Muy particular debió ser la primera persona que decidió que era una buena idea colocarse dos largos listones de madera en los pies y utilizarlos para resbalar cuesta abajo a grandes velocidades por la nieve. Pero aunque a primera vista pudiera parecer una locura, la actividad pareció gustar y, en 2018, según datos de la Asociación Turística de Estaciones de Esquí y Montaña, 5,8 millones de personas disfrutan de las pistas de esquí españolas.
Pero hay datos preocupantes. Así se acaba de ver reflejado en un estudio realizado por investigadores del Eurac Research y la Universidad de Toulouse y la Universidad de Innsbruck en Austria. Según los investigadores la cantidad de nieve en los Alpes no ha parado de descender, año a año, desde 1971. Esta tendencia, explican los investigadores, es especialmente acusada en alturas inferiores a los 2.000 metros sobre el nivel del mar, pero se mantiene igualmente constante en todas las regiones de esta cordillera a todas las alturas.
Uno de los autores principales del estudio, Michael Matiu, explica: «Este estudio analiza la cobertura de nieve en los Alpes cuantitativamente, por primera vez y en toda la cordillera de la montaña». En efecto, como prueban los datos del estudio, a pesar de que en la ladera norte de la cordillera (como es lógico) la acumulación de nieve es mayor que en la más meridional, y también teniendo en cuenta que la climatología cíclica que experimenta esta región hace que se alternen épocas con mucha nieve y tras con poca (durante los años 70 y principios de los 80, hubo mucha nieve, seguido por una época que duró hasta mediados de los 90 de poca nieve), la tasa media demuestra que cada vez hay menos nieve.
Aunque este estudio no prueba la disminución de la cantidad de nieve acumulada en las cordilleras españolas, dada la similitud de la climatología de estas con las de la Europa más septentrional y los innegables efectos que el cambio climático están teniendo en la temperatura global del planeta, así como en los patrones de precipitaciones, podemos establecer una correlación del presente y del futuro de las estaciones de esquí en nuestro país.
Como se explica en el estudio científico, en los Alpes en los últimos 50 años, la evolución de la capa de nieve demuestra que las temporadas de nevadas (y, por tanto, de esquí) «se han reducido entre 22 y 34 días para estaciones situadas a menos de 2.000 metros de altura sobre el nivel del mar». Si esta tendencia continua, es de esperar que en un futuro no muy lejano el esquí sea en Europa un deporte del pasado, o que nos veamos obligados a practicarlo en espacios con nieve artificial, lo que a su vez supone un problema de sostenibilidad teniendo en cuenta el enorme gasto energético que ello supone.
Hace tres años otro estudio publicado en la revista científica Elsevier alertaba que una subida de 2 grados en las temperaturas medias en Europa reduciría la demanda hotelera durante la temporada de esquí en 10 millones de pernoctaciones (respecto al período 1970/2000), lo que haría prácticamente inviable el mantenimiento de la industria turística asociada a la práctica el esquí.
Como explica el profesor Matiu, «según los datos obtenidos, queda claro que la nieve se funde antes debido a las altas temperaturas, y que las precipitaciones ocurren en forma de lluvia y no de nevadas». Como no aprendamos a deslizarnos por la arena, si amamos el esquí, lo mejor que podemos hacer es esforzarnos un poco y contribuir a mitigar el cambio climático.
Las bodegas acaparan tierras a mayor altura para anticiparse al cambio climático
El cambio climático —y las alteraciones que provoca en los viñedos— también se ha hecho un hueco desde hace algún tiempo en la agenda de las bodegas españolas, que no sólo han tomado medidas durante la recogida y transformación, sino que compran tierras a mayor altura o con mejor disponibilidad de agua.
La investigaciones más recientes prevén que, para el año 2050, la superficie de terreno adecuada para la producción de uva se reducirá entre un 25 y un 75% en algunas zonas tradicionales de cultivo de vid, lo que incluye a los tres principales productores de vino a nivel mundial, incluida España, según recogía uno de los textos analizados recientemente en el Congreso a instancias del PP.
España se juega mucho: es el mayor extensión de viñedo de la Unión Europea y del mundo; el segundo exportador mundial de vino y mosto en términos de volumen, tras Italia, con 19,5 millones de hectolitros, y el tercero en valor, con 2.360 millones de euros.
El cambio climático en la viña tiene consecuencias en el nivel de ph, el desfase entre la madurez y el aroma y el grado de alcohol, aunque no todas las variedades se verán afectadas por igual, a juicio de los expertos, investigadores y enólogos.
Hasta el momento, uno de los mayores proyectos del sector ha sido el denominado “Cenit Deméter”, centrado en analizar la adaptación de las variedades tempranillo (tinto) y albariño (blanco) a las principales variables que afectarán al clima en los próximos años.
En el futuro, la asociación Plataforma Tecnológica del Vino (PTV) tendrá un papel relevante en el desarrollo de programas de I+D+i, que incluirán la adaptación a este fenómeno climático.
El problema del calentamiento global ha llamado la atención de firmas como Matarromera, Juvé & Camps, Roda, Protos, Unión de Cosecheros de Labastida, Barbadillo, Martín Códax, Gramona, Dominio de la Vega, Pago de Carraovejas, Domecq, Marqués de Terán o Torres, entre otras; pero hay otras miles que no se han concienciado aún.
En España, no serán cambios de un día para otro, pero el calentamiento sucederá, surgirán nuevas denominaciones de origen y nuevos lugares donde antes no se pensaba que podría hacerse vinos.
Desde Bodegas Torres opinan que el sector en España aún no ha terminado de darse cuenta de la dimensión del problema y sostienen que todas las áreas vitivinícolas lo sufrirán, en España, Francia, Italia, Alemania o Chile; que se dejarán de producir vinos en algunas zonas y posiblemente habrá que recurrir a otras variedades.
Fruto de esta conciencia, Bodegas Torres compra terrenos más al sur de los que explota en Chile actualmente; en España, ya tienen viñedos a 900 metros de altura en Tremp y en el Pirineo de Aragón (1.200 metros); y estudian variedades mejor adaptadas al entorno.
Las vendimias nocturnas serán cada vez más habituales en España para garantizar las mejores condiciones de la uva y evitar los rigores del cambio climático, comentan desde Aura, de Domecq Bodegas, situada en Rueda, una denominación en la que ya se cosecha con máquinas el 90% de la producción —casi todo, de noche—.
Desde Ramón Bilbao se han significado, asimismo, por producir uvas procedentes de cepas “de altitud” y creen, de hecho, que el futuro despegue de Rioja en variedades blancas obligará a los bodegueros a ir hacia los municipios que están en el límite sur de la Denominación, en las estribaciones de la Sierra de la Demanda.
La conciencia no ha calado en todo el sector, pero cada vez son más las bodegas que lanzan ambiciosos programas para minimizar su impacto en el medio, reducir las emisiones y huella de carbono e hídrica y contribuir a mitigar los efectos del cambio climático. Vía que el mercado, los consumidores, premiarán cada día más.
Botellas más ligeras, energías renovables, plantación de bosques, reciclaje del agua y residuos, control biológico de plagas y empleo de técnicas de agricultura ecológica y biodinámica son algunas de las apuestas de las compañías, que también han optado por la construcción de “bio” bodegas que se “solapan” con el entorno.
España, Chile o Australia sufren ya los efectos del cambio climático, crecientes termómetros y vendimias que cada vez se hacen más en agosto y menos en septiembre, como ha sido lo habitual durante siglos. Un fenómeno, que viene para quedarse.
Fuente: elconfidencial.com (27/2/22) Valenciafruits.com Pixabay.com