En junio de 1997 la revista Wired, por entonces la biblia de los aficionados a la tecnología, puso en su portada la manzana de Apple rodeada de una corona de espinas. Una única palabra vendía la historia mas importante de ese número: «Rezad». La situación de Apple era tan precaria que la compañía estaba a pocos meses de la bancarrota.
Steve Jobs, que había vuelto a Apple tras la adquisición de NeXT, era todavía un asesor externo y el catálogo de la compañía languidecía. Había muchos productos, pero muy caros y poco competitivos, el dinero se agotaba y el mundo parecía haber pasado página. El futuro de la informática estaba en Windows.
Pero a finales de ese mismo año, Jobs pasó a ocupar el cargo de CEO provisional y comenzó una transformación completa de la empresa. Simplificó el catálogo, eliminando productos fallidos o muy costosos, como el Newton, y también el propio organigrama de Apple, que se había convertido en una empresa con demasiados departamentos y continuas luchas internas.
En el proceso, Jobs descubrió a un joven diseñador que había pasado desapercibido en una Apple centrada en hacer máquinas de color beige para vender al mercado educativo y los profesionales de la edición.
El diseñador era el británico Jonathan Ive y la conexión con Jobs fue instantánea. Juntos empezaron a trabajar en un ordenador capaz de lanzar un mensaje potente: Apple ha vuelto y es una compañía nueva.
El ordenador vio la luz el 6 de mayo de 1998 en uno de los últimos eventos en los que Jobs subió al escenario vestido de traje. Era el iMac. «Tenéis que verlo en persona, no existe nada igual», dijo.
Era cierto. Con su diseño compacto y carcasa traslúcida, el iMac no se parecía en nada al resto de los PC del mercado, que eran fundamentalmente una caja que había que esconder debajo de la mesa y conectar a un monitor.
Era un ruptura con el pasado en más de un sentido. El ordenador no tenía disquetera, apostaba por un nuevo puerto que nadie utilizaba entonces, llamado USB, y aspiraba a convertirse en la puerta de entrada para el hogar medio a un nuevo y extraño invento llamado Internet.
Era un ordenador pensado para ser mostrado, no para esconder, e increíblemente sencillo de usar. No había que configurar prácticamente nada. Bastaba sacarlo de la caja, darle a un botón y listo.
Costaba 1.300 dólares y comparado con los PC habituales de la época, era bastante capaz. Tenía un monitor de 15 pulgadas, 4 Gb de disco duro, 32 MB de memoria, CD-ROM y altavoces estéreo. Se vendía en un color, Azul Bondi, pero pocos meses después Apple lanzó cuatro colores adicionales que lo hicieron aún más icónico.
Casi tres años después de salir a la venta, Apple había vendido más de cinco millones de unidades. El equipo, que originalmente iba a llamarse MacMan (en honor al Walkman de Sony, uno de los productos que Jobs admiraba), se convirtió en un accesorio habitual en universidades y hogares de todo el mundo.
No fue lo único que consiguió rescatar a Apple de la bancarrota, pero jugó un papel importantísimo en la transformación de la imagen de la empresa, hasta el punto que la «i» del nombre del producto acabó definiendo toda una era en la electrónica de consumo.
Poco después del iMac llegaron el iBook, el iPod, las aplicaciones de iWork y iLife (iTunes, iMovie, iPhotos)… la línea que trazan puede seguirse hasta los actuales iPad o iPhone y, por supuesto, hasta los iMac actuales, descendientes de un ordenador que apostó por hacer las cosas de forma diferente. Y ganó.
Fuente: elmundo.es (5/5/23) pixabay.com