La enorme habitación diáfana en la que nos encontramos podría parecer un hangar, pero un zumbido incesante nos recuerda que, a unos metros, tenemos pasillos de servidores recibiendo y enviando información a una velocidad que nuestro cerebro no alcanza a comprender. Estamos en el corazón de un centro de datos, el lugar donde se almacena casi toda nuestra actividad digital, desde lo más trivial a lo más preciado.
Esa sala es la última parada de nuestra visita a un edificio de Silicon Alley, una zona en Canillejas (Madrid) denominada así por su concentración de empresas tecnológicas. Global Switch nos abre excepcionalmente las puertas de su sede en España, uno de los mayores centros de datos del país, y lo que parecía un edificio de oficinas normal se descubre como algo distinto al entrar. Todo en sus 20.000 m está pensado con una finalidad: que la información no pare de fluir, 24 horas al día. Por eso la visita comienza en las entrañas del edificio, donde se recibe la energía y donde las medidas para que nada falle son extremas.
Si la primera línea eléctrica cayera, habría una segunda para reemplazarla. Y si esta también se viera afectada, dos tanques de 50.000 litros de diésel cada uno soportarían la carga de 2,4 megavatios del edificio durante 60 horas. Nada queda al azar: si el centro se quedase sin suministro tan solo unos minutos, las pérdidas económicas serían incalculables. British Telecom (BT) es una de esas empresas que utilizan estas instalaciones, desde las que ofrecen servicios de housing y hosting a otras compañías. Los nombres de sus clientes son confidenciales, pero sí nos revelan sus áreas de actividad. Pasear por sus servidores equivale a ver el armazón de la actividad empresarial actual. “Aquí hay clientes de abogacía, consultoras, instituciones públicas, del sector sanitario…”, enumera Sergio Rivero, responsable de producto de BT.
Una de las salas, con máquinas custodiadas tras unas rejas, llama la atención. “Esos son de banca. Sus auditorías exigen que sus equipos estén en jaulas”, nos explica. “También hay apuestas deportivas y, solamente para vender pizzas, tenemos aquí más de 500 máquinas”, apunta. Un supervisor nos abre uno de los pasillos en los que se encuentran los servidores y paseamos entre sus luces y un zumbido constante. En ellos, la temperatura no supera los 21 °C y, en caso de que se disparase hasta los 50 °C, los fusibles térmicos que sujetan unas planchas de metacrilato se desprenderían del techo para hacerlos caer. En ese momento, se activaría el sistema antiincendios, que rociaría el pasillo de agua nebulizada (algo así como polvo de agua) para no dañar sus equipos. Las salas, completamente selladas, están ideadas para resistir al fuego durante dos horas. En caso de que las medidas de seguridad fallasen, nos cuentan, conectarían con un centro de respaldo para “levantar” todos los datos antes de que se perdiesen. La seguridad en el mundo del dato parece una obsesión, pero es una necesidad.
Por eso, en sus salas también hay más de 200 firewalls físicos. “Los que trabajamos en servicios de nube tememos un ataque: desapareceríamos del mercado”, explican. Si hace apenas diez años la nube era un concepto demasiado abstracto para muchos, en la actualidad se ha convertido en la norma. “La transformación digital no se podría producir sin ella, sería imposible”, nos comenta Rivero, que ejemplifica el auge con un dato: “Hace cinco años aquí teníamos 400 servidores. Ahora hay 6.000”. Ese paso, el de confiar en Internet como lugar en el que alojar la información que hace que una compañía se mantenga en pie, era visto con recelo. “Aún hay clientes que se acercan a la nube con temor, que se preguntan dónde van a estar sus datos”. Pero ya se está cambiando esa percepción de que la nube es una cosa etérea”. Porque, nos aclaran, el cloud computing ha permitido que muchas empresas puedan comenzar su actividad desde cero. “Una startup que empieza, por ejemplo, no puede invertir en comprar un montón de servidores”, apunta Rivero.
Según un estudio encargado por la empresa Dell, en la nube se almacenarán 44 zettabytes de datos en 2020. Si tenemos en cuenta que cada zettabyte equivale a un trillón de gigas, parece claro que el futuro de toda actividad empresarial pasa por el almacenamiento en centros como en el que nos encontramos.
Según Rivero, el modelo que ya se está instaurando es el de nube híbrida, “empresas que tengan parte de información en sus propias infraestructuras y parte en la nube pública”. El gran reto del cloud computing en los próximos años, por lo tanto, residirá en ser energéticamente sostenible ante la creciente demanda. Por eso, nos explican, la tendencia es que sus máquinas ocupen cada vez menos espacio y consuman menos energía. Pese a que varios estudios apuntan a que la nube contribuye a reducir las emisiones de COw, organizaciones como Greenpeace cuantifican el impacto de carbono del sector tecnológico en un 2%, similar al producido por la aviación.
Otro de los desafíos de la nube, nos cuentan, será evitar la duplicidad de datos, de manera que el almacenamiento y el consumo sean más eficientes. Piense en ese meme que le llega por WhatsApp y multiplíquelo por cientos de miles de terminales que lo almacenarán en la nube. De cómo se resuelvan va a depender no solo el futuro de la transformación digital, sino también el del medio ambiente. Porque la nube sigue creciendo y no puede parar. Pasamos de nuevo por los servidores de esa firma de reservas de hotel. “Si tardan en responder a las peticiones, sus clientes se van a la competencia. En minutos pueden perder decenas de miles de euros”, nos aseguran. “Nadie se puede permitir no tener su servicio disponible”
Fuente: Elpais.es (11/1/18) Pixabay.com
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