En 2013, Estrasburgo se convirtió en una de las primeras ciudades europeas en promover el teletrabajo, al ofrecer la posibilidad de trabajar desde casa a los trabajadores de sus organismos públicos en un experimento piloto. En 2018, la medida se implantó de manera generalizada. Desde entonces, la ciudad francesa se ha convertido en una de las ciudades pioneras en las políticas de uso del tiempo y ejemplo para otras, primero bajo el mandato del socialista Roland Ries y ahora, con Jeanne Barseghian, del Partido de los Verdes.
“Como en todo el mundo, tuvimos que improvisar cuando llegó la pandemia”, explica Julien Defer, colaborador del gabinete de la villa y la metrópolis de Estrasburgo desde septiembre de 2020, que pasó la semana pasada por la Time Use Week de Barcelona. A pesar de encontrarse en una posición privilegiada en comparación con otras ciudades, no era suficiente en una de las urbes más grandes de Francia, con una población de casi 1.300.000 habitantes en toda su área metropolitana.
Desde entonces, la ciudad ha puesto en marcha un conjunto de medidas para garantizar el derecho al tiempo libre de sus ciudadanos, a través de inversión pública, pero sobre todo, de un cambio de mentalidad. El año que viene se convertirán en la capital europea de las políticas de tiempo, además de la Capital Mundial de los Libros, y albergará dos eventos de los Juegos Olímpicos de París de 2024. Su objetivo es que los barrios también participen, en un intento de descentralizar las actividades culturales.
Entre sus objetivos, que para el año 2030 todos los habitantes de la ciudad puedan acceder a cualquier necesidad (desde el trabajo pasando por el ocio o la sanidad) caminando. Actualmente, alrededor del 40% de los desplazamientos de los estrasburgueses ya se realiza a pie. Para conseguirlo se pretende peatonalizar cada año diez calles escolares, además de otros pequeños cambios como alargar el tiempo que duran los semáforos en verde para los peatones y las bicicletas o señalizar en las paradas de autobuses cuánto tiempo se tarda a los destinos más habituales a pie.
Un día menos a la semana
Uno de los proyectos que la ciudad del Rin pondrá en marcha a partir de enero es la aplicación de la semana de cuatro días, centrada en aquellos trabajadores que más lo necesiten, como los padres, para que no tengan que desplazarse todos los días al trabajo. El objetivo es repartir la semana laboral francesa de 35 horas en cuatro jornadas de ocho horas y 45 minutos (y no cinco de siete).
Además, “haremos un experimento con grupos específicos de 32 horas semanales, sobre todo con las mujeres que ayudan a los profesores de guardería”, explica. Son las conocidas como Atsem, una figura difícil de encontrar en el mercado laboral y que esperan que esta medida haga que más candidatas se interesen por el puesto para alcanzar el objetivo de una Atsem por centro. El ayuntamiento también introducirá por primera vez la baja por menstruación.
Una ciudad de cuento llena de bicis
Karima Delli, presidenta de la Comisión de Transportes del Comité Europeo, señaló hace años a Estrasburgo como “un ejemplo para toda Europa por su accesibilidad”. En la apuesta de la ciudad por mejorar la movilidad de sus habitantes, han invertido en líneas de tranvía, autobuses de alta velocidad y refuerzo en las líneas para reducir el tiempo de espera. Además, desde septiembre de 2021, el transporte público es gratuito para los menores de 18.
Estrasburgo invertirá cien millones de euros en nuevos carriles bici. Según los datos del ayuntamiento, se producen alrededor de 10.000 desplazamientos diarios en bicicletaentre el centro de la ciudad y los distritos residenciales del sur. Uno de los planes para los próximos años es crear un carril para bicicletas que circunvale la ciudad, con el objetivo de reducir los conflictos entre los peatones y los ciclistas.
Si la gente no va al barrio, el barrio va a la gente
Como explica Defer, en su análisis identificaron que algunos barrios no disponían de los servicios públicos o comercios necesarios, lo que obligaba a sus vecinos a desplazarse hasta el centro y a pasar mucho menos tiempo en sus propios vecindarios, lo que les hacía perder más tiempo y no revertía económicamente en ellos.
Así que decidieron centrar el diseño de la ciudad en el principio de Mahoma y la montaña: no solo invertir más en transporte público para hacer accesible el centro, sino descentralizar algunos de esos servicios. “En colaboración con el Estado, estamos empezando a acercar a los barrios algunos de los servicios públicos”, explica Defer.
