¿Qué harías si cada año recibieras alrededor de 2.000 dólares (unos 1.700 euros) sin nada a cambio? Para ciudadanos como Maxwell, un maestro de 38 años residente en Anchorage (Alaska) desde 2014, es una “parte fundamental” de su planificación financiera. Él llegó de Canadá hace un año, atraído por las buenas perspectivas económicas y la belleza del lugar. “Normalmente gasto unos 700 dólares al año en coger aviones para visitar a mi familia por Navidad. El resto, sea lo que sea, va a las tarjetas de crédito y me ayuda a dar un salto en cuanto a calidad de vida”. Nada más cumplir 12 meses de su llegada a este recóndito y frío estado que limita al norte con el Ártico, ya recibió la paga anual que el Gobierno lleva ofreciendo a sus ciudadanos desde 1982. La situación económica de la región, según aseguran varios estudios, ha servido para disminuir los niveles de pobreza entre los grupos sociales más desfavorecidos, además de mantener el empleo indefinido y aumentar el temporal.
Alaska no deja de ser otro campo de pruebas de lo que muchos vaticinan que será la política económica del futuro: la renta básica universal (RBU), por la cual cada uno de sus ciudadanos pasan a cobrar 2.000 dólares y 8.000 en caso de ser una familia de cuatro miembros (cerca de 7.065 euros). Pero ¿de dónde sale tanto dinero? Un gasto social así solo podría entenderse con una alta subida de impuestos. Además, llevaría a muchas personas a sentir el deseo de dejar de trabajar, ya que el Estado les paga dinero simplemente por respirar dentro de sus fronteras. Uno de los primeros países en aprobar una medida así fue Finlandia, en donde vimos que las perspectivas económicas de sus ciudadanos no fueron a mejor, aunque sí aumentaron su bienestar y calidad de vida. Pero, como sucede en cualquier otro ámbito, cada país es único, por lo que el caso de Alaska no es para nada igual que el de la nación del norte de Europa. Habría que remontarse a 1982, año en el que se introduce por primera vez.
No se trata de un ingreso básico gratuito para personas perezosas que no quieren trabajar. La gente no viene aquí a por un cheque
Este experimento supone un argumento más a favor de la corriente de política económica que aboga por introducir una renta básica universal a las poblaciones de los países desarrollados para así atajar la desigualdad social y hacer frente a las grandes amenazas de paro masivo a raíz de la futura automatización del empleo o del uso de la inteligencia artificial. Cuando el exgobernador republicano Jay Hammond llegó al poder en 1974, el sistema tributario de Alaska gravaba mayores impuestos a las rentas más altas para mantener su sistema de gasto social y prestaciones, como en cualquier otra democracia socialdemócrata.
Por aquellos años, el Gobierno se percató de las grandes reservas de petróleo existentes bajo su subsuelo, lo que disparó el nivel de riqueza nada más comenzar a explotar este recurso. A cambio, Hammond y los suyos pactaron hacer un reparto de aproximadamente el 25% de los beneficios que granjeara la actividad, y en 1976 creó un fondo de inversión con el objetivo de distribuir las ganancias en forma de estipendio a todos los habitantes de la zona por los perjuicios causados, entre ellos, la explotación de una fuente de energía contaminante y no renovable, y su comercialización al extranjero, siendo propiedad neta de los habitantes de la zona.
Varios estudios aseguran que ha ayudado a reducir poco a poco la pobreza entre los habitantes de las zonas rurales
“No era un ingreso básico garantizado para personas perezosas que no querían trabajar”, comenta Larry Hall, un consultor de seguridad de camiones de 69 años retirado, a ‘Business Insider’. “La gente no acudía Alaska para obtener un cheque gratuito”. Hall vivió hasta el año 2000 en Wasilla, una ciudad situada al sur del estado. Acababa de realizar el servicio militar en Vietnam y, tras su llegada, acogió la medida del candidato demócrata con gran gozo. “Gracias a él, muchas personas pudieron encontrar un trabajo, ir a la escuela, pagar las facturas médicas, ir al dentista… Todos aquellos que no podían encontrar un trabajo porque no tenían vehículo privado lo consiguieron. Pero ni yo ni nadie de mi familia lo consideramos como una renta básica garantizada con la que poder vivir sin trabajar”.
Estos son algunos de los testimonios, pero ¿y los datos? El estudio más completo y ambicioso sobre el tema es el elaborado por la Oficina Nacional de Investigación Económica, en el que dejan patente que la medida no tuvo ningún efecto adverso en el empleo. Al contrario: ayudó a mantener el empleo fijo e indefinido y disparó un 17% el temporal desde su implantación, en 1982. Y si comparamos las cifras del gasto destinado entre el primer año y 2015, el presupuesto ha aumentado enormemente. Si en un comienzo el Gobierno dedicó 735.000 dólares para cubrir la partida (unos 648.000 euros), el llamado Fondo Permanente de Alaska cuenta ya con unos activos cuyo valor asciende a los 54.000 millones (alrededor de 47,661 miles de millones de euros), según informa ‘El Economista’. El último estudio, publicado el año pasado por el Instituto de Investigaciones Sociales y Económicas de la región, asevera que esta renta básica universal ha servido para reducir poco a poco y paulatinamente las tasas de pobreza entre los más desfavorecidos de la población, sobre todo entre los grupos de indígenas que aún viven en las zonas rurales.
La mayoría de las personas la utiliza para vivir mejor, no para dejar de trabajar
Zierfuss-Hubbard es una de esas personas que han estado recibiendo la paga durante toda su vida. A sus 44 años, vive en California, aunque ha pasado toda su vida en las ciudades de Fairbanks y Anchorage. “He recibido el RBU como niño, estudiante universitario, padre joven con familia y padre soltero. Y también tengo un hijo que lo tuvo”, declara a ‘Business Insider’. “He visto grandes diferencias en todas estas etapas”, admite. “Cuando era un niño, contribuía a la economía familiar y a menudo se traducía en gastos para ropa o material escolar. Nos ayudaba con los costes variables y las facturas sin planificar”. Además, reconoce que es esencial para la vida de la población rural indígena, aunque también espera que llegue el momento en que ya no tenga que ser necesario.
Al margen de estas conclusiones, podemos deducir que 2.000 dólares más repartidos en un año (unos 1.765 euros) tampoco implican un aumento excesivo en los ingresos (147 euros al mes). Por ello, algunos expertos aseguran que el experimento de Alaska no debería relacionarse con el concepto de renta básica universal, ya que al fin y al cabo solo es un reparto de los beneficios obtenidos a raíz de la actividad petrolífera, las relativas ganancias de un mercado cuya oferta y demanda crecen cada año. En general, la percepción es que la mayoría de personas utilizan la paga para vivir mejor, no para dejar de trabajar, tal y como demuestra otro estudio realizado por la Universidad de Chicago y Pensilvania. Aun así, otros como el de Finlandia adolecen de haber reunido a muy pocos sujetos de estudio: apenas 2.000. Una cifra tan pequeña que no se podría extrapolar a países mucho más poblados. Por todo ello, el debate sigue candente, y aún es pronto para saber con exactitud los efectos que la renta básica universal pueda tener en la economía de una nación o las consecuencias directas que supondría para sus ciudadanos.
Fuente: Elconfidencial.com (18/2/19) Pixabay.com