El negocio de Lorena Veiga iba fatal hasta que empezó el confinamiento por el coronavirus. Esta ingeniera agrónoma y su marido, que llevan una tienda de agricultura ecológica en la plaza de abastos de La Felguera, en Langreo, tenían previsto desde febrero echar el cierre definitivo en junio, en la semana de San Pedro, porque el último año había sido muy malo. Montaron Con Raíz hace cuatro años para vender las frutas y verduras que ellos mismos cultivan en una finca asturiana, pero ya no les daba para vivir.
Todo cambió en marzo, cuando se declaró el estado de alarma. Ese mismo fin de semana otro de los comerciantes de la plaza que vende quesos montó un grupo de WhatsApp para organizar envíos a domicilio. «La clave fue reaccionar y organizarnos rápido», cuenta Lorena Veiga, que me atiende al teléfono desde la tienda mientras prepara otro pedido que le ha llegado por la web, que nunca ha estado tan activa. Muchos supermercados saturados por las colas dejaron de hacer la compra a domicilio durante el estado de alarma y estos 12 pequeños negocios de la localidad se organizaron para contratar un repartidor y recogieron una parte de ese negocio.
«En precio es imposible competir con los supermercados, pero podemos ofrecer un trato más personalizado y producto local de la mejor calidad», explica Veiga, antes de colgarme porque llegaba un cliente. Al final no volvemos a hablar hasta la noche porque asegura que no ha parado de hacer pedidos y luego ha pasado a entregarlos personalmente en Villaviciosa cuando volvía para casa. Cuesta creerse que antes del confinamiento estuviera echando currículos en portales de empleo para buscar otra manera de ganarse la vida. Pero antes la tienda, que es su sueño, era una ruina. Ahora no da abasto a atender todos los pedidos, que se han multiplicado por cuatro, y de momento han limitado el radio a su comarca, aunque les llamen de Oviedo, Avilés y Gijón. «Lo de que sea ecológico no es el reclamo. Es que la gente busca alguien de confianza que se lo lleve a casa y dicen ‘como está recién recolectado está más fresco’. Nos dicen que les dura muchísimo más en la nevera y que los tomates saben a tomates».
La agricultura de proximidad, y en general el consumo local, está viviendo un ‘boom’ durante el confinamiento. También las grandes cadenas de supermercados están repensando sus cadenas de suministro para apostar por los productores de cercanía ante los problemas del comercio global. Pero la mayor transformación del consumo durante la cuarentena la están viviendo los pequeños productores que han encontrado la manera de vender directamente al consumidor. Influye, por una parte, que el encierro ha creado la necesidad de cocinar a diario en casa, lo que aumenta el valor de la cesta de la compra.
También hay un aumento de la preocupación en parte de la clientela por comer más sano. Y, además, emergen nuevas formas de negocio porque las grandes superficies y los supermercados han estado saturados y se perciben como entornos donde puede haber una mayor concentración de personas, que es justo lo que hace falta evitar. La gente mayor, tradicionalmente más reacia a la compra telefónica o por internet, es un nuevo perfil de consumidores que nunca antes habían entrado en una tienda de consumo ecológico ni comprado por teléfono o por internet. «Pero repiten porque dicen que estos productos saben como los de antes», añade Veiga.
Igual que esta ingeniera asturiana, también está viviendo un éxito inesperado durante el confinamiento Roger Petit, un agricultor catalán que tiene dos hectáreas en Mataró, muy cerca de Barcelona. Hace siete años que se mudó al campo, a 200 metros del mar, y montó la tienda ‘online’ de producción agrícola ecológica El Petit Bané. Desde que empezó el coronavirus sus pedidos se han triplicado. El año pasado por estas fechas tenía solo el 40% del terreno plantado, pero en vista del aumento de la demanda en abril ha sembrado el 100% de las tierras. «Desde que empezó la pandemia no he parado en casa», comenta. «Llevamos dos meses trabajando sin parar ni un día y parece que empieza a bajar un poco el soufflé».
Mientras este perfil de pequeño agricultor de proximidad trata de gestionar este aumento sobrevenido de la demanda, muchas de las grandes explotaciones agrarias están al borde de la ruina porque no encuentran mano de obra para la recolección ahora que las fronteras están cerradas a la inmigración y encima las exportaciones se han complicado por el encarecimiento del transporte y los controles fronterizos. Cuenta Petit que los agricultores de la zona del Maresme están volviendo a cultivar lo mismo que sus abuelos porque las judías verdes y los calabacines ahora tienen mejor salida que otras apuestas como la flor ornamental, que es uno de los cultivos que se han desplomado por completo. El coronavirus está reordenando muchas prioridades, también del campo. Y los cultivos de temporada para el consumo local han dado en el clavo mientras que a otras explotaciones intensivas les ha pillado a contrapié.
El auge de la producción local y el cambio de hábitos de consumo se ve también en el tirón que está teniendo La Colmena Que Dice Sí, una plataforma que pone en contacto pequeños productores con clientes urbanos en un radio cercano (de media 43 km). Durante el confinamiento provocado por la pandemia ha tenido 3.000 nuevos clientes en seis semanas (un 50% más). La red de Colmenas, como se autodenominan los distribuidores en cada localidad, cuenta con 600 productores a los que ha ayudado a llegar a domicilio para paliar el desplome de la comercialización debido al cierre de la hostelería y los colegios. Un centenar más se ha apuntado en estas semanas buscando nuevas vías de ingresos.
