Hélder abre mucho los ojos y expande los brazos. “¡Hombre, claro, ‘Tom & Jerry’!”, exclama con felicidad. Es su primer recuerdo de la infancia, tenía cinco años y veía los dibujos animados junto a su hermana, pegados a la tele en su casa de Lisboa. El gato y el ratón se perseguían, a veces soltaban alguna frase y lo hacían en inglés. En el curso de los siguientes años, vio más “dibujitos” en inglés y también se tragó de cabo a rabo, casi con pasión, ‘Verano Azul’. Tenía ya 13 años, y aprendió a decir “palomas” en español, que a día de hoy sigue siendo una de sus palabras favoritas en castellano. Ahora, con 46 años, se desenvuelve en inglés, español y francés. Sabe que lo hace porque toda su vida audiovisual transcurre en versión original.
Hélder Haroldo es un ejemplo del éxito portugués para los idiomas, pero muy especialmente con el inglés. Los lusos son los campeones del sur de Europa, de acuerdo con el ranking anual de Education First, que lidera Países Bajos con una puntuación de 70,72. En la misma tabla, entre los Estados considerados con “competencia muy alta”, está Portugal, concretamente en la posición 12, con 63,14 puntos. Para encontrar a España hay que bajar al puesto 35, dentro de los considerados “competencia moderada”, con 55 puntos.
¿Cuál es el secreto de los portugueses? Más que los socorridos milagros, parece una cuestión de tradición. “Hay una explicación que creo que es inequívoca y que es la preferencia que en Portugal siempre se optó por los subtítulos en vez del doblaje”, apunta Rita Queiroz de Barros, al frente del grupo de investigación en Lingüística Inglesa de la Universidad de Lisboa.
Una preferencia que nace acabada la Segunda Guerra Mundial. Tras la contienda, varios países elaboraron leyes de corte nacionalista que, aseguraron ante la opinión pública, buscaban proteger sus idiomas. En España, fue una norma franquista de 1941 la que obligó a doblar al castellano, en consonancia con la Ley de Defensa del Idioma que impulsó Mussolini en 1938. Portugal decidió ir en sentido contrario.
“Para garantizar la autenticidad del espectáculo cinematográfico nacional, no está permitida la exhibición de películas de fondo extranjero dobladas en lengua portuguesa, salvo los producidos en régimen de reciprocidad, superiormente reconocida”, reza el artículo 13 la ley de 1948 que creaba un fondo de cine nacional. Pero la norma escondía motivos más determinantes que la protección de aquello considerado “auténticamente luso” para la dictadura de António de Oliveira Salazar.
“Fue una elección politica. Una preferencia de Oliveira Salazar para, en el fondo, impedir el acceso de parte de la población a esos contenidos, ya que teníamos una tasa de analfabetismo vergonzosamente alta”, explica Queiroz de Barros.
En los años 40, el 52% de los portugueses no sabía leer y escribir. Poner subtítulos era en la práctica una herramienta efectiva de censura ‘light’ para contenidos “de origen sobre todo estadounidense, hacia los cuales el Estado Novo no tenía todas las simpatías”, recuerda la experta. Esto no significa que no hubiera censura al uso, pero se convirtió en una barrera extra y muy útil: los portugueses ni entendían la lengua extranjera, ni podrían leer en su idioma. Pero la opción de subtitular era más rentable y la cuestión financiera también resultó fundamental.
Una generación escuchando inglés
El origen dictatorial de la medida no implicó que fuese derogada una vez llegó la democracia al país con la Revolución de los Claveles de 1974. Tres años antes, una de las últimas normas del Estado Novo ante el avance de la televisión permitía el doblaje, aunque lo hacía depender de una futura regulación que no salió adelante. Así que todo siguió igual. Portugal fue cimentando su democracia, Hélder y su hermana veían ‘Tom & Jerry’ en inglés y, mientras la tasa de alfabetización mejoraba, la cuestión quedó en el olvido. Lo poco doblado que llegaba a la televisión eran series infantiles, en portugués de Brasil. ‘Heidi’ —que primero se emitió en japonés doblado al portugués—, ‘Marco’ o ‘La abeja Maya’ fueron algunas excepciones, aunque hubo que esperar hasta 1994 para que los portugueses vieran el primer largometraje doblado en su idioma y acento: ‘El Rey León’. Una auténtica revolución que sentó una nueva base: la animación, al menos la dirigida a un público eminentemente infantil, se doblaría al portugués pensando en los niños que aún no han aprendido a leer.
