Fue un cúmulo de casualidades. Un simple documental, Minimalism, que no estaba en mis planes del fin de semana, logró que me replanteara muchos aspectos de mi vida, y entre ellos, el relativo a la tecnología. El principio que propone este documental, que a su vez da cuenta de un movimiento que está registrando cada vez más apoyos, se refiere a la esclavitud a la que de alguna manera nos somete la sociedad consumista. ¿Realmente necesitamos todo lo que deseamos adquirir debido a la incesante publicidad? Llevado al terreno de la tecnología… ¿Necesitamos estar permanentemente conectados?
Un rápido análisis en los hábitos personales me hizo ver lo pendiente (y dependiente) que estaba del móvil: las constantes notificaciones hacen que irremediablemente estemos pendientes del móvil, y lo que es peor, nos distraigamos de lo que estemos haciendo en ese momento. Y la distracción es muy costosa. Un estudio llevado a cabo por Ernst & Young en Australia reveló que la cuarta parte de los trabajadores perdía unas siete horas a la semana a causa de las distracciones. Y es que resulta muy difícil esquivar la tentación de mirar la pantalla ante un pitido o vibración del móvil.
¿Y si no tuviéramos móviles? Desprenderse del móvil sería algo extremo pero inviable hoy en día, sin embargo, podemos hacer algo intermedio: silenciar el dispositivo y desactivar por completo las notificaciones. Una, por cierto, medida al alcance de todos ya que tanto Android como el iPhone cuentan con la posibilidad de activar una de las funciones más poderosas del terminal: el modo no molestar. Este modo desactiva por completo las notificaciones del dispositivo que entran en el mismo de forma silenciosa sin llegar a interrumpirnos.
La grandeza de esta función reside en que no oculta las notificaciones, sino que las desactiva. De esta manera, de un rápido vistazo podremos consultar toda la actividad del móvil transcurrido el momento de desconexión. Y me decidí a probar la experiencia: una mañana de lunes, salí a la calle con el modo no molestar del móvil activado y un silencio forzado que al comienzo resultaba (con franqueza) un tanto desazonador. En ese momento, contemplé cómo el cerebro actuaba de una doble manera: por un lado padeciendo una extraña sensación de soledad, pero por otro, dibujando escenarios apocalípticos.
La segunda reacción es sin duda la que más puede hacer que flaqueemos en nuestra aventura: ¿habrá algún asunto urgente en el trabajo? ¿Algún familiar habrá sufrido un accidente? La mente es muy buena inventando escenarios en los que si no estamos disponibles al teléfono, el mundo es capaz de detenerse, pero la realidad es que nada de eso sucede. Resistí el impulso de consultar la pantalla durante dos horas de delicioso silencio, pero al final la angustia me obligó a echar un ojo: un par de llamadas perdidas, algún WhatsApp y varios correos y menciones en redes sociales.
Fue en este momento cuando entendí claramente la grandeza de la maniobra: ya no era dependiente de las notificaciones, sino que estas estaban a mi servicio. Por un lado, las llamadas habían terminado dulcemente en el buzón de voz; una de ellas con un recordatorio de una cita y una segunda con una consulta, pero ninguna de ellas realmente urgente. Comprobé que la cita estaba correctamente registrada y contesté mediante un correo electrónico a la consulta. En ese punto descubrí el gran ahorro de tiempo alcanzando por no atender esas dos llamadas, y que mi decisión no había tenido ningún impacto en el remitente. Al contrario. El resto de las notificaciones fueron atendidas siguiendo la máxima de la prioridad: atender primero las urgentes y actuar sobre ellas si era necesario, programar el resto y eliminar las que no aportaban nada.
Al «domar» el móvil logramos sin quererlo una asignación correcta de las prioridades y los recursos
De alguna manera, al domar el móvil logramos sin quererlo una asignación correcta de las prioridades y los recursos: el móvil nos dicta que lo llega en ese momento es lo más urgente, y no distingue entre un me gusta en Facebook o un correo con un aumento de sueldo. Todo pasa por el mismo patrón y todo nos requiere el mismo tiempo de atención y acción. El modo No molestar es como pescar con red: al recogerla comprobamos lo que se ha capturado y nos quedamos con lo importante desechando el resto. En este caso, la gran diferencia reside en que somos nosotros quienes determinamos cuándo recoger la red y no cada pez con sus saltos.
Han pasado ya varias semanas desde el comienzo del experimento y, aunque no he logrado una desconexión completa —por imperativos del trabajo—, sí que he conseguido aprovecharme de la tecnología para amaestrar de alguna manera las notificaciones y gestionar eficientemente los recursos:
– Reactivar el buzón de voz: volver a grabar una locución en la que invito a enviar un correo electrónico o WhatsApp con el contenido o bien dejar un mensaje (aunque lo ideal será lo primero).
– Utilizar un gestor de tareas para poder reenviar el contenido que no es urgente pero sí requiere atención en un futuro. Herramientas como Todoist permiten trasladar prácticamente cualquier tipo de notificación a su repositorio convirtiéndola en tarea con su fecha de vencimiento y su carpeta.
La aventura sigue su curso pero por el momento ya he logrado eludir el constante bombardeo de las notificaciones y convertir el modo no molestar en algo habitual y no una excepción en el móvil. La realidad es que en definitiva, he logrado más tiempo para el desarrollo de tareas y sobre todo, no perderlo en distracciones que a la postre no me reportan nada. Nunca el silencio había sido tan escaso… y productivo.
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