El 9 de septiembre de 2012, el joven Alejandro Maqueda, licenciado en ADE por la Universidad de Granada e interesado en asuntos de economía, finanzas, auditoría y consultoría, según su propia definición, me escribió en Twitter “con espíritu emprendedor” para comentarme lo siguiente:
— Hablas de un horizonte de la crisis actual de 10 años (hasta 2018). ¿De verdad lo crees? Malas noticias para los jóvenes…
Alejandro Maqueda se refería a un análisis que yo había publicado aquel domingo en el diario La Región, titulado ‘Rajoy teme ser el presidente del rescate’, en el que comentaba la ampliación del horizonte de la crisis de 2008, “hasta completar un ciclo de al menos diez años”. Como no podía ser de otro modo, le respondí a @AMaqueda90 de la mejor manera posible, en un intento de no renunciar a nada: ni a la veracidad, ni a darle ánimos como emprendedor:
— Hablo de ese horizonte para volver a 2007, con crecimiento, tasa de paro razonable y sin problemas de déficit ni de tipos.
La clave sigue estando en la devaluación interna que precisa el país
Con el tiempo sabremos qué pasó en la realidad y qué supuso esta pequeña anécdota en la, esperemos, exitosa vida del joven Alejandro Maqueda. Pero, de entrada, no falta quien piensa que otra economía es posible: Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía en 2001 y catedrático de la Universidad de Columbia, así lo atestigua en su libro El precio de la desigualdad (Taurus, 2012), donde condena la espiral de recesión, austeridad y más recesión que arrastra a Europa debido a las recetas impuestas por Alemania en el BCE.
Según Stiglitz, el gran error de esta crisis es no acertar a identificar su verdadera causa. “Que quede claro: el déficit no ha provocado la recesión, es la recesión la que ha causado el déficit”, explica, convencido como está de que “solo si se vuelve a crecer, el déficit bajará”. ¿Pero qué sucede? Que las políticas de austeridad que impone el BCE matan el crecimiento, por lo que el déficit tarda en mejorar. “Eso de que los de abajo han de apretarse el cinturón para que la máquina vuelva a funcionar es, sencillamente, mentira”, concluye este premio Nobel.
¿Por qué el BCE sugiere reducir el salario mínimo, relajar las leyes de protección laboral, permitir la negociación salarial a nivel de empresa y abolir la interrelación entre salarios e inflación? ¿Y por qué lo hace sabiendo que ese tipo de política fracasó en Irlanda, sin ir más lejos? La clave sigue estando en la devaluación interna que precisa hacer España, un ajuste mucho más duro y más lento que a través de una devaluación del tipo de cambio cuando se tiene una moneda propia.
El economista Guillermo de la Dehesa suele explicar que una devaluación convencional —recordemos las de Carlos Solchaga— se decide en una noche y afecta de inmediato a todos los ciudadanos y empresas, mientras que una devaluación interna requiere negociar y pactar los aumentos necesarios de productividad y las reducciones de salarios reales, y además obliga a ceder márgenes de beneficio para que no sean solo los trabajadores los que paguen la devaluación.
En este tipo de escenarios, la conclusión, según el Nobel Paul Krugman, es que muchas empresas ajustan plantillas, recortan salarios, reducen costes e incluso bajan los precios. Los sindicatos alertan de que esta política puede generar tensión; máxime cuando la subida salarial apenas llega al 0,5% en los nuevos convenios en un país donde la inflación, por encima del 2%, acentúa la pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores, castigados a su vez por importantes subidas fiscales. ¿Conclusión? Para España toca empobrecimiento o cambio de modelo en la política europea. Si algo ya sabemos es que en todos los rescates la recesión suele impedir reducir el déficit, lo que precipita sacrificios no previstos.
Los números cantan. La crisis la están pagando los trabajadores. Veamos las grandes cifras para demostrarlo. Tras infinidad de ajustes llevados a cabo por el Consejo de Ministros, la recaudación por ingresos tributarios en 2012 aumentaría en 5.300 millones de euros con respecto al presupuesto aprobado, según estimaciones realizadas a raíz de los datos que se fueron conociendo. El total quedaría en casi 175.000 millones, frente a los menos de 170.000 que aprobó el Congreso. Es la cifra más alta de los últimos años, lo cual puede parecer chocante, pero no lo es, ya que el Estado, a pesar de los recortes, también tiene ahora más gastos, sobre todo financieros —con algunas emisiones al 7%— y en prestaciones por desempleo, debido al incremento del paro, que se ha disparado.
La partida que sigue aportando más ingresos a las arcas públicas es el IRPF, con más de 73.000 millones, seguida del IVA, con casi 51.000 millones. Por sorprendente que parezca, en 2012, ya con cuatro meses de fuertes aumentos de los tipos impositivos —de septiembre a diciembre—, se recaudará lo mismo por IVA que en 2007, con tipos mucho más bajos, lo que quiere decir que la caída de la actividad económica es impresionante. La prueba más evidente está en el impuesto de sociedades, que en 2007 recaudaba unos 40.000 millones, mientras que ahora, a pesar también de los aumentos previstos, solo aportará 22.000 millones.
Si comparamos el escenario presupuestario para 2012 con el año 2007, el último de la bonanza económica, vemos tres grandes claves: el IVA recauda lo mismo, el IRPF aporta casi 10.000 millones más y sociedades se reduce poco menos que a la mitad. En pocas palabras, la crisis la pagan los contribuyentes por IRPF, es decir, los asalariados, a pesar de ser cada vez menos los que tienen nómina y de que sus sueldos, lejos de aumentar, disminuyen como consecuencia de la devaluación interna a la que está sometida España debido a la crisis del euro.
Para España toca empobrecimiento o cambio de modelo en Europa
La austeridad en periodos económicos como el actual es mala por varios motivos. Stiglitz lo cuenta yendo al grano: “La gente que no tiene trabajo se empobrece. Y con un alto nivel de desigualdad, los salarios bajan. Y la austeridad lleva a cortar gasto en cosas importantes, como la educación y la salud. Por eso estos planes de austeridad acrecientan los problemas de la desigualdad, lo que a su vez es una de las razones de la debilidad económica actual”.
Algunos cálculos indican que la situación real de España incluso puede ser peor, ya que si se tiene en cuenta el desfase de aproximadamente un millón de parados entre los datos de Empleo y los de la EPA, considerados más fiables, habría cerca de tres millones de parados sin cobertura, una cifra sin precedentes en la historia económica de España, donde son las familias las que sostienen a los parados, a su vez dependientes de la economía sumergida, que se calcula en un 25% en España, frente a solo un 12% en Alemania. Si la economía sumergida tributase lo que le toca, el Gobierno podría prescindir de los recortes, siempre y cuando aquellos que mueven el llamado dinero B pagasen todos sus impuestos directos e indirectos, lo cual resulta tan deseable como improbable.
Fuente: Elpaís.com (20/1/13)
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