La multinacional sevillana, a punto de cumplir 75 años, está al borde del abismo tras acumular una deuda superior a los 20.000 millones por su aventura en el negocio termosolar.
Al igual que Ícaro, que perdió sus alas por volar demasiado cerca del Sol, el hundimiento de Abengoa se ha producido al intentar convertirse a cualquier precio en el líder mundial en energía solar, un sector fuertemente regulado, que requiere de inversiones descomunales y cuya tecnología es aún muy incipiente, con todos los riesgos que ello implica.
Este cóctel, aderezado con la crisis económica general, el cierre del grifo financiero y el desplome del precio del petróleo, han llevado a la multinacional sevillana al borde del precipicio, con una deuda superior a los 20.000 millones de euros y la solicitud del concurso de acreedores.
A ello se añade algo que, aunque pudiera parecer anecdótico, no lo es: por primera vez en sus casi 75 años de vida, el apellido Benjumea no figura en la cúspide de la empresa, la gota que ha colmado el vaso para que se desate una cruenta batalla entre los accionistas históricos, que ven cómo se hunde la mayor compañía de Andalucía con más de 24.000 empleados y una facturación superior a los 7.000 millones de euros.
El grupo lo fundaron en 1941 Javier Benjumea y José Manuel Abaurre, dos ingenieros de ICAI
La compañía experimentó un rápido crecimiento, situándose entre los líderes del sector
Un escenario inimaginable en 1941, cuando dos jóvenes ingenieros de ICAI, Javier Benjumea Puigcerver y José Manuel Abaurre Fernández-Pasalagua, crean una pequeña firma con un capital social de 180.000 pesetas (1.082 euros) y cuyo principal objetivo era fabricar un contador monofásico.
Para sacar adelante el proyecto contaron con el apoyo de varios amigos y familiares, todos ellos vinculados a la aristocracia sevillana. Nacía así Abengoa, acrónimo de las iniciales de los apellidos de los fundadores y de algunos de estos compañeros: A (Abaurre), BEN (Benjumea), G (Gallego, Fernando), O (Ortueta, Antonio) y A (Abaurre Herreros de Tejada, Ricardo).
Muy pronto José Manuel Abaurre quedaría, por decisión propia, en un segundo plano dejando a su socio al frente de la compañía. En este punto hay que hacer un inciso sobre el pasado de Javier Benjumea -de quien en 2015 se ha cumplido el centenario de su nacimiento- y que explica en gran medida su personalidad, algo que marcaría la trayectoria de la compañía.
Su juventud no fue sencilla pese a pertenecer a la alta burguesía andaluza: tíos suyos fueron Rafael Benjumea, primer conde de Guadalhorce y ministro en los años veinte, y Joaquín Benjumea, primer conde de Benjumea, y posteriormente ministro de Franco y gobernador del Banco de España.
Tras perder muy joven a su padre, en 1931 inició la carrera en ICAI en Madrid gracias a una beca de los jesuitas, permitiéndole concluir sus estudios en la Escuela de Lieja (Bélgica). Todo aquello, a lo que se sumó la Guerra Civil, le marcó profundamente y una de sus obsesiones a partir de entonces fue trasladar la filosofía del esfuerzo a todas las facetas de la vida.
Dando un salto temporal hacia adelante y volviendo a los inicios de Abengoa, los primeros pasos fueron muy halagüeños con el desarrollo de numerosos proyectos y estudios técnicos, además de montajes eléctricos. Con estos mimbres, logró expandirse rápidamente por toda Andalucía. En aquella época, se produce un hecho igualmente clave en su vida: en 1944, contrajo matrimonio con Julia Llorente Zuazola, con la cual tuvo trece hijos, de los cuales dos fueron varones y once mujeres.
Ya en la década de los cincuenta da el salto al resto de España, consolidándose como una de las principales ingenierías del país, con una facturación superior a los 800 millones de pesetas, una cifra al alcance de muy pocas compañías de la época.
Cercanía al poder
Una crítica que siempre se le ha hecho a Abengoa ha sido su cercanía al poder -desde los tiempos de Franco hasta la actualidad- como palanca para crecer, algo que siendo cierto no puede oscurecer que, desde sus inicios, ha sido una empresa pionera desde un punto de vista tecnológico e industrial.
En los años sesenta, se produce el boom del grupo andaluz. Es la época en la que se internacionaliza y abre su primera oficina en el exterior, concretamente en Argentina. Coincidiendo con su 25 aniversario, las ventas ya rozan los 5.000 millones de pesetas.
En paralelo a la diversificación de mercados, también empieza a dar los primeros pasos en diferentes sectores en los que acabaría centrándose, como las nuevas tecnologías o la energías. Son dos décadas en las que la figura de Benjumea Puigcerver va agrandándose y se sitúa entre la élite empresarial.
El crecimiento de la economía de España va en paralelo al de Abengoa, que no deja de aumentar su tamaño impulsada por las grandes obras que se desarrollan en el país. En aquellos momentos debuta en Bolsa, aunque sería una aventura corta dado que en 1989 decide salir del parqué.
