El Premio Nobel que se pagó la carrera vendiendo pizzas y escribiendo horóscopos: «He tenido que probar mi valía por ser refugiado»

Hay historias que sirven para recuperar la fe en el mito del sueño americano… y luego está la de Ardem Patapoutian (Beirut, 1967). Este biólogo y neurocientífico llegó a Estados Unidos como refugiado, huyendo de la guerra en su país, el Líbano. Corría el año 1986 y acababa de cumplir los 18. Nieto de huérfanos del genocidio armenio y sin apenas dinero, Patapoutian encontró en una pizzería y en un periódico armenio un sustento que le permitió ahorrar para pagar la matrícula en la Universidad de California, en Los Ángeles. 35 años después, el repartidor de Domino’s Pizza y el colaborador que se inventaba el horóscopo en el diario recogía el Premio Nobel de Medicina. Lo hacía por haber desentrañado uno de los misterios del que dice que es el sentido humano más desconocido: el tacto.

Pero que nadie se lleve a engaño: incluso los sueños con final feliz tienen sus aristas y sus puntos oscuros. «Durante toda mi carrera científica he tenido que probar mi valía por ser inmigrante», admite en Valencia, donde participó recientemente como jurado de los premios Rei Jaume I, y lamenta el auge de los discursos políticos contra los refugiados, en Europa y en Estados Unidos: «Empezar de cero tu vida siendo refugiado fue extremadamente difícil. No siempre tienes ayuda porque la realidad es que hay gente que subestima a los inmigrantes».

Él mismo sintió el rechazo social cuando cambió de país. «Es muy triste, sobre todo cuando pasa en tu propio país de acogida. En Estados Unidos se olvida que una parte importante de sus premios Nobel ni siquiera nacieron aquí». Y como buen biólogo que es, lanza al aire la siguiente reflexión: «La migración es algo normal en el reino animal. Las aves, por ejemplo, migran constantemente de un sitio a otro sin que nadie las juzgue. Por algún motivo, los humanos nos hemos convertido en unos seres excesivamente territoriales».

A Patapoutian, sin embargo, no cuesta verle la sonrisa en la cara. «Ser refugiado me ayudó a tener éxito en la ciencia», afirma. «Mi experiencia como inmigrante ha sido clave en mi manera de entender la vida y seguramente en mi carrera hacia el Nobel, porque aprendes a no confiar sólo en la suerte. Conseguir éxitos en el laboratorio exige resiliencia. Y no hay persona más resiliente que un inmigrante».

Por cierto, para los que se quejan de que la carrera científica es dura y demasiado exigente, Patapoutian tiene un mensaje: «Es más difícil triunfar en Hollywood que en la ciencia». Suena cuanto menos sorprendente viniendo de alguien que ha entrado en el olimpo de la ciencia, pero él mismo relativiza la gloria: «Los científicos somos en el fondo como los actores, que empezamos una carrera sin tener garantías de nada. En ambos casos se requiere vocación y mucha pasión, pero creo que cuesta más lograrlo en Hollywood. Quienes nos dedicamos a la ciencia no deberíamos quejarnos tanto».

Patapoutian ya fue reconocido en España con el Premio Fronteras del Conocimiento de la Fundación BBVA de 2020 junto a su colega David Julius. Al año siguiente, el Nobel de Medicina -por sus descubrimientos acerca de los receptores con los que se perciben la temperatura y el dolor- no sólo le trajo la satisfacción en tanto que hito para su carrera científica. El galardón valía bastante más que los 10 millones de coronas -casi un millón de euros- que traía consigo.

«Es más difícil triunfar en Hollywood que en la ciencia. Quienes nos dedicamos a la ciencia no deberíamos quejarnos tanto»

«Durante años estuve centrado en la ciencia y prácticamente no pensaba en otra cosa. Pero al ganar el Nobel, muchos ciudadanos de origen armenio y libanés se pusieron en contacto conmigo para decirme que se sentían muy orgullosos de que alguien como ellos hubiera logrado eso. Así que valoro mucho mis orígenes y creo que ahora mi tarea va más allá de investigar en un laboratorio», afirma.

-¿Y cuál es esa nueva función?

-Es también servir de ejemplo para toda esa gente que lucha por salir adelante, que piensa que si yo he podido, ellos también.

El periplo estadounidense de Patapoutian comenzó en la Universidad de California, donde se licenció en Ciencias, para doctorarse posteriormente en Biología por el Instituto Tecnológico de California de Pasadena. En la actualidad, trabaja en el Departamento de Neurociencia del Instituto de Investigación Scripps de San Diego y es considerado un referente en el estudio de la nocicepción. Es decir, en lo que se denomina percepción consciente del dolor, el mecanismo neuronal por el que se procesan los estímulos que entendemos como dañinos.

