Los bancos centrales europeos y la Reserva Federal estadounidense ya han pasado al modo de combate contra la inflación después de ver cómo, desde la primavera pasada, los precios han ido escalando sin pausa a niveles que no se veían en estos lares desde principios de los años noventa. En Asia, países como Corea del Sur y Taiwán también lidian con índices de inflación a niveles inéditos en más de una década. Incluso en la estable China hay temor por el repunte de los precios y su impacto en la recuperación económica poscovid. Pero no en Japón, donde la evolución de los precios ha cerrado por segundo año consecutivo en deflación. ¿Qué sucede en la tercera economía mundial para estar inmunizada contra el auge de los precios?
El fenómeno de la inflación plana en el país asiático no es nuevo. Japón acumula décadas con un nulo incremento de los precios, pese a que desde 2013 se ha tratado de neutralizar esta inercia con políticas monetarias expansivas y una amplia gama de estímulos para vigorizar el anémico crecimiento del producto interior bruto. Pero en momentos de debilidad económica pospandemia, la inflación puede resultar fatal. Pese a que el alza global de los costes derivada de la crisis sanitaria sí que se ha notado sensiblemente en los precios mayoristas, el país ha sorteado —por ahora— gran parte de esta inflación importada mediante estrategias para neutralizar el impacto de los crecientes costes energéticos y de las materias primas.
Pero el factor último es cómo la cultura corporativa japonesa se resiste a repercutir inmediatamente este encarecimiento en los precios al consumidor final. Una tradición que viene de principios de los años noventa, tras el estallido de la burbuja inmobiliaria nipona. “Las empresas japonesas optan por redirigir sus beneficios a disponer grandes reservas de capital y cuando hay cortos periodos de inestabilidad, intentan al máximo no ser las primeras en incrementar sus precios por temor a perder cuota de mercado”, explica el economista y experto en bolsa Yasuhiro Ueda a El Confidencial.
Para Ueda, la presión alcista no es tan fuerte como en Estados Unidos, que en diciembre tuvo una inflación del 7%, la más alta en 39 años y medio, o en la eurozona, que llegó al 5%, la más alta desde 1997. En España fue del 6,5%. “A pesar de que Japón no es inmune a la subida global de los precios de la energía y materias primas, muchas compañías creen que estos aumentos son circunstanciales y prefieren recortar márgenes en vez de ahuyentar a los consumidores”.
Maestros de la inflación camuflada
A pesar de la subida histórica de los precios de la electricidad un 13,4%, la más elevada desde 1981, y el aumento del 22,4% en los costes de la gasolina, el índice anual fue negativo. A pesar de las subidas de mayo (primer incremento en 14 meses), junio, noviembre y diciembre, el IPC japonés cerró 2021 con un descenso del -0,17%, el segundo año con deflación consecutivo y muy lejos del 2% que se había puesto como objetivo el Banco de Japón (BoJ), que se considera un nivel deseable para un correcto funcionamiento de la economía.
Una de las medidas que más ayudaron a contener la inflación a lo largo del año desde abril fue la caída récord de las tarifas de la telefonía móvil, que compensó el aumento de los precios de la energía. En diciembre, las tarifas del teléfono móvil cayeron un 53%, lo que contribuyó a rebajar el promedio ponderado de los precios en más de un 1,5% aproximadamente. Excluyendo ese factor, la tasa de inflación estaría cerca del 2%. El propio gobernador del Banco de Japón, Haruhiko Kuroda, se refirió a este hecho asegurando que, con el fin de estos recortes, “la inflación se acelera gradualmente hacia el 2%”.
Japón es experto en ‘inflación camuflada’: mantener el producto al mismo precio, pero ir rebajando su tamaño
“Por más que haya grandes incrementos, dudo mucho de que el Banco de Japón cambie su política monetaria, a menos que reciba presiones del nuevo Gobierno para reducir esta inflación reciente, fruto del aumento de precio de las materias primas y la actual debilidad del yen”, explicó Ueda. El Banco de Japón revisó al alza sus previsiones de inflación para este año, que comienza en abril, hasta el 1,1%, desde el 0,9% anterior. Pese al aumento de precios, la institución económica mantendrá su política monetaria ultralaxa, ya que considera que la economía está saliendo de la deflación de manera controlada y la inflación no superará ese umbral del 2%.
Si bien las compañías están habituadas a absorber el choque inflacionista —la llamada ‘mentalidad inflacionista’—, también son expertas en aplicar tácticas de ‘inflación camuflada’, un fenómeno menos habitual en España y Europa hasta hace poco. Esta práctica consiste en mantener el producto al mismo precio pero ir rebajando de forma ligera y progresiva su tamaña para digerir los costes crecientes de las materias primas. Afecta, principalmente, a productos alimentarios de consumo frecuente, congelados o preparados secos, entre otros, cuyas raciones son cada vez más pequeñas. Por ejemplo, bolsas de patatas fritas con entre cinco y 10 gramos menos de producto, pero al mismo precio de venta. Un truco que no pocas veces genera fuerte descontento entre los consumidores.
El riesgo de la estanflación
El mes pasado, los japoneses desayunaron con la noticia de que su Gobierno subsidiaría la gasolina para frenar su escalada, después de que los precios minoristas alcanzaran los 170 yenes (1,32 euros) el litro. La medida, sin precedentes en la historia económica nipona, contemplaba el pago de 3,4 yenes por litro a 29 distribuidores e importadores de petróleo durante una semana, con el objetivo de evitar que suban bruscamente los precios de la gasolina. El Ministerio de Industria revisó esta semana la medida y subió el subsidio a cinco yenes por litro, alcanzando el máximo planteado originalmente.
Este programa de ayudas a la industria petrolera no gusta a algunos sectores y ha sido fuertemente contestado desde algunos ámbitos liberales, asegurando que es una medida que distorsiona el mercado y una intervención excesiva del Estado. A pesar de ello, el marco de subsidio estará vigente hasta fines de marzo y el Gobierno ha reservado ya más de 80.000 millones de yenes (unos 621 millones de euros) para este programa en su presupuesto complementario para el año fiscal en curso, que acaba en marzo.
A pesar de esta medida extraordinaria —y temporal—, las cifras oficiales indican que la tendencia es que más de la mitad de los productos básicos experimentarán nuevas subidas de precios, contagiadas por el auge de las materias primas, la energía y los problemas en la cadena de suministro global que han limitado la existencia de algunos productos. Además, se espera que la tasa de inflación se acerque al 2% en abril, cuando el efecto del descenso de precios de la telefonía móvil llegue a su fin.
La tendencia inflacionista de los últimos meses de 2021 se ha mantenido en el arranque de este año, lo que amenaza el poder adquisitivo de los japoneses si no hay aumentos salariales. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) constató que mientras el crecimiento real de los salarios alcanzó en 2021 el 5,6% en EEUU y el 5,2% en la Unión Europea, en Japón fue solo del 1,8%. El Banco de Japón confía en mantener la inflación del año fiscal 2022 en el 1,1% y apuesta por que las presiones externas se deben a factores temporales como el aumento de las materias primas. Pero en los círculos empresariales del país preocupa el riesgo de una inflación sin crecimiento, un perjudicial fenómeno económico conocido como estanflación, lo que podría ser un duro golpe a la endeudada economía japonesa.
Fuente: elconfidencial.com (17/2/22) pixabay.com