Un mismo discurso se repite en casi todos los sectores de la economía china. “La fábrica ya está a pleno rendimiento. La producción incluso ha aumentado con respecto al año pasado”, afirma uno de los responsables de Comunicación de la marca de automóviles china Geely durante una visita a su planta de Guiyang. “Los dos primeros meses tras el cierre de Wuhan [el 23 de enero] fueron duros porque tuvimos que parar, pero el consumo se ha recuperado y, con él, la normalidad”, coincide Liu Tao, secretario de la presidenta de Laoganma, uno de los principales productores de salsas de China. “Todos nuestros proyectos se han retomado ya y estamos haciendo de nuevo horas extra”, añade Chen Longfei, arquitecto empleado en un estudio de Shanghái. “En Jingdezhen nunca llegamos a sufrir la epidemia porque el confinamiento funcionó y solo hemos tenido seis casos. En el aspecto económico, los pedidos cayeron en febrero y marzo, pero luego se han recuperado y ahora lo único que falla es el mercado internacional, que estamos tratando de compensar con el doméstico y el comercio electrónico”, apostilla Xiong Qianjun, presidente de la empresa de porcelana que lleva su nombre.
Todos ellos se limitan a corroborar lo que se aprecia a simple vista en las calles del gigante asiático. La vieja normalidad se abre camino a través de las mascarillas, que ya solo son obligatorias en el transporte público y en lugares cerrados con grandes aglomeraciones, y de puntuales controles de temperatura en los que ya ni siquiera se mira el resultado que arroja el termómetro de infrarrojos.
La aplicación de rastreo sanitario implementada de forma obligatoria tras la explosión del coronavirus sigue siendo necesaria para moverse por China, pero el código QR verde es la norma y el ambiente festivo se extiende rápidamente por el país: los bares y las discotecas vuelven a rebosar de clientela, las plazas y los parques han recuperado los bailes multitudinarios que protagonizan los ciudadanos de edad más avanzada, y los conciertos más juveniles se celebran cada vez con un público más numeroso.
Las exportaciones chinas supusieron el 20% del total global entre abril y junio, siete puntos más que en el mismo periodo de 2019
Comparado con lo que sucede en España, también sorprende la forma en la que el gigante asiático ha reabierto las aulas para dar la bienvenida al nuevo curso escolar: las estrictas medidas que se impusieron a finales de mayo, entre las que se incluían mamparas individuales y protocolos de desinfección constante, han sido sustituidas por una relajación que se refleja bien en el uso de mascarillas optativo.
Es fácil entender por qué sucede todo esto: China no ha registrado ningún nuevo caso de covid-19 local desde el pasado 16 de agosto. Todos los contagios que se han detectado desde entonces han sido importados del extranjero y han quedado inmediatamente controlados gracias a la estricta cuarentena obligatoria de 14 días que se impone a todo el que llega al país.
Esta aparente erradicación del virus, una estrategia que contrasta con la de contención y convivencia con el SARS-CoV-2 que se prodiga en Occidente, arroja también datos esperanzadores en el ámbito económico. De hecho, junto con la de Vietnam, la de China es la única economía que ya crece. Aunque el coronavirus le arrebató un 6,8% del PIB en el primer trimestre, en el segundo logró materializar la ansiada recuperación en Vcon un crecimiento del 3,2% impulsado sobre todo por el sector industrial, que se expandió un 4,8%. No obstante, el conjunto de la primera mitad de 2020 fue negativo: el PIB alcanzó los 45,6 billones de yuanes (5,77 billones de euros), lo cual supuso una contracción del 1,6% con respecto al mismo periodo de 2019.
Apretando el acelerador
Nadie duda de que China apretará el acelerador en lo que resta de año. El Fondo Monetario Internacional vaticina un crecimiento del 1,2% para el conjunto de 2020, Moody’s lo eleva hasta el 1,9%, y esas previsiones podrían revisarse al alza en los próximos meses. Es algo que avanza el sector servicios, el más golpeado por la crisis sanitaria. El consumo interno es la fuente del 57,8% de la riqueza del país y parece que ha iniciado ya una tímida recuperación. Las ventas al por menor continuaron cayendo en junio y julio, pero a velocidad cada vez menor —1,8% y 1,1% respectivamente—, y se espera que pronto entren en terreno positivo. “La situación sanitaria está controlada y todo apunta a que el consumo interno continuará creciendo”, apuntó el funcionario del Buró Nacional de Estadísticas Zhao Qinghe. La estrategia parece clara: China confía en su propia fortaleza, y no en la economía global, para salir adelante tras el coronavirus.
Lo que preocupa es la creciente desigualdad social. Mientras el conglomerado de marcas de lujo LVMH firmó un crecimiento del 65% en el segundo trimestre, algo que Savills ratifica con estadísticas muy positivas en los centros comerciales de alto standing, la población más desfavorecida continúa sufriendo. De hecho, el primer ministro, Li Keqiang, dejó en evidencia esas enormes disparidades cuando recordó, durante la tradicional rueda de prensa tras la reunión parlamentaria anual, que 600 millones de chinos todavía cobran menos de 1.000 yuanes (125 euros) al mes.
Puede que esa cifra infravalore el tamaño de la economía sumergida del país, pero sigue siendo relevante para entender la composición socioeconómica de un país en el que no todo lo que brilla es oro y es un dato que pone en peligro las previsiones realizadas este mes por el Centro para la Investigación sobre el Desarrollo. El organismo del Consejo de Estado vaticina una renta per cápita media de 14.000 dólares para 2024 y la coronación de China como primera potencia mundial un año después.
