaba los dolores. Este hecho se remonta a 1893 y está considerado como el pistoletazo de salida a la masiva comercialización que se extiende hasta nuestros días. No obstante, para conocer sus orígenes hay que remontarse a época mucho más pretéritas.
«En la Antigüedad griega, los médicos recomendaban a sus pacientes, para mitigar el dolor de cabeza, un preparado de corteza de sauce. Para su obtención, se molía la corteza de la que se desprendía el salicilato, polvo en cristales de sal formados por el ácido», escribe Pancracio Celdrán en «El Gran Libro de las Cosas» (La esfera de los libros, 1995), al tiempo que apunta que dicho remedio tenía dos inconvenientes: «irritaba el estómago, y causaba a la larga una enfermedad muy extendida en el mundo antigua: las hemorroides».
El fármaco cayó en el olvido hasta mediados del siglo XVIII, cuando el reverendo inglés Edmund Stone descubre el ingrediente activo de la aspirina: el ácido salicílico. Tras llevar a cabo un estudio con 50 pacientes aquejados de fiebre, envió sus conclusiones a la Real Sociedad de Medicina Inglesa. En 1829 el farmacéutico francés Henri Leroux extrajo del sauce la salicilina, el principio activo de esta planta. Y unos años más tarde un químico francés sintetizó por primera vez el ácido acetilsalicílico (conocido popularmente como la aspirina).
A pesar de que sus propiedades curativas han elevado a la aspirina a la categoría de medicamento universal, hubo una época que quedó relegadoal mayor de los ostracismos. Hasta que apareció el citado Felix Hoffman y cambió radicalmente su rumbo. «A partir de aquella experiencia, los químicos de la Bayer, en Düsseldorf, comprendieron enseguida la gran utilidad del medicamento, y decidieron a producirlo utilizando la planta original que usó su empleado Hoffman: la ulmaria, cuyo nombre científico es el de Spireaea ulmaria, de donde derivó luego el término ‘aspirina’», cuenta Pancracio Celdrán.
«Echar polvos para olvidar el dolor»
Su eficacia terapéutica como analgésico y antiinflamatorio fue descrita en 1899 por el farmacólogo alemán Heinrich Dreser, coincidiendo además con el hecho de que la empresa Bayer patentase el compuesto bajo el nombre de Aspirin y lo lanzase al mercado en forma de polvos. «Todo el mundo hablaba de los ‘polvos milagrosos’, de los ‘polvos mágicos’, y de una frase que, aunque nos parezca mal sonante, nada tiene que ver con asuntos groseros: ‘echar polvos para olvidar el dolor’. Estas frases, que encontraron en seguida cauces de expresión distintos a los médicos, se popularizaron. La aspirina se había convertido ya en el remedio por antonomasia, en la medicina más popular de todos los tiempos».
La Primera Guerra Mundial fue el escenario de la expansión de la aspirina. «En plena Primera Guerra Mundial, en 1915, la Casa Bayer lanzó la Aspirina en tabletas. La marca era de propiedad alemana, y al final de la Gran Guerra, los aliados se quedaron con la patente de la aspirina como botín. Dos años después la aspirina sería proclamada «propiedad de toda la humanidad», por lo que cualquiera podía proceder a su fabricación sin necesidad de pagar derechos», sentencia Celarán. Casi 100 años después, sigue siendo un elemento indispensable de nuestro botiquín.
Dejar una contestacion