El conflicto iraquí, resucitado en estos días por el avance de las huestes islamistas radicales en zonas clave del Estado árabe, ha disparado el precio del petróleo a niveles inéditos en un año. La crisis ha recordado a los países importadores de crudo —desarrollados o emergentes— que aún dependen en exceso de una zona tan inestable como Oriente Próximo. El viejo orden petrolero, el encarnado por la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), el que marca el paso de la oferta y la demanda desde la crisis de 1973, aún sacude la economía mundial a pesar de la apuesta por las energías renovables, la moda de los coches híbridos o las técnicas de explotación alternativas como el mentado fracking (fracturación hidráulica). Y es que las alternativas aún son caras, están verdes o carecen muchas veces de una voluntad política firme que las respalde; por lo que todavía queda al menos un decenio en el que los Estados importadores de crudo seguirán a merced de los conflictos en los países de Oriente Próximo, del Magreb, de África e incluso del este de Europa, como sucede ahora con Rusia, uno de los mayores suministradores de energía de la UE.
Si el impacto de la crisis de Irak no es mayor en los países desarrollados es porque la actividad económica aún es débil y no requiere ingentes cantidades de energía para mantenerse. Pero en cuanto la recuperación se afiance, las preocupaciones por los posibles cortes de suministro y la escalada de precios pesarán como una losa sobre las naciones desarrolladas y emergentes. El impacto no será, sin embargo, igual para todos: Estados Unidos y el resto de las Américas avanzan o tienen proyectos concretos para lograr una mayor independencia energética. China, por su parte, está apostando fuerte por alianzas con las potencias petrolíferas de Asia Central para rebajar sus importaciones de los países árabes. Todo apunta a que a medio plazo será la Unión Europea la peor preparada para soportar los cimbronazos del mercado petrolero.
A lo largo de los últimos años, la distribución de la producción entre los países de la OPEP se ha visto afectada por los conflictos internos de sus miembros. En Libia, los daños a las infraestructuras petroleras y la toma de los puertos estratégicos por parte de los grupos rebeldes que se oponen al frágil Ejecutivo de Trípoli han lastrado la capacidad productiva y casi anulado la exportación de crudo. En Nigeria, la violencia comunitaria, añadida al robo diario de petróleo, que desde hace seis meses alcanza de media los 100.000 barriles, han restado fiabilidad al país como proveedor. Irán, pese a haber reconducido su relación con las potencias occidentales, aún está tocado por las sanciones internacionales. Así que el peso de garantizar la oferta de la OPEP ha estado sobre todo recayendo en los hombros de los países del golfo Pérsico, que tampoco son inmunes a factores de inestabilidad como el terrorismo o la violencia sectaria.
Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Kuwait han aumentado su porción del mercado a expensas del resto de los miembros del cartel. Ha sido posible gracias al sistema de cuotas flexibles que rige en la organización, que produce alrededor de 30 millones de barriles diarios. Los saudíes, primeros productores mundiales de crudo, han conseguido ajustar bastante la extracción a la demanda del mercado y controlar los precios. En los días previos a la última reunión de la OPEP en su sede de Viena, el pasado 3 y 4 de junio, el ministro de Petróleo saudí, Alí al Naimi, se mostraba tranquilo sobre la marcha del mercado: “La oferta es buena, la demanda es buena, el precio es bueno”, declaró el veterano político.
Pero el escenario se ha modificado solo una semana más tarde. En la noche entre el pasado 9 y 10 de junio, los milicianos del grupo yihadista suní Estado Islámico en Irak y el Levante (EIIL) tomaron Mosul, la segunda ciudad iraquí, en la provincia norteña de Kirkuk. Irak volvió a sumarse a la lista de miembros de la OPEP afectados por los conflictos armados y la inestabilidad política, y a ser la principal causa de una nueva crisis petrolera originada en la región.
En los últimos años, Irak había ido recuperando su potencial como una de las principales fuentes de crudo del planeta y las empresas habían puesto sus ojos en el país árabe aun a pesar de la retirada de las tropas de EE UU. El pasado mes de febrero, la producción diaria tocó los 3,6 millones de barriles, la cifra más alta en los últimos 35 años. Y aunque aún es pronto para saber el alcance del nuevo conflicto en Irak, el mercado ha reaccionado con un aumento del crudo brent —de referencia para Europa—. El barril se ha disparado a 115 dólares, siete por encima de la cotización media del último año. Además, las previsiones de Wall Street para el resto del año son al alza.
