Acabo de terminar El hombre que nunca existió. Operaciòn carne picada, del periodista Ben Macintyre, (Crítica, 2010), una historia real de espías, perfecta para leer en la tumbona. En el libro se cuenta cómo se orquestó una de las operaciones más sagaces y secretas de la Segunda Guerra Mundial: la Operación Mincemeat. Todo comienza con un misterioso turista en una playa de Huelva.
La madrugada del 30 de abril de 1943, un pescador de Punta Umbría (Huelva) descubrió flotando en el mar el cadáver de un oficial británico con un maletín encadenado a su cuerpo, un chaleco salvavidas amarillo y diversos objetos personales. El cuerpo presentaba signos de llevar varios días en el mar. Según la documentación que portaba, se trataba de William Martin, mayor de los Royal Marines, nacido en marzo de 1907. Tras informar al cónsul británico en Huelva, las autoridades españolas se hicieron cargo del cuerpo y las pertenencias del fallecido. En los bolsillos llevaba una carta del Lloyds Bank en la que se le instaba a saldar un descubierto en su saldo, la factura de una joyería por la compra de un anillo y dos cartas y una foto de su novia Pam en bañador (en realidad, Jean Leslie, una secretaria de los servicios secretos británicos). Entre los efectos personales también había un reloj, cigarrillos, cerillas, llaves, billetes de autobús y dos entradas para un espectáculo de variedades de Londres. Fotografía de Jean Leslie, la secretaria del MI5 que se hizo pasar por Pam, la novia fictícia de William Martin.
Tarjeta de identidad del supuesto mayor William Martin. Para la fotofrafía, se usó la de otro militar con gran parecido con el cadáver que sirvió de cebo.
Pero lo más interesante estaba dentro del maletín: dos sobres con información confidencial en la que se identificaba claramente a Grecia y Cerdeña como objetivos de la Operación Husky el gran desembarco que los aliados preparaban en el sur de Europa. En las cartas también se sugería que Sicilia sería utilizada para desviar la atención del enemigo.
En realidad, el objetivo real de la invasión era la isla italiana de Sicilia, y William Martin y los documentos que portaba, un señuelo para engañar a los alemanes y sus aliados italianos. Esta operación de engaño, que contribuyó de forma decisiva a la caída de Mussolini y a la derrota de Alemania, fue bautizada Operación Mincemeat (Operación Carne Picada).
El personal de la Sección 17M en la Oficina 13 del sótano del Almirantazgo en Londres, donde se gestó la Operación Mincemeat.
El segundo por la derecha es Ewen Montagu.
La idea original se le ocurrió al novelista y espía Ian Fleming (el creador del superagente James Bond 007), auque fue llevada a la práctica por Ewen Montagu, miembro de la División de Inteligencia Naval del Almirantazgo británico, y Charles Chomondeley, del MI5.
Consistía en hacer llegar hasta las costas de Huelva, en la ruta aérea entre Inglaterra y el cuartel general aliado en Argel, el cuerpo sin vida de un supuesto oficial que habría muerto ahogado tras estrellase el avión en el que viajaba con importantes mensajes para los jefes militares aliados en el norte de África.
Franco y Hitler, durante su famosa entrevista del 23 de octubre de 1940 en Hendaya, en la frontera entre España y Francia.
Para que la treta funcionase, la información tendría que llegar a manos de los alemanes, y España, país en teoría neutral, pero donde los espías nazis se movían a sus anchas, era el lugar perfecto para que esto sucediese: entre los funcionarios de la embajada alemana en España existía una nutrida nómina de agentes de la Gestapo, el Abwehr (inteligencia militar alemana de la época), y el Sicherheitsdienst (SD, Servicio de Seguridad), el servicio de inteligencia de las SS. Al frente de este operativo figuraba Wilhelm Leissner, para quien trabajaba uno de los espías dobles más famosos de la II Guerra Mundial: Juan Pujol, el agente Garbo.
Juan Puyol, Garbo, el agente doble español que creó una red de falsos espías para confundir a los alemanes.
En Huelva operaba, además, Adolf Clauss, el jefe de la Abwehr en Andalucía, un espía temible y eficaz que había participado en la Guerra Civil como miembro de la Legión Cóndor. Simpatizante de Falange y con contactos a todos los niveles entre las autoridades españolas, desde su finca de La Rábida (Huelva), organizaba labores de sabotaje y vigilancia de los barcos británicos en el Estrecho.
Faltaba encontrar la carnaza para el cebo, “la parte más desagradable de la operación”, según cuenta Montagu en su libro The man who never was (El hombre que nunca existió), que publicó en 1953 a instancias de su Gobierno para evitar informaciones fuera de control. El libro se convirtió en un éxito de ventas e incluso dio lugar a una película, protagonizada por Clifton Webb y Gloria Grahame, con Montagu en un cameo.