¿El motivo? El temor a que entrasen accionistas no deseados, una amenaza que siempre ha sobrevolado sobre sus dueños y que posteriormente les llevaría a poner en marcha todo tipo de iniciativas, para que el control siguiese en manos de las familias fundadoras y de otros socios que se habían unido a lo largo de los años, como los Aya, Guardiola, Sundheim o Solís.
En los años sesenta, alcanzó unas ventas de 5.000 millones de pesetas e inició su salto al exterior
Con la llegada de la década de los noventa la compañía vive varios hitos clave. En primer lugar, en 1991 Benjumea Puigcerver deja la presidencia para dedicar su tiempo a labores de mecenazgo, con la Fundación Focus como punta de lanza. El patriarca cede el testigo a sus dos únicos hijos varones, Javier y Felipe, si bien sus acciones las repartió equitativamente entre ellos y sus hermanas.
Es una época dorada en la que también se consolidan sus filiales Telvent y Befesa, apostando definitivamente por la innovación, las Tecnologías de la Información, las energías renovables, los biocombustibles y el medioambiente. Todo ello se traduce en que en 1996 la compañía vuelve a cotizar en Bolsa.
El inicio del nuevo siglo no supone un gran cambio para el negocio de la multinacional sevillana, que mantiene su velocidad de crucero. Pero, el 14 de enero de 2001, se produce un hecho relevante: fallece Javier Benjumea Puigcerver a los 86 años. Aunque ya estaba apartado de la primera línea, seguía siendo una figura relevante dentro de la compañía y clave para mantener la armonía, no sólo entre sus hijos, sino entre las diferentes ramas de accionistas.
Apenas dos años después, se produce un hecho que abrió una primera brecha entre estas familias: el caso Xfera. Su sociedad Inversión Corporativa -hólding patrimonial en el que agrupan su participación en Abengoa y en otras empresas- había adquirido en el año 2000 por 25 millones de euros el 3,7% de la actual Yoigo. Aquella operación se convirtió en una pesadilla para todos los que habían tomado un porcentaje de la teleco debido a que no terminaba de arrancar. En ese impasse, IC vendió a Telvent -filial de Abengoa- el mencionado 3,7% por la cantidad que había pagado.
Un movimiento que llevó a la Fiscalía Anticorrupción a denunciar a la cúpula de la multinacional sevillana al considerar que había perjudicado a los accionistas minoritarios. Entre los acusados, estaban los dos hermanos Benjumea, José Joaquín Abaurre y José Luis Aya. Finalmente, el caso se archivó por cuestiones formales, pero la herida ya estaba abierta en el seno de la compañía.
Una brecha que se agrandó por las discrepancias que fueron surgiendo en la bicefalia formada por Javier y Felipe Benjumea y que sólo se solucionaron cuando este último tomó el control absoluto del hólding y su hermano se centró en labores institucionales.
Su tamaño se ha ido multiplicando hasta los 7.000 millones de euros en ingresos y 24.000 empleados
A esta paz ayudó la positiva evolución de Abengoa, multiplicando los beneficios -y, por tanto, los dividendos- y marcando varios hitos históricos, entre ellos el debut de Telvent en el Nasdaq en 2004. Es una época en la que el grupo entra en el Ibex y se extiende por los cinco continentes, adquiriendo empresas sobre todo en EEUU y China.
Sin embargo, la semilla de la crisis actual ya estaba plantada. Y es que Abengoa había tomado a mediados de la década una decisión que, a la postre, sería fatal: no sólo se conformaría con desarrollar plantas de energías verdes -sobre todo termosolares- para terceros, sino que las promovería para quedárselas en propiedad.
Así, se convirtió en un líder mundial del negocio de las renovables. El problema es que este tipo de proyectos necesita ingentes cantidades de fondos. Mientras que el acceso a la financiación era sencillo, no surgieron problemas. Sin embargo, con el cierre bancario tiene que buscar nuevas vías de financiación, lo cual fue engordando su descomunal deuda. Ello le llevó, al inicio de la década actual, a realizar un proceso acelerado de venta de activos, entre ellos, sus filiales Telvent y Befesa.
Aquello no fue suficiente y puso en marcha otras iniciativas -como Abengoa Yield o más recientemente una ampliación de capital- que tampoco frenaron una sangría que tuvo su momento crítico en septiembre, cuando la banca impuso un drástico plan de salvación, en el que se incluía la venta de buena parte de sus activos, la salida de Felipe Benjumea de la presidencia y la suspensión del reparto de dividendos, lo cual recrudeció las disputas internas.
Días después, se anunciaba la solución para el gigante industrial andaluz: Gestamp inyectaría 350 millones a cambio de convertirse en el primer accionista, relevando así a las familias fundadoras.
Pero apenas unos días después, el acuerdo se rompía y lo que ha sucedido desde entonces ya es suficientemente conocido: desplome bursátil, preconcurso de acreedores, despido de miles de empleados y búsqueda a contrarreloj de un nuevo caballero blanco que permita a Abengoa escapar de las brasas.
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