Aunque hay análisis, como el de la consultora londinense Business Monitor International (BMI), que indican que aún no hay una “amenaza inmediata sobre la región meridional de mayoría chií, que alberga el grueso de la producción del país”, otros informes, como el del banco estadounidense Morgan Stanley, subrayan que la crisis iraquí amenaza con “cambiar la psicología de los mercados petroleros, haciendo peligrar el crecimiento de la oferta y anulando la tranquilidad relativa a los precios del crudo, sobre todo a medio plazo”. Para el próximo lustro, según las previsiones de la Agencia Internacional de la Energía, alrededor del 60% del crecimiento de la producción de la OPEP dependerá de la oferta de Irak, que garantiza cerca del 4% de la producción mundial.
El barril ha subido siete dólares por encima de precio medio de 12 meses
“Hay un riesgo potencial grande en lo que está pasando en Irak, pero es demasiado pronto para entender su magnitud”, explica James Cockayne, director de la publicación especializada Middle East Economic Survey (MEES), con sede en Nicosia. “Uno de los motivos por los que había tanta tranquilidad es que se preveía que la producción iraquí llegase hasta los cuatro millones de barriles diarios a finales de año. Era una previsión optimista, pero no imposible. Ahora nadie espera que ocurra. Las autoridades saudíes, sin embargo, sostienen que pueden incrementar su producción diaria en un millón de barriles. Y tienen bastantes reservas para hacerlo”.
Pero las expectativas sobre el futuro de la producción mundial no se agotan en Riad. En los últimos 10 años, la producción de petróleo en EE UU ha aumentado hasta los 10 millones de barriles diarios. Según los datos del informe anual de British Petroleum, solo entre 2012 y 2013 el país norteamericano ha registrado un incremento del 13,5%. Se trata del mayor aumento a escala mundial, que ha elevado la cuota de producción global de EE UU hasta el 10,8%.
Durante la presentación del documento, la semana pasada, el economista jefe de la empresa, Christof Rühl, ha declarado que el incremento de la producción de EE UU ha compensado la pérdida de casi tres millones de barriles al día desde el inicio de la primavera árabe en 2011.
John Scrimgeour, director del Instituto de Energía de la Universidad de Aberdeen, capital petrolera de Escocia, especifica que este aumento no es casual, sino que “se enmarca en una precisa estrategia de EE UU, que ha aprovechado la coyuntura internacional en el ámbito energético”. Cockayne, del MEES, comparte esta visión, que corrobora con datos: “Hace 10 años, EE UU importaba alrededor de un 67% de su petróleo vía mar y dependía muchísimo de los países del golfo Pérsico, lo cual explica sin duda la guerra de Irak en 2003. Hoy este porcentaje se ha reducido al 20%. No sólo ha consolidado su capacidad de producción, sino también la de Canadá y México [que podría aumentar cuando se ultime la reforma energética], que han adquirido peso como proveedores de EE UU”. El analista insiste en que “Oriente Próximo ha perdido peso [desde el punto de vista petrolero] en Washington. Ahora sus principales clientes son China, Japón, India y Corea de Sur. Si se intensifica la inestabilidad en esa región, Pekín tiene mucho más que perder que EE UU”.
La UE va por detrás de EE UU y China en la diversificación de los proveedores
El gran paso de Washington hacia una mayor independencia energética —o al menos hacia una dependencia de proveedores más fiables— no ha tenido un desarrollo paralelo al otro lado del Atlántico. La Unión Europea produce poco menos de 1,5 millones de barriles diarios, el 1,7% del total mundial, según BP. La dependencia de Oriente Próximo y de Rusia, que conjuntamente le suministran ocho millones de barriles al día, es aún muy importante.
El repunte del precio del petróleo por las razones de casi siempre (un conflicto geoestratégico en Oriente Próximo) y la pujanza de los recursos no convencionales en Estados Unidos no hacen sino resaltar las dificultades que afronta la UE.
Embarcada en la política de recorte de emisiones contaminantes —15 países europeos firmantes del protocolo de Kioto las han rebajado ya un 12%, más de lo previsto para 2020—, la apuesta energética de buena parte de la UE en los últimos años ha descansado en el despliegue de las renovables, incentivado con dinero público, y en el gas natural, como alternativa más eficiente y menos contaminante que el carbón.
