El memorable discurso de Lewis en Princeton: «Recordad que el éxito lo trae la suerte»

“A la gente no le gusta que su éxito personal sea explicado por el papel que la suerte ha jugado en sus vidas. Sobre todo, a aquellos que han llegado más lejos. Quieren pensar que su triunfo era inevitable. No están dispuestos a admitir el papel que ha jugado el azar”. De esta forma defendía el escritor Michael Lewis el pasado domingo, en la ceremonia de graduación de los estudiantes de Princeton, la forma en que tendemos a infravalorar lo accidental en nuestro camino hacia el éxito.

“El mundo no quiere admitir que estamos sujetos al azar”, señalaba el escritor, recordando que las grandes historias de éxito suelen estar escritas a posteriori para dar una explicación coherente a la trayectoria vital del triunfador. Lewis defiende que cada carrera está escrita en sus propios términos y sujeta en un alto grado a lo imprevisible. Por su sinceridad y contundencia, el discurso ha sido comparado con el ya histórico de Steve Jobs en la Universidad de Stanford.

Lewis ha conocido la fama mundial por ser el autor de Moneyball, adaptada recientemente al cine por Bennett Miller con Brad Pitt en su papel protagonista. En ella, el escritor defendía que las formas de evaluar el talento no suelen ser las más apropiadas, ya que se basan antes en factores colectivos que en individuales. Precisamente, el ejemplo de los A’s de Oakland, equipo de béisbol en el que se basaba la historia, servía para argumentar cómo la vida no está condicionada por una lógica matemática: “En teoría, los equipos más ricos contratan a los mejores jugadores, y por ello, deberían ganar siempre”. Pero la realidad no es así, y siempre hay factores que se escapan a nuestro control.

Una carrera imprevisible

En su intervención, Michael Lewis recurre a su trayectoria como escritor de éxito para ejemplificar de qué manera nuestras historias se construyen a partir de hechos inesperados. Lewis se graduó en Historia del Arte en la Universidad de Princeton, y al considerar que se encontraba poco preparado para el mercado laboral, decidió escribir una tesis sobre Donatello como primer paso en su carrera literaria. Cuando estuvo terminada, Lewis preguntó a su director qué le parecía el texto, a lo que este respondió con un seco “vamos a decirlo de esta forma: nunca te intentes ganar la vida con ello”. Lewis hizo precisamente lo contrario.

De buenas a primeras, Lewis se encontró en la misma encrucijada que otros graduados que no sabían qué hacer, por lo que decidió centrarse en escribir. Una noche cualquiera, en una cena, Lewis fue sentado al lado de la mujer de un gran inversor de Wall Street, que le ofreció un jugoso trabajo en Salomon Brothers, la compañía que estaba “reinventando la forma de invertir en Wall Street”. Un golpe de suerte, no por el sustancioso contrato, sino porque fue lo que le proporcionó el tema de su primer libro.

Lewis decidió tomar el camino más difícil. En lugar de aceptar el cheque de miles de dólares que la compañía le ofrecía, decidió renunciar a los cuantiosos beneficios materiales que le habría granjeado el trabajo y dedicarse a lo que verdaderamente quería: escribir un libro sobre el tema. Lewis ignoró el consejo de su padre de “esperar diez años, amasar tu fortuna, y entonces escribir tu libro”, y de esa forma, a los veintiocho años vio cumplido su sueño, al consiguió vender un millón de ejemplares de El póquer del mentiroso (Alienta Novela), que denunciaba los sueldos desproporcionados ofrecidos por Wall Street. Consiguió la fama, se garantizó una larga carrera y, en definitiva, obtuvo la oportunidad de dedicarse a lo que quería. ¿La respuesta que recibió de su entorno? Que todos reconociesen que había nacido para ser escritor. Exactamente todo lo contrario que le había recomendado su director de tesis. Algo que nunca hubiera ocurrido si el azar no le hubiera sentado al lado de aquella mujer desconocida.

La predeterminación del líder

Moneyball tenía otra moraleja: no dejes que los resultados de la vida te engañen. Aunque no sean totalmente arbitrarios, implican un alto porcentaje de suerte”, proseguía Lewis, respondiendo a aquellas concepciones que señalan que el éxito es el destino prefigurado para la gente con talento. La enseñanza principal del autor es que no hay caminos marcados para el éxito y que ninguna historia está escrita de antemano.

“Reconoced que si habéis tenido éxito, es porque habéis tenido suerte”, recordaba a su auditorio. “Quiero recalcar esto porque es algo que es muy fácil de olvidar”.

El líder se lleva la última galleta

Lewis también señala a los recién graduados que no deben considerarse unos elegidos. O, por lo menos, “que no deben comportarse como si lo pensasen”. Lewis recurre a un experimento realizado en la Universidad de Berkeley para ilustrar su idea. En dicha prueba, se reunía a un conjunto de tres individuos entre los que los investigadores seleccionaban a un líder. No por su valía, su iniciativa o por otra característica concreta, sino por mero azar.

Después de pasar media hora discutiendo un tema de actualidad cualquiera, se ofrecía al grupo una bandeja con cuatro galletas. Al ser tres personas, cada uno tomaba una, quedando una cuarta en el plato. Los estudiosos contemplaron sorprendidos cómo ésta era siempre devorada por el que había sido nombrado líder del grupo, “con entusiasmo, saboreándola, con la boca abierta y babeando”. El líder era consciente de serlo, aunque no hubiese un motivo para ello.

Lewis utiliza la anécdota para recordar a los estudiantes de Princeton lo azaroso del éxito. “Debéis ser conscientes del carácter arbitrario de vuestra situación. Formáis el grupo de los afortunados. Tenéis suerte de tener los padres que tenéis, de haber nacido en este de país, de estar en un lugar como Princeton donde podéis conocer a otra gente afortunada y por ello poder ser aún más afortunados”, concluía Lewis. De esta forma, el autor de Boomerang. Viaje al nuevo Tercer Mundo europeo (Deusto) recordaba a su auditorio su condición de privilegiados, y que al igual que el líder que se sentía legitimado a coger la última galleta, no tenían otra razón para sentirse especiales más allá que el mero azar. A partir de ese momento, señalaba Lewis, estaba en sus manos trazar su propio camino.

Fuente: Elconfidencial.com (6/6/12)

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