Para los adultos, la cuestión ya no tenía sentido. “Es una tontería. A mí no me gusta nada escuchar las voces en portugués. Cuando nos juntamos en casa a ver una película siempre es subtitulada”, asegura Hélder. De los cuatro miembros de la familia, solo su hijo pequeño, nacido en 2007, tiene algún problema para seguir la historia, “porque lee lento, no está acostumbrado a los subtítulos”, cuenta su padre.
La fuerza de la costumbre ha convertido la medida salazarista en una preferencia y la norma es ver las películas y series en versión original. “No tiene retroceso”, confirma Queiroz de Barros. “El gusto del telespectador inequívocamente va en el sentido de los subtítulos y nunca en el doblaje. Es algo que realmente no apreciamos”.
Y entre diálogo y diálogo, han hecho el oído al inglés. “Fue determinante, porque expuso a los portugueses al inglés con mucha más frecuencia y mucho antes. Claro que esa exposición ahora se da ‘online’, pero hace décadas eso no ocurría y expuso a los portugueses muy pronto y con bastante regularidad a la lengua inglesa”, asevera la experta, que ve esta circunstancia como “absolutamente fundamental para esta mayor disponibilidad para aprender inglés».
Hélder, que atiende mesas en un concurrido bar de Lisboa, lo usa a diario. También el español y el francés. Mantiene conversaciones enteras sobre cualquier tema. Durante el confinamiento, cuando los niños tuvieron que seguir las clases a través de la ‘telescuela’, un sistema que impartía lecciones por televisión nacional, descubrió horrorizado que su hijo pequeño no tiene su misma facilidad de oído por haber visto desde siempre contenido doblado al portugués.
“Hice la prueba, vi con él una clase de francés. La profesora hablaba despacio, era facilísimo. Había vocabulario que no entendia, pero el sonido… había mucha cosa parecida al portugués, y el niño no tenía ni idea. No me lo podía creer”, comenta.
Que el inglés resulte familiar es un motivo importante para tener una mayor predisposición a aprenderlo, pero no el único. Queiroz de Barros es cauta al apuntar posibles explicaciones adicionales. “Parece haber una tendencia para que los países menores tengan tendencialmente un mejor desempeño en lenguas extranjeras. Este argumento se debe tomar con cautela. Portugal de hecho es un país pequeño en el contexto europeo, pero obviamente la lengua portuguesa tiene una dimensión tremenda en el globo”, sostiene, aunque admite que un contexto de adquirir mayor relevancia en Europa puede haberles dado mayores ansias por aprender.
«Parece haber una tendencia para que los países menores tengan tendencialmente un mejor desempeño en lenguas extranjeras»
También está el deseo de progresar, al menos en las generaciones mayores. “Durante mucho tiempo, Portugal fue un país muy cerrado política y económicamente, y de hecho el inglés está asociado al sueño americano de alguna forma, con el bienestar económico asociado a ese sueño, puede haber contribuido a una actitud positiva ante la lengua inglesa. Es un argumento válido para hace unas décadas, pero si hablamos de personas jóvenes no tiene tanto sentido”.
Ahora, los jóvenes que entran a la universidad lo hacen “con un nivel cada vez mayor”, manteniéndose al día con versiones originales de plataformas como Netflix. Parece impensable no contar con una buena competencia, cree la sociedad, ineludible para sus representantes políticos. De hecho, parte del despegue en los últimos años de la diplomacia portuguesa —donde António Guterres, al frente de la ONU, es quizá el mayor exponente— se ha achacado a este dominio.
La alternativa es la burla nacional, como sabe bien el exprimer ministro socialista, José Sócrates. Su caída en desgracia por sospechas de corrupción no es su primer tropiezo, que vivió tras una intervención en la Universidad de Columbia, en Estados Unidos, en 2010. El vídeo de su algo compleja intervención le valió ser arrasado al aterrizar en Lisboa.
Fuente: Elconfidencial.com (12/10/20) Pixabay.com