Pero la apuesta verde ha tenido resultados paradójicos. La repercusión de los incentivos públicos de las renovables a la factura eléctrica ha subido el precio de la luz —la Agencia Internacional de la Energía estima que será cuatro veces más cara que en EE UU en las próximas dos décadas—, a cambio de una incidencia menor en la evolución global de emisiones, que siguen aumentando, por el desigual compromiso de los países emergentes, con China a la cabeza, y de EE UU, más rezagado.
Más llamativo es el impacto indirecto del fracking estadounidense en la UE. No solo el precio del gas es ahora más caro en Europa que en EE UU (casi tres veces más), sino que el mercado europeo se ha visto inundado con el carbón de importación que EE UU ya no necesita. La consecuencia es que muchas plantas de carbón europeas vuelven a generar electricidad a buen ritmo, mientras hibernan las relucientes centrales de ciclo combinado a partir de gas. Es decir, que el futuro inmediato es más contaminante de lo que se preveía.
La industria europea no deja de lamentar la diferencia en costes energéticos con la norteamericana, ahora que la recuperación de los países occidentales se juega en el mercado exterior. Y presiona para que Europa también ponga en explotación sus recursos no convencionales (el gas y el petróleo de pizarra) mediante las técnicas de fractura hidráulica. Pero el fracking, además de profundizar en el uso de energía contaminante, genera sus propios riesgos medioambientales. Y la respuesta al dilema ha sido desigual: Polonia o Reino Unido lo apuestan todo; Irlanda, Francia o Bulgaria han prohibido el fracking. España es el tercer país que más permisos de exploración ha concedido, pero varias comunidades rechazan el inicio de la actividad.
Mientras Europa toma una decisión —la inversión en renovables también mengua en varios países—, la dependencia no hace otra cosa que crecer. Y la competición por los recursos energéticos es feroz. “El petróleo se vende en un mercado global y Rusia está buscando nuevas salidas para sus productos: la demanda asiática crecerá más que la europea a medio plazo”, explica Christopher Haines, analista de BMI.
El papel de Oriente Próximo como proveedor clave de Europa parece destinado a cobrar todavía más fuerza, aunque Rusia no dejará de incidir en los equilibrios energéticos del Viejo Continente: “Europa seguirá dependiendo de Rusia y la OPEP. Cuando la situación en Libia no era tan complicada, por ejemplo, Italia importaba ingentes cantidades desde allí. Es un caso paradigmático: las refinerías europeas pertenecen a compañías privadas, que compran a quien les venda a mejor precio. Si el polo productivo está cerca, la transacción es más barata. Más le vale a Europa mantener activas sus relaciones con Oriente Próximo”, sentencia Cockayne.
El aumento de la demanda en Asia ve como gran protagonista a China. El sediento gigante asiático, primer importador de energía del mundo, invierte a través de sus grandes petroleras públicas, desvinculadas de los lazos que atan a las compañías privadas. Sinopec, una de ellas, adquirió en mayo por 3.100 millones de dólares (2.276 millones de euros) el 33% de los intereses petroleros que la compañía estadounidense Apache poseía en Egipto; PetroChina, por su parte, tiene prevista la adquisición de las acciones de ExxonMobil en el yacimiento iraquí de West Qurna 1. “Pekín está siendo muy agresivo en dos vertientes. Intenta asegurarse un abastecimiento energético que tiene que proceder de fuera de su territorio. Pero además sus compañías buscan ganancias comerciales: Sinopec ha comprado el 49% de Talisman Energy, una importante empresa aquí en Reino Unido”, explica Scrimgeour, de la Universidad de Aberdeen.
Pese a la crisis que lo azota, Oriente Próximo se presenta todavía como una alternativa imprescindible en el panorama energético mundial. Simon Wardell, analista de la consultora estadounidense IHS Energy, prevé que “Occidente no conseguirá pronto su independencia energética, por lo menos por lo que tiene que ver con el petróleo. Los productores de Oriente Próximo son todavía necesarios, pero a lo largo de la última década la subida de los precios ha alentado la búsqueda de una mayor eficiencia energética y las inversiones en fuentes alternativas. El petróleo ha perdido importancia, pero el mundo industrializado está lejos de ser energéticamente independiente”.
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