Se necesitaba un cadáver fresco que pareciese que había muerto ahogado. Según la versión oficial de Montagu, localizaron a un hombre que había muerto por neumonía en un hospital de Londres, y él mismo se puso en contacto con la familia y obtuvo su permiso para utilizar su cuerpo sin especificar los pormenores de la misión. En realidad, según cuenta Ben Macintyre, quien tuvo acceso al informe secreto de Montagu, el muerto era Glyndwr Michael, un mendigo galés que había fallecido en el hospital londinense de San Pancras tras ingerir una dosis de matarratas (uno de los síntomas que provoca este veneno es el encharcamiento de los pulmones).
Tras la luz verde de Churchill , el cadáver de William Martin / Glyndwr Michael se introdujo en un cilindro metálico lleno de hielo seco y se transportó a un puerto escocés para embarcarlo en el Seraph, el submarino elegido para llevarlo hasta Punta Umbría.
Ewen Montagu (a la derecha) y Charles Chomondeley, junto a la furgoneta en la que transportaron el cadáver de Glyndwr Michael hasta el submarino Seraph.
El 29 de abril, la nave se situó a un kilómetro de la Costa de Huelva. A las 04.15 del día siguiente, se extrajo el cadáver del mayor Martin del tubo metálico. Había, como lacónicamente anotó el teniente Bill Jewel, comandante del Seraph, en su cuaderno de bitácora, «cierto hedor». Trabajando con presteza, Jewel y otros dos oficiales (a la tripulación del submarino se le dijo que el cilindro que les había acompañado en el viaje contenía instrumentos ópticos), inflaron el chaleco salvavidas y colocaron en el maletín los sobres con los documentos secretos. Tras rezar una breve (y apropiada) plegaria — un fragmento del Libro de los Salmos que dice: «Mantendré mi boca cerrada como un freno, mientras el impío esté ante mí. Sujeté mi lengua y no dije nada. Guardé silencio, incluso para las buenas palabras, pero sentí pena y dolor»– depositaron el cuerpo en el mar y alejaron el submarino a toda velocidad. «El remolino de las hélices ayudó al mayor Martin a emprender el camino», anotaría Jewel después.
El submarino británico HMS Seraph, comandado por el teniente Bill Jewell (en la foto de abajo).
Un día después de su hallazgo, el cadáver yacía en la sala de autopsias del cementerio municipal de Huelva. El doctor Eduardo Fernández del Torno, el forense que realizó la autopsia en presencia de Francis Haselden, vicecónsul británico en Huelva (quien estaba al tanto del complot), concluyó que Martin todavía estaba vivo cuando había caído al mar y que había muerto de asfixia por inmersión. El maletín con los documentos pasó a manos del teniente de navío Mariano Pascual del Pobil, juez en funciones en Huelva, quien envió la documentación original al Cuartel General de la Armada en Madrid. Tras la autopsia, el cuerpo del falso mayor Martin fue entregado al consulado británico y enterrado en el cementerio de la Soledad de Huelva el domingo 2 de mayo de 1943. Días después, se colocó una lápida de mármol sobre la tumba con la inscripción horaciana «Dulce et decorum est pro patria mori» (Dulce y honroso es morir por la patria). Hace unos años se cambió la inscripción de la lápida por esta otra, en la que también aparece el nombre de Glyndwr Michael:
Según el libro de Macintyre, el plan estuvo a punto de fracasar por culpa de la honestidad de Pobil y otros miembros de la Armada española que tuvieron acceso a los documentos, quienes, en contra de lo que esperaban los británicos, se negaron a entregar los papeles del muerto al espía Adolf Clauss y al jefe de la Abwehr en Madrid, Wilhelm Leissner. Fue necesaria la intervención del coronel José López Barrón Cerruti, el entonces temible jefe de la policía secreta de Franco en la D.G.S, un filonazi que había luchado como voluntario en la División Azul, para que los alemanes pudiesen copiar su contenido y enviarlo a Berlín. El 12 de mayo, el primer ministro británico, Winston Churchill, recibió en Washington un escueto telegrama del MI-5: “Mincemeat Swallowed Whole (carne picada tragada entera)”.
Hitler picó. Y se tragó el cebo, el anzuelo, la línea y hasta el flotador. En su diario, el almirante alemán Karl Doenitz escribió tras una entrevista con Hitler: «El Führer no está de acuerdo con la idea del Duce de que el punto más probable de una invasión sea Sicilia. Según su opinión, los documentos anglosajones descubiertos confirman que el ataque será dirigido principalmente contra Cerdeña y el Peloponeso«. Cuando, en la mañana del 10 de julio de 1943, las tropas aliadas desembarcaron en el sur de Sicilia, se encontraron la isla desprotegida. Dos semanas después, Hitler eguía tan convencido de que el desembarco en Sicilia era una maniobra de distracción que envío al mariscal Rommel con sus tanques al Peloponeso. Cuando se dio cuenta del engaño ya era demasiado tarde.
Fotografia del desembarco aliado en Sicilia, el 10 de julio de 1943.
Como veis, una historia apasionante para leer entre chapuzón y chapuzón.
Fuente: elpais.com (27/8/12)
Dejar una contestacion