A la hora de mejorar la proximidad, la instalación de bancos en las calles se ha convertido en uno de los símbolos distintivos. “Nos hemos centrado en algunas calles en concreto en las que no había, lo que significaba que las personas mayores o con problemas con movilidad no podían sentarse a descansar”, explica. Un banco también puede ser una política de tiempo al convertir un elemento del mobiliario urbano en la posibilidad de atravesar una calle.
Menos reuniones y más al grano
En 2024, Estrasburgo pondrá en marcha un programa para investigar el uso del tiempo de sus ciudadanos: “Queremos saber si lo emplean en leer, en hacer deporte o en cosas para uno mismo, y si cambia según si una familia es más pobre, si tiene más hijos a su cargo, o si tienen que cuidar de alguien, para saber si necesitan subvenciones para esas actividades o que estén más cerca de sus hogares”, explica Defer.
Las calles amplias como las de Barcelona permiten la instalación de carriles y bancos
Lo que ya ha llevado a cabo es una carta de reuniones para garantizar las buenas prácticas en el uso del tiempo. Por ejemplo, reduciendo el tiempo de las reuniones al mínimo, promoviendo que vayan al grano y evitando las reuniones presenciales para garantizar la conciliación entre la vida personal y la profesional y que las jornadas laborales no se alarguen.
¿Es posible en todas partes?
Ante la pregunta de si estas medidas podrían implantarse de la misma manera en otras ciudades, Defer responde que, al mismo tiempo, sí y no. No, porque muchas de ellas están relacionadas con la idiosincrasia de Estrasburgo, con la forma y la longitud de sus calles y la manera en la que sus vecindarios están construidos. Por ejemplo, las calles del centro de Barcelona son mucho más amplias que las de Estrasburgo, lo que dificultaría su peatonalización, pero permitiría la ampliación de los carriles bici o la instalación de bancos.
Pero, al mismo tiempo, citas como la Time Use Week sirven para poner en común algunas de las medidas que funcionan en Europa y las ciudades latinoamericanas o los hallazgos a los que han llegado sin tener que realizar ellos mismos los experimentos. Por ejemplo, a la hora de centrar la reducción de jornada en determinados empleos, concluye.
De Francia a Lleida
Cataluña es una de las regiones de España donde se han puesto en marcha más políticas relacionadas con el uso del tiempo. El pasado 18 de octubre los comercios de Lleida volvieron a cerrar a las siete de la tarde, algo que lleva ocurriendo desde 2016, con el objetivo de concienciar sobre la necesidad de unas políticas de tiempo comunes.
“Hay quien dice que queremos trabajar menos, pero lo que buscamos es trabajar las mismas horas pero repartidas de otras maneras, y ser un poco como los vecinos franceses”, explica Rosabel Trench, presidenta de Slow Shop Lleida, la asociación de comercio y servicios leridana que puso en marcha el movimiento.
Es decir, cerrar durante menos tiempo al mediodía y echar la persiana un par de horas antes. El cierre en Francia suele ser a las seis de la tarde, pero se conformarían con poder hacerlo a las siete. Ello permitiría que los trabajadores del pequeño comercio, que por lo general suelen ser el dueño y otro trabajador más, puedan conciliar. “No somos como los grandes almacenes, que pueden trabajar todas las horas que quieran gracias a los turnos”, explica Trench. “Que amplíen sus horarios va en nuestro detrimento”.
«Tenemos problemas para encontrar trabajadores porque priorizan la calidad de vida»
Comercios como la cadena Inditex, Mango, Rituals o Druni han apoyado el movimiento cerrando a esa hora La respuesta ha sido positiva: “La gente, con tienda o sin tienda, mayoritariamente lo apoya, estaban de acuerdo aunque decían que les costaría adaptarse”.
Como recuerda Trench, propietaria de una tienda de ropa que cierra todos los días a las ocho de la noche, después del franquismo fue habitual que las tiendas cerrasen los sábados por la tarde y los domingos, hasta que la liberalización de los horarios impulsada por las grandes cadenas revirtiese la situación. Desde la pandemia, se vende más por la mañana que por la tarde, y según su experiencia abrir más tiempo no aumenta las ventas.
Para que estos horarios sean posibles son necesarias otra serie de medidas que cambien los horarios de los españoles, algo que ya está empezando a impulsarse a través de medidas como la ley de usos del tiempo. Entre otras cosas, porque como ocurre con las trabajadoras de las guarderías de Estrasburgo, si no, no sería posible ocupar esos puestos: “Hoy en día tenemos problemas para encontrar trabajadores cualificados para tiendas y restaurantes porque los jóvenes priorizan tener calidad de vida”, concluye Trench.
Fuente: elconfidencial.com (26/10/23) pixabay.com