«No estábamos preparados para el ‘boom’ que hemos tenido», reconoce Petit, que también vende parte de sus productos a barrios barceloneses a través de La Colmena. En las últimas semanas ha estado plantando acelgas, pimientos y tomates, solo producto de temporada. No solo aumentan los pedidos, también la cuantía de cada uno ahora que todo el mundo come en casa (de media un 70% más). «Hacemos también mucha pedagogía de cómo cocinar y comer productos de temporada, como el hinojo o la remolacha, porque la gente está acostumbrada a que en los lineales de los supermercados siempre haya las mismas cosas. No podemos competir con la gran industria en cantidad, pero apostamos por variedades que nadie tiene».
El gran reto de los pequeños agricultores es reinventarse a tiempo para ser rentables y ganar economías de escala sin perder su esencia, pero no va a ser fácil adaptarse a los nuevos volúmenes sin perder su esencia de cercanía. «Este será el primer verano después de muchos en el que los agricultores que estamos cerca de grandes ciudades vamos a vender mucho, porque antes en verano se quedaban vacías», cuenta Petit. También Veiga ha aumentado sus planes de producción de su huerta asturiana para el verano y calcula que si en vez de a la playa este año la gente se queda en los pueblos de Langreo podrán dar salida a más producción que nunca.
El gran reto de los pequeños agricultores es reinventarse a tiempo para ser rentables y ganar economías de escala sin perder su esencia
Está por ver también la fidelidad del nuevo consumidor que ha descubierto este mecanismo de comprar del campo al plato. Mucha gente ahora dispone de más tiempo para dedicarle a la compra pero que puede que deje de tenerlo cuando acabe el confinamiento. Con el auge del producto local durante el confinamiento, el perfil de cliente ha salido de la burbuja un tanto elitista del urbanita universitario preocupado por la salud, la ecología y el consumo responsable. Ahora han seducido por primera vez a las personas que nunca habían comprado ‘online’ y el sello BIO les da igual, pero están dispuestos a pagar un poco más por comer tomates que sepan a tomates y que se los lleven cómodamente a casa. La clave de la sostenibilidad que prometen estos canales es la proximidad. También la clave de su éxito. Es por esa cercanía que los consumidores están dispuestos a pagar un sobrecoste.
Sin embargo, crecer tan rápido puede ser un problema. Algunos productores se están encontrando con el problema de que cuanta más demanda tienen menos personas pueden emplear porque necesitan guardar más distancia de seguridad. Le está pasando a las panaderías que surten a Ana Álvarez, una emprendedora que acaba de abrir hace dos semanas Ecopardo, un pequeño supermercado ecológico en Madrid. Ha abierto el negocio en plena pandemia porque cuando empezó el estado de alarma estaba ya acabando la obra de reforma del local, y no podía echarse atrás con el crédito ya pedido.
El modelo de proximidad aún carece de eficiencia para surtir con rapidez y ajustar más los precios
Álvarez vende todo a granel para reducir consumo de envases y busca pequeños proveedores madrileños de frutas y verduras, pero también de queso, pan y mermeladas, para su local de 50 metros cuadrados. No siempre es fácil surtirse. El modelo de proximidad todavía carece de eficiencia para surtir con rapidez y ajustar más los precios. Otro escollo que tiene este modelo emergente de consumo es el transporte, que aún no está preparado para lo que en ‘retail’ se llama la última milla y es la clave de la eficiencia. «Muchos productores con los que contacto están saturados por la demanda y los envíos tardan en llegar», comenta Álvarez, que reconoce que está teniendo mejor acogida de lo esperado. En el Pardo, el barrio madrileño en que ha abierto su tienda, hay unos 2.500 habitantes. «El boca a boca ha sido fundamental, pero sobre todo el canal ‘online'». La gente hace el pedido por la web y se pasa a recogerlo con cita previa para evitar colas. «Mucha gente llega un poco despistada, nunca había comprado ecológico y a granel, pero les atrae la idea de que sean productores locales», confirma. «En eso sí que hay mucha más conciencia».
El año empezó con el campo en pie de guerra por las durísimas condiciones que viven y, en plena crisis del coronavirus, se ha encontrado con un protagonismo inusitado que deja fuera de toda duda el valor estratégico que para un país tiene la garantía del abastecimiento alimentario, pero también pone en evidencia la urgencia de reinventarse. En España hay más de 100.000 autónomos rurales buscando la manera de hacer viable sus cultivos. Y resulta que para muchos de ellos tener una cuenta atractiva en Instagram empieza a ser tan importante como elegir bien el tractor. La creatividad en las fórmulas de venta en proximidad puede ser la clave que les ayude a recobrar la rentabilidad perdida a muchos de ellos. Pero para ello falta colaboración en el sector que les permita ganar eficiencias en plataformas compartidas y poder de negociación, así como la creación de nuevos canales de venta directa ahora que crece la demanda.
La gran duda que comparten todos estos pequeños productores que de pronto han visto crecer sus explotaciones es si este auge de lo local está para quedarse o cuando se levante el confinamiento todo volverá a ser como antes. Valorar la salud, el producto local y la personalización de los pedidos son tendencias que ya existían, pero en los últimos dos meses se han acelerado. Lo que pase no solo depende del consumidor, también de que el campo esté a la altura de la rápida reinvención que le va a hacer falta para aprovechar el nuevo tirón que llega de los barrios en los que están redescubriendo en plena pandemia dónde encontrar los tomates que saben a tomates.
Fuente: Elconfidencial.com (17/5/20) Pixabay.com