Se amplía la brecha
No obstante, las caídas en la capacidad adquisitiva de la población urbana —9,5% en el primer trimestre y 6,2% en el segundo— se ceban con la clase trabajadora, sobre todo la que no ha podido teletrabajar. Mientras tanto, una encuesta realizada entre familias de clase alta con ingresos de más de 300.000 yuanes (37.500 euros) al año reflejó un incremento en la capacidad adquisitiva durante el segundo trimestre.
Este fenómeno no es para nada exclusivo de China, pero la polarización no gusta a un Gobierno que se sigue reuniendo bajo la hoz y el martillo. Buena muestra de ello es el intento de censurar las referencias a las desigualdades que sufre China en la edición en mandarín del último libro del economista francés Thomas Piketty, ‘Capital e ideología’, a pesar de que el propio presidente chino, Xi Jinping, mostró su admiración por la obra.
En agosto, las empresas comenzaron a contratar gente a un ritmo similar al de antes de la epidemia
En cualquier caso, estos problemas que la mayoría considera manejables para el gobierno chino no impiden que el optimismo se haya extendido. En agosto, las empresas chinas comenzaron a contratar gente a un ritmo similar al de antes de la epidemia, y el Índice de Gestores de Compras del sector no manufacturero, que se utiliza como termómetro del sentimiento empresarial en el sector servicios, volvió a situarse por encima de los 50 puntos, lo cual avanza un crecimiento del volumen negocio.
El turismo es buen ejemplo de cómo se está recuperando el consumo, aunque sus esperanzadores datos tienen una importante componente de artificialidad: el hecho de que las fronteras estén cerradas casi por completo y que China obligue a confinarse a la llegada ha logrado que todos los viajeros que tenían previsto visitar el extranjero opten ahora por destinos domésticos. Y en ningún lugar se nota más esta tendencia que en la isla de Hainan, el paraíso tropical y del ‘tax free’ que en agosto vio cómo la llegada de turistas se incrementaba un 60%. “Los chinos están optando por destinos de proximidad y viajes más cortos, pero con un gasto por persona y día mayor. Los servicios de calidad están ganando adeptos”, comentan desde la principal agencia de viajes ‘online’, CTRIP.
Pero el Gobierno se muestra cauto: “La economía china ha logrado sobreponerse gradualmente del daño causado por la pandemia en el primer semestre. Pero el crecimiento aún sufre fuertes presiones externas a la baja porque el coronavirus continúa teniendo un gran impacto en la economía global. La mayor parte de las variables continúan en territorio negativo, así que todavía queda un largo camino hasta que podamos recuperar lo que nos quitó la pandemia, aunque hemos demostrado que su impacto es controlable”, advirtió el portavoz del Buró Nacional de Estadísticas, Liu Aihua, durante la presentación de los datos del segundo trimestre.
Fábrica del mundo
En cualquier caso, a nivel mundial, es evidente que China está saliendo reforzada de la coyuntura actual. Al fin y al cabo, el país de Mao es la fábrica del mundo y el mundo la necesita ahora más que nunca. Se demuestra con una estadística contundente: según IHS Markit, las exportaciones chinas supusieron el 20% del total global entre abril y junio, siete puntos porcentuales más que en el mismo periodo de 2019. Y la tendencia al alza continúa: con el mundo aún al ralentí, las exportaciones del país se dispararon en agosto nada menos que el 9,5%.
Desafortunadamente para Donald Trump, la guerra arancelaria que declaró hace ya más de dos años no ha servido para reducir el desequilibrio comercial que lastra las relaciones entre China y Estados Unidos. Al contrario, esa variable continúa creciendo a una velocidad inusitada: en el último año, el superávit comercial del gigante asiático con la superpotencia americana ha aumentado nada menos que un 27%, a pesar de que esa brecha se ha reducido en términos globales. Sin duda, Pekín no ha cumplido con los compromisos que adquirió al firmar la fase 1 del acuerdo comercial, en el que aceptó importar productos estadounidenses por un valor 200.000 millones de dólares superior al de sus compras en 2017. Es más, incluso ha adquirido menos productos agroalimentarios y energéticos que aquel año.
«A China la acusan de jugar sucio, porque las potencias tradicionales que han establecido las normas lo han hecho para salir ganando»
Por si fuese poco, en el horizonte ha aparecido recientemente un nuevo elemento con potencial para inflamar aún más el conflicto entre las dos principales economías del planeta: la divisa china —el yuan— se mantiene en niveles sorprendentemente bajos, algo que hace temer a los economistas que Pekín esté manipulando su valor para incentivar las ventas en el extranjero. Aunque el Banco Popular de China (central) rechaza las acusaciones de intervención, sí que reconoce su labor en el mantenimiento de una tasa de cambio estable, lo cual impide la rápida revalorización de la divisa en un entorno propicio para ello. A pesar de que en los últimos días ha recuperado parte del terreno perdido ante el dólar, frente al euro aún se encuentra en mínimos no vistos en seis años.
«A China siempre la acusan de jugar sucio, porque las potencias tradicionales que han establecido las normas a nivel global lo han hecho para salir ganando. Cuando no lo consiguen, como ha hecho Donald Trump, cambian las reglas del juego y hacen lo que siempre dijeron que no harían, como arremeter contra el libre mercado. Quizá la diferencia ahora sea que China comienza a dictar esas reglas para proteger sus intereses”, sentencia Xiong mientras se sirve una taza de té verde. En su fábrica, nadie lleva mascarilla. “¿Coronavirus? ¿Qué coronavirus?”, bromea.
Fuente: Elconfidencial.com (8/9/20) Pixabay.com