¿Cuánto debemos al dolor de nuestra supervivencia como especie? «Todo. El dolor es necesario para la supervivencia humana», responde el científico. «Aprendemos que algo no hay que hacerlo cuando nos hace daño. Si pones la mano en el fuego y te quemas, no lo volverás a hacer».

En sus investigaciones, Patapoutian ha puesto el foco sobre todo en lo que se conoce como dolor crónico: «Ese dolor que se siente aun cuando el daño desaparece». El dolor de por vida, en definitiva, y que ya ni siquiera sirve como detector del peligro. «Queremos ayudar a las personas que lo sufren a que dejen de sentir ese dolor que, en el fondo, ya no es útil pero que sigue sintiéndose», asegura.

Y aquí es donde, insiste, puede estar la clave de la lucha contra los opiáceos, los analgésicos que han provocado toda una epidemia en Estados Unidos. El Nobel alerta de que «son los fármacos más recetados contra el dolor, pese a que son peligrosamente adictivos». «Es algo que hay que solucionar», advierte. «Y con urgencia».

Para lograrlo confía en las investigaciones que se están llevando a cabo sobre nuevos mecanismos para detener el dolor. «Una vía para mejorar sus efectos son los fármacos contra el dolor periférico, es decir, que se centran en el punto donde empieza el dolor sin afectar al cerebro», explica el científico.

En este punto, Patapoutian pone el ejemplo del miembro fantasma, esto es, la extremidad que ha sido amputada. Le sirve para ilustrar hasta qué punto algunas veces el dolor se interpreta como una creación mental y no como algo físico.

«Sientes el dolor en un miembro que ya no existe, que en realidad no está, por lo que se considera que de alguna manera hay un problema en el cerebro al no ser capaz de escuchar adecuadamente al propio cuerpo», cuenta. «Ahora bien, si has perdido el brazo y pusieras anestesia en la punta del muñón, el dolor del miembro fantasma desaparecería».

Así que para batallar contra el dolor, a juicio de Patapoutian, tan importante es colocar en la diana al sistema nervioso central -compuesto por el cerebro y la médula espinal- como al sistema nervioso periférico, el que conecta precisamente el sistema nervioso central con los miembros.

Si a este premio Nobel le preguntan a qué teme más, si al dolor o la muerte, no se atreve a contestar de manera tajante. «El dolor puede llegar a ser tan insoportable y permanente para algunas personas, que no me atrevo a juzgar. Normalmente diría que siempre hay que elegir la vida, pero hay quien teme tanto al dolor que no puedo estar aquí sentado tan tranquilo y responder como si nada».

Pero este científico no presta únicamente atención al sentido del tacto y a su papel en la percepción del dolor. «Tenemos un sexto sentido que la mayoría desconoce y que paradójicamente es el más importante». El Nobel se refiere a la propiocepción, algo así como la capacidad de nuestro cerebro de saber en cada momento la ubicación de las diferentes partes del cuerpo. «Gracias a este sexto sentido, podemos cerrar los ojos y tocarnos la nariz», cuenta. «El motivo por el que muchas personas desconocen esto es que, a diferencia de otros sentidos, el de la propiocepción no lo puedes apagar».

«Tenemos un sexto sentido que la mayoría desconoce y que paradójicamente es el más importante: la propiocepción»

Si cerramos los ojos, somos capaces de imaginar un mundo sin ver nada. Si estamos en silencio, podemos recrear un sonido. «Con la propiocepción no lo podemos hacer, ya que la damos por sentada». Este sexto sentido es tan fundamental que las labores más cotidianas se volverían imposibles si careciéramos de él. «No podríamos ni ponernos de pie y caminar», relata.

Fuera del laboratorio, hay un tema que preocupa -y mucho- a Patapoutian: la desinformación. «La gente confía cada vez menos en la ciencia, a pesar de que venimos de una pandemia donde el trabajo conjunto de los científicos permitió secuenciar el virus en pocas semanas y crear una vacuna. La contribución de la ciencia fue enorme y, sin embargo, la desinformación es más abundante». El Nobel alerta del auge de una corriente negacionista -contra la efectividad de las vacunas, contra la evidencia del cambio climático…- y pone sobre la mesa la que para él es la única solución: «El mejor remedio contra la desinformación es la educación. No conozco a nadie con una buena educación que crea a los negacionistas». Por ejemplo, «la gente sale del colegio sin saber estadística».

¿Y por qué estadística? «Porque la desinformación hay que enfrentarla con datos». Si mi abuelo fumó toda la vida pero no tuvo cáncer de pulmón, no pasará nada por fumar. «Eso no es aplicar bien la lógica», sostiene. «Lo que hay que decir es que los ensayos clínicos muestran que hay una relación muy elevada entre el tabaquismo y el cáncer. Es una cuestión de estadística y, si la gente lo entendiera, habría menos desinformación».

En su caso, la educación fue lo que le salvó y le brindó una nueva vida.

Fuente: elmundo.es (11/6/24) pixabay.com

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