Llevamos tantas décadas viendo estos dibujos que ya forman parte del imaginario colectivo. El as de oros es mucho más que una moneda grande: está rodeada de banderines y otros adornos; los reyes de cualquier palo deben llevar barba blanca y toga roja, etcétera. Y si no, nos parece que la baraja es extraña. La culpa la tiene Fournier, la empresa alavesa que lleva casi 150 años surtiéndonos de cartas. Con esos naipes nos enseñaron nuestras abuelas a jugar al tute o al mus, igual que les pasó a ellas de pequeñas.
El uso de las cartas está hondamente arraigado en la mayoría de culturas del mundo. Los historiadores sitúan su nacimiento en China hacia el año 1000 antes de Cristo. Surgieron de mezclar dos de los juegos de más éxito de la época: el ajedrez y los dados. El objetivo era combinar el azar con la estrategia, hacer que tuvieran peso tanto la experiencia y la inteligencia como la suerte. De ese modo, un jugador novel podría tener posibilidades de ganar una partida a uno más experimentado.
Pasarían todavía dos milenios hasta que las cartas se popularizasen en Europa. Los primeros registros de naipes datan del siglo XIII. Llegaron con la Ruta de la Seda y no tardaron en extenderse por todo el Viejo Continente, desde donde viajarían al resto del mundo.
Cronología
1000 a. C. Se inventan los naipes en la antigua China. No llegarían a Europa hasta el siglo XIII.
1377. Un monje alemán menciona en un manuscrito el juego de cartas como un método de enseñar y educar.
1868. Heraclio Fournier, descendiente de famosos maestros impresores de París, se establece en Vitoria y funda un pequeño taller de naipes.
1875. Nacen las legendarias figuras de la baraja de Fournier, diseñada por Emilio Soubrier y dibujada por el pintor vitoriano Díaz de Olano.
1889. La firma desarrolla la baraja litográfica con 12 colores, con la peculiaridad de que en el as de oros figura su propia efigie. El producto es reconocido con varios premios.
1916. Muere Heraclio Fournier. Su nieto, Félix Alfaro, se hace con las riendas de la compañía, que a partir de ese momento empieza a mirar al exterior.
1948. Fournier domina claramente el mercado nacional. Para poder responder a la creciente demanda, se traslada a una nueva planta más amplia, incorporando los últimos avances tecnológicos de la época. La ampliación de la capacidad instalada sienta las bases de su consolidación internacional.
1986. Naipes Heraclio Fournier y The United States Playing Card Company (perteneciente al grupo Jarden) unen sus fuerzas formando un tándem que desde entonces domina el mercado mundial de las cartas.
Mientras que la esencia del juego permaneció prácticamente inalterada, en cada país los palos y las figuras orientales fueron cambiadas por objetos más cercanos a la cultura local de cada lugar. En España, por ejemplo, se optó por los oros, copas, espadas y bastos, en representación de los distintos estamentos de la época: realeza, clero, nobleza-ejército y pueblo llano.
Pocos otros cambios han sufrido con el paso de los años, aparte de la aparición de las pintas en el siglo XVI (recuadro que rodea el naipe, para dificultarle las cosas a los mirones) y la numeración de las cartas en los ángulos de la baraja, en el siglo XVII.
Sello español
Los naipes llegan a los hogares y tabernas españolas de la mano de Heraclio Fournier González. Este joven burgalés decide montar a los 19 años su propia empresa en Vitoria-Gasteiz, en 1868, tras familiarizarse con esta industria de la mano de su hermano. Valiéndose de novedosos métodos de impresión y modelos gráficos (las imprentas estaban dando por entonces un importante salto de calidad), en 1877 le encargó al profesor de la Escuela de Artes y Oficios de Vitoria Emilio Soubrier y al pintor Díaz de Olano el diseño de un naipe. La baraja resultante se convertiría en la precursora de las actuales cartas españolas.
El lanzamiento fue un éxito. También fuera de España: consiguió el primer premio en la Exposición Universal de París de 1889, año en el que se inauguró la Torre Eiffel. La baraja que se alza con el triunfo, litográfica con 12 colores, tiene la efigie del propio Fournier en el as de oros. Las exposiciones de Bruselas, Barcelona, Madrid y El Cairo también reconocieron su calidad, que poco tiempo después sería rediseñada por Augusto Rius, adoptando su forma definitiva, muy parecida a la de nuestros días.
Félix Alfaro, nieto de Heraclio Fournier, se hace cargo de la compañía al morir este último en 1916. Es bajo su batuta cuando la empresa da un verdadero salto en el proceso de expansión internacional. En 1948 ya eran líderes indiscutibles del mercado nacional. A partir de ese momento empiezan a trabajar estrechamente con los casinos de medio mundo, segmento en el que no tardan en posicionarse como uno de los principales operadores globales.
1986 marca un punto de inflexión en la historia de la compañía. Ese año, Naipes Heraclio Fournier y The United States Playing Card Company unen sus fuerzas, creando el líder del mercado, con una cuota mundial superior al 35%. Hoy domina especialmente el mercado de los casinos: el 90% de los europeos utilizan sus cartas, cuota que pasa al 70% en Latinoamérica y Oriente Próximo y al 100% en Sudáfrica. Las salas de juego de medio mundo han sido conquistadas desde Vitoria.
Más de 1.600 barajas distintas en cartera
Empezó con la baraja española, su producto más popular (vende más de dos millones de unidades anuales en todo el mundo), pero hoy Naipes Heraclio Fournier produce más de 1.600 tipos de barajas distintas.
Los modelos de poker-bridge son su producto estrella. Están presentes en los casinos de Europa, Sudáfrica, Suramérica, el Caribe, Oriente Medio y Asia, y además son el único proveedor homologado para salas de juego en España. La producción es de alrededor de 3,6 millones de barajas anuales.
La compañía también fabrica naipes infantiles. Nickelodeon, Marvel o Disney son algunas de sus licencias más conocidas. Aunque la que más huella ha dejado en España es su baraja Familias de 7 países, un clásico de Fournier que desde 1965 ha entretenido a varias generaciones de niños.
La calidad de los naipes de Fournier, reconocida ya en el siglo XIX, es uno de los elementos más valorados por sus clientes internacionales. Una carta Fournier, cuentan desde la compañía, tiene un tamaño exacto, un deslizamiento perfecto y se puede doblar infinitas veces sin sufrir ninguna rotura y volviendo